Existe un concepto de “Justicia Digital”, y se define como “la digitalización y modernización de todo el ecosistema existente en el Poder Judicial, mediante el empleo de las Tecnologías de Información (TI) que permiten mejorar la prestación correcta de los servicios judiciales a la ciudadanía”. Pero en esta reflexión NO abordamos esta acepción, sino otro problema más grave…
Hoy la gente con sus teléfonos móviles registra todo, luego lo suben a redes sociales, generalmente a Twitter, Instagram y Facebook, y luego se despliegan verdaderos linchamientos y acusaciones; no tardan en aparecer los especialistas, expertos, técnicos, querellantes, acusadores, abogados (la “Legión de Idiotas” de Umberto Eco); se viraliza el hecho y en pocos minutos entra en escena la “autoridad competente”, captura y expone, para demostrar eficiencia y eficacia. La presunción de inocencia sale sobrando…
Es una justicia exprés, urgente, digital, sin contexto, sin pausa, sin análisis, sin investigación; que busca saciar el morbo de unos y el aprovechamiento político de otros; una justicia muy democrática, en dónde todos exponen sus ideas, unos a favor y otros en contra; simplezas, estupideces, insultos y buenas ideas de fusionan en el “debate”. No hay argumentos ni razón, solo emociones.
Ana María Olabuenaga en “Linchamientos Digitales” (Paidós, 2019) se plantea lo siguiente: ¿Qué sucede cuando un tuit se convierte en tendencia, salta a la vida «real» y determina la suerte de alguien? Memes, bots, hilos, trolleo, sirven para comprender la naturaleza de las redes: somos actores sociales, víctimas y también verdugos. ¿Dónde termina la burla y comienza el acoso? En un mundo regido por los likes y por la necesidad de reconocimiento y de validación, ¿quién determina lo que es correcto y lo que no? ¿Cuál es el límite de la libertad de expresión?
En inglés, el fenómeno del linchamiento digital se conoce popularmente como “shitstorm” y no es más que un tipo de jurado colectivo, pleno de sarcasmo y sin una gota de benevolencia. Un aluvión de críticas, a menudo insultantes o con intención de humillar, que se desencadena a raíz de la publicación, video o comentario. Vaya definición: Tormenta de Mier…
La anatomía del “linchamiento digital” está configurada por ataques, insultos y acoso generados a través de las redes sociales, en contra de una persona o de su opinión. En las redes sociales este fenómeno ha evolucionado y se ha convertido en una temática que, a pesar de generar controversia, está casi normalizada gracias a la facilidad de encubrir identidades. La mayoría de linchadores y odiadores profesionales se esconden tras una cuenta enmascarada.
Vivimos una época en dónde las crisis de reputación están a la orden del día; los vocabularios altamente emocionales u ofensivos con tintes agresivos, son incluso parte de las estrategias de marketing político, sobre todo en democracias polarizadas, populistas y de posverdad (M. Naim).
Cuando se gobierna por Twitter y cuando las redes sociales son el principal vehículo de comunicación política la situación se antagoniza y se expande, ya que aparece un mundo paralelo, en donde las posibilidades de interacción pueden ser más directas y efectivas, ingresando a un escenario de desinhibición y anonimato propios de la comunicación digital y de la deshumanización. Luego aparecerá el “cibermobbing” o acoso intencionado y constante contra una persona, que incluye diferentes formas de difamación, de acoso o de extorsión, hasta llegar al "hate speech".
¿Qué hay detrás de todo esto…?: Resentimiento, ignorancia, una cultura de baja estatura, miedos, traumas, necesidades de pertenencia, represión, frustraciones, manipulaciones, y muchos aspectos psicológicos más.
Así está de enfermiza nuestra sociedad y así estamos cambiando: “Una mentira repetida suficientes veces, a la vez que un rumor se difunde, puede terminar en una verdad, y esto es sobre todo aplicable al reino de los medios sociales digitales, donde rumores sin fundamentos, datos poco verídicos, la interpretación selectiva de la historia, ideales personales, ideas poco desarrolladas, un sensacionalismo exagerado, y la valoración general son una cosa usual que se difunde normalmente con rapidez y puede limitar y alterar la visión de la gente sin que tan sólo ellos se den cuenta” (Dark Ages 2.0: The Return of Public Lynching, S. Kumar, 2015)
Estamos construyendo, poco a poco, una nación de odio, antagonizada, egoísta y dividida; todo lo contrario al discurso aún vigente de Mons. Oscar Arnulfo Romero: “No se puede cosechar lo que no se siembra. ¿Cómo vamos a cosechar amor en nuestra República, si sólo sembramos odio?” (Homilía 10 de julio de 1977). “El mal es muy profundo en El Salvador, y si no se toma de lleno su curación, siempre estaremos -como hemos dicho- cambiando de nombres, pero siempre el mismo mal” (Homilía 23 de octubre de 1977). “El diálogo no se debe caracterizar por ir a defender lo que uno lleva. El diálogo se caracteriza por la pobreza: ir pobre para encontrar entre los dos la verdad, la solución. Si las dos partes de un conflicto van a defender sus posiciones, solamente saldrán como han entrado” (Homilía 20 de noviembre de 1977).
La única forma de detener y cambiar esto es con educación; hablar en la familia sobre el uso de las redes sociales, discutir con frecuencia en las aulas los problemas del ciberbulling, reflexionar en cada oportunidad y caso que se presenta, es una tarea pedagógica fundamental para formar en ciudadanía. Eduquemos para ser más cautos y responsables en el manejo del móvil, no podemos ir por la vida registrando todo lo que se nos dé la gana, obviando la privacidad, tomando o fotos o videos de desgracias ajenas y exponiéndolas como un logro o primicia en las redes sociales. Finalmente una buena fórmula para evitar la idiotización que estamos padeciendo: Más libros, menos YouTube, Facebook y Twitter…
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Investigador Educativo/opicardo@asu.edu