La elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos debe concentrar las mentes de los líderes reunidos esta semana en el Perú por la cumbre del APEC (el Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico). Trump promete un alto nivel de proteccionismo para la economía estadounidense y elevar sustancialmente las barreras a las importaciones chinas, lo que reduciría el crecimiento económico global y podría desatar una guerra comercial intensa con el gigante asiático.
Esta realidad representa un verdadero desafío para el APEC, dado que fue fundado para promover la apertura entre sus integrantes. Este es un desafío todavía mayor, ya que la agrupación cuenta con China y Estados Unidos entre sus principales miembros.
Sería bueno que la mayoría de los miembros del APEC aprovechasen la cumbre para reafirmar su compromiso con el libre comercio. ¿Serán capaces de hacerlo y resistir la tentación de tomar represalias arancelarias?
Ojalá que sí, pero quizás eso sea pedir mucho. Por ejemplo, en el pasado, hubo un consenso acerca de los beneficios de la apertura basado en argumentos utilitarios tales como la eficiencia económica, la creación de trabajos y el crecimiento.
Evidentemente, estos argumentos no han sido suficientes para contrarrestar el auge del nacionalismo económico y el proteccionismo que estamos viendo alrededor del mundo. Hoy, sigue haciendo falta aquello que se dejó de lado desde un principio: una defensa moral del libre comercio.
El intercambio voluntario y pacífico entre los individuos –el libre comercio– es un derecho humano. Esa libertad, que por definición no viola los derechos de los demás, reconoce la soberanía que tiene una persona sobre su propia vida. Como observó Frédéric Bastiat en el siglo XIX, “privarle de esta opción cuando no ha cometido ningún acto contrario al orden público y a las buenas costumbres, y únicamente para satisfacer la conveniencia de otro ciudadano, es legitimar un acto de expolio y violar la ley de justicia”.
La historiadora económica Deirdre McCloskey va más allá. Dice que la globalización “es una libertad elemental […] la libertad de comerciar está entre la libertad de hablar y leer y votar y vivir y amar”.
El comercio libre reduce las guerras. Numerosos estudios académicos han confirmado la afirmación de Bastiat de que, “cuando las mercancías no cruzan las fronteras, lo harán los soldados”. La integración y la libertad económica elevan el costo de los conflictos bélicos, precisamente porque hay mucho más que perder. El número de conflictos internacionales ha caído significativamente en la medida en que se ha globalizado la economía mundial. La guerra entre Rusia y Ucrania es llamativa porque constituye una excepción al patrón. No sorprende que se trata de dos países con bajos niveles de libertad económica y con economías bastante cerradas.
El comercio libre nos mejora como personas. Dado que el intercambio se basa en la persuasión y la libertad de elegir, el comercio promueve virtudes como la honestidad y el servir las necesidades de los demás. La integración global también hace que nos preocupemos sobre los demás en el mundo de manera más extensa e intensa de lo que pasaba cuando las sociedades eran más cerradas. Tenemos más contacto directo e indirecto con gente alrededor del mundo que dejan de ser conceptos abstractos y se humanizan al interactuar con ellos.
El comercio libre ha sacado a casi toda la humanidad de la pobreza extrema y ha contribuido con enormes avances en el bienestar humano, sobre todo en los países en desarrollo. Lejos de crear una carrera hacia abajo, como algunos temían, ha levantado a la humanidad. La mejor defensa del libre comercio es la moral. Quizás no hay que esperar tal defensa de parte de los gobiernos, pero sí de algunos líderes del sector privado en la cumbre. De todas maneras, a los demás nos corresponde defender nuestros derechos.