En términos muy generales, el espacio público es un escenario o territorio de la interacción social cotidiana, administrado por el Estado, que cumple funciones tangibles de cohesión, identidad y ubicación geográfica, cuyo fin es satisfacer las necesidades urbanas colectivas que trascienden los límites de los intereses individuales o privados.
El espacio público se caracteriza físicamente por su accesibilidad, rasgo que lo hace ser un elemento de convergencia entre la dimensión legal y la de uso. Tiene además una dimensión social, cultural y política. Es un lugar de relación y de identificación, de manifestaciones políticas, de contacto entre la gente, de vida urbana y de expresión comunitaria.
El espacio público posee diversas dimensiones: Política (un lugar de expresión y reunión); Social (un lugar de símbolos y masas); Físico-territorial (visibilidad y accesibilidad); Cultural (expresión artística diversa e identidad). En Latinoamérica añadimos lo económico (espacio de comercio informal). (García Vázquez, UNAM)
En este espacio se suelen construir monumentos o parques escultóricos, bibliotecas, museos, parques recreativos y deportivos, plazas, zonas peatonales, entre otras obras en lugares abiertos o cerrados; todo a criterio del buen o mal gusto de los administradores públicos o gobernantes.
La Oficina de Planificación del Área Metropolitana (OPAMSS) y el Consejo de Alcaldes del Área Metropolitana de San Salvador (COAMSS) cuentan con una “incoherente” Política de Espacios Públicos; anoto incoherente, porque a pesar de la acepciones, definiciones, principios y estrategias que allí se definen, lo que sucede en la realidad es caótico, desordenado y ocurrente.
En realidad, para decidir establecer y diseñar un espacio público, las autoridades deberían auxiliarse de urbanistas, arquitectos, paisajistas, escultores, restauradores, muralistas, antropólogos e historiadores, y en algunos casos ecologistas; profesionales, con experiencia y capacidades comprobadas.
Un presidente, ministro o alcalde no debería decidir enarbolar un proyecto escultórico público sin un concurso serio, que considere en sus términos de referencia aspectos relevantes y fundamentales del diseño, espacio, paisaje, circulación, semiótica, estética, entre muchas otras variables.
Nuestra ciudad, y muchas municipalidades, están plagadas de adefesios escultóricos, de mal gusto, con malos materiales, mal ubicados, sin mantenimiento, producto del capricho de políticos sin criterio alguno. Por ejemplo, la obra recién retirada o monumento a la reconciliación tenía dos escalas antropométricas, algo inusual y absurdo. Otra cosa muy distinta es el mal trato, los malos argumentos y la pésima metodología para retirar el proyecto escultórico; aunque ya estamos acostumbrados a pisotear a los artistas y sus obras; léase el caso de catedral y la infame destrucción de la obra “La Armonía de mi Pueblo” de Fernando Llort…
La lista de esculturas públicas decentes es corta: Monumento a la Revolución, ideado por los arquitectos Óscar Reyes y Kurt Schulze y elaborado por Claudio Cevallos y su esposa, la salvadoreña Violeta Bonilla, alumna del muralista Diego Rivera; de la escultura “Alegoría a la Constitución de 1950” o “Monumento a la Libertad” de Francisco Zúñiga; el “Monumento al Mar”, más conocido como Fuente Luminosa, de Benjamín Saúl; y agregamos algunas esculturas que están en plazas públicas de los siglos XIX e inicios del XX de Durini, Erazo, Estrada, Salaverría y Martínez; y paremos de contar.
Muchos políticos y dictadores siempre han tenido la manía o mala costumbre de marcar el territorio, intentando inmortalizar sus gestas políticas con obras monumentales, a veces con muy mal gusto. También nos encontramos con los iconoclastas, alérgicos a las imágenes de sus antecesores -y a la autoridad de sus maestros- y buscan borrar la historia eliminando los símbolos del pasado. Quitan y ponen monumentos según sus intereses ideológicos, sin darle importancia a la dimensión pública o a la identidad.
La clase política se cree dueña de lo público y los ciudadanos creen que no es de nadie…; esto ha llevado a una administración de lo público ocurrente con criterios estéticos muy limitados; si tenemos un gobernante que se deja ayudar por especialistas el daño puede ser menor, de lo contrario las ciudades se van desfigurando.
Una de las corrientes artísticas expresionistas es el “feísmo”, que busca agredir la sensibilidad de lo público, protestar o denunciar. Como que esta es la idea política de nuestros gobernantes con respecto a los espacios públicos.
Desde el año 2000 se creó en el viejo continente el “Premio Europeo del Espacio Público Urbano”, se trata de una bienal que tiene como fin el reconocer las distintas obras que se han llevado a cabo para poder crear, recuperar o mejorar espacios de las distintas ciudades. Esta iniciativa a mejorado sustantivamente diversos espacios públicos emblemáticos, con un alto impacto a nivel de identidad y turismo.
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Investigador Educativo/opicardo@uoc.edu