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De lo que hablamos cuando hablamos de Barbie

El filme de Greta Gerwig nos invita a reflexionar sobre la persistencia del patriarcado y su necesaria respuesta desde el feminismo.

Por Gina Montaner
Periodista

La primera sorprendida es Greta Gerwig. Me refiero a la directora de Barbie, el filme que este verano arrasa en taquilla. La película, producida por Mattel, Warner Bros. y su protagonista, la actriz Margot Robbie, ha superado todas las expectativas al recaudar más de mil millones de dólares desde su estreno y lograr ser la cinta más taquillera dirigida por una mujer.

Este último dato debería carecer de importancia, pero eso sería ignorar lo difícil que ha sido para las mujeres obtener relevancia en Hollywood, sobre todo en el gremio de directores de cine, donde se puede contar con los dedos de la mano las cineastas que alcanzan una cima habitada principalmente por hombres.

Además de romper la taquilla con números estratosféricos, Gerwig ha conseguido romper con creces el “techo de cristal”, expresión que se refiere a los obstáculos que enfrentan las mujeres en el mundo laboral para ascender y ocupar altos cargos. Aunque representan la mitad de la población mundial, en comparación a los hombres es muy bajo el porcentaje que llega a ser CEO o presidente de grandes compañías.

Precisamente su película aborda la realidad del tan comentado “techo de cristal”, término que en 1978 acuñó en un discurso Marilyn Loden, una experta en recursos humanos que señaló la discriminación de género en las empresas debido, en gran parte, a rémoras culturales. Lo interesante, y forma parte de la narrativa de Barbie, es que la creadora de la célebre muñeca tenía en mente dicha discriminación cuando a finales de los cincuenta ideó a Barbie, una muñeca que se salía de los moldes tradicionales del bebé con el que jugaban las niñas en la fantasía que ya desde la infancia anticipa el rol de madre al cuidado de su prole.

Fue Ruth Handler, cofundadora de Mattel, a quien se le ocurrió esa criatura ya adulta, con curvas, aspiraciones profesionales y acompañada de una parafernalia de casas, vestuario, auto y hasta mini ciudades donde no faltaba su complemento masculino, el siempre sonriente Ken. De hecho, en el filme Gerwig (y su coguionista, Noah Baumbach), recurriendo a la mitología de la Biblia, retrata al muñeco como sacado de la costilla de Barbie, pues en el paraíso de Barbieland el hombre es más el ornamento que acompaña a la mujer y no viceversa. De ahí --y es uno de los grandes aciertos de un guion que, si bien no es perfecto, tiene momentos de extraordinario ingenio—la crisis de identidad de un varón de plástico que no acaba de encajar porque se ve supeditado a la autonomía de su contrapartida femenina.

En realidad ambos sufren una profunda crisis de identidad, porque la Barbie y el Ken de juguetes son también el reflejo de las Barbie y Ken de carne y hueso: la película realiza un salto desde el entramado rosa chicle de Barbieland al universo de asfalto en Los Ángeles, donde los dos muñecos comprenden que la vida real no es un sencillo juego, sino la compleja toma de decisiones en un cosmos en el que hay que batallar contra los prejuicios y roles establecidos que pueden ser perniciosos para ambos sexos.

Sin duda, Gerwig, cuyo notable talento ya se había consolidado al dirigir Lady Bird (2017) y Mujercitas (2019), pretende abordar de lleno las contradicciones de ser mujer en un mundo tradicionalmente dominado por los hombres. En una entrevista reciente que le hizo la periodista Shirley Li para The Atlantic, ésta le menciona que su cine está marcado por su interés en “Cómo aprenden las niñas a ser mujeres”. La propia Gerwig elogia una observación que le parece muy acertada. A sus cuarenta años, la directora y también actriz ya es una millenial del primer tramo (1981-1994) y desde su incipiente madurez ha sido capaz de unir a las Baby Boomers, a las mujeres de su generación y a las Gen Z, que son el relevo, en un discurso, expresado con emotividad por el personaje que en la película interpreta America Ferrera, que resume la complejidad del rol de la mujer: hacer malabarismos que conjugan la sexualidad, la sensualidad, la maternidad, la vida laboral, la de cuidadoras y, en algún lugar recóndito,  Una habitación propia de la que Virginia Woolf escribió en su famoso ensayo homónimo. Un texto feminista que partía de la tesis de que “una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas”. La autora de Orlando hablaba de su propia experiencia como escritora, pero puede aplicarse a ese espacio que toda mujer necesita y que en muchas ocasiones no posee.

Gerwig pertenece a una generación que ha podido beneficiarse de la causa feminista que ha librado las más duras batallas por la igualdad. Su propia madre no era partidaria de comprarle Barbies, influida por el repudio a partir de los setenta a esa muñeca, que, si bien las había Barbie astronauta, Barbie presidente, Barbie abogada y, en solidaridad con la lucha por los derechos civiles, la primera Barbie negra en 1968, también representaba a la estereotípica mujer sexualizada. Digamos que salida de la costilla de Adán. O sea, la fantasía última del hombre. Se llegó a fabricar una Barbie cuyos pechos (ya de por sí grandes) se inflaban. O la Barbie con su báscula y un libro de dieta que marcaba el peso ideal (mucho antes de la era Ozempic) en 110 libras. A fin de cuentas, Ruth Handler, una precursora en el mundo de los negocios, era una mujer de su tiempo y quedaba mucho camino por recorrer.

El filme de Greta Gerwig nos invita a reflexionar sobre la persistencia del patriarcado y su necesaria respuesta desde el feminismo. No se pierdan la frase final de una Barbie dispuesta a enfrentar los retos de la vida real. Nunca ha sido sencillo pasar de niñas a mujeres. Con el permiso de Julio Iglesias. [©FIRMAS PRESS]

*Twitter: ginamontaner

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