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Creatividad y destructividad en el futuro de China y su impacto en el resto del mundo

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Por Manuel Hinds
Máster Economía Northwestern

China se está acercando muy rápidamente a un momento decisivo en su historia. Es un país híbrido, con su capacidad de desarrollo dependiente del capitalismo, y con su capacidad de control político dependiente del partido comunista.

En los años próximos China tendrá que optar por ser una democracia liberal o un estado autoritario comunista. Como dijo Abraham Lincoln con respecto a la división de Estados Unidos entre estados esclavos y libres:

“Una casa dividida contra sí misma no puede sostenerse. Creo que este gobierno no puede soportar mitad esclavo y mitad libre. No espero que la Unión se disuelva. No espero que la Cámara caiga. Pero sí espero que deje de estar dividido. Se convertirá en una sola cosa, o en toda la otra. Los que se oponen a la esclavitud detendrán su propagación y la colocarán donde la mente pública descanse en la creencia de que está en curso de extinción final, o sus defensores la impulsarán hasta que llegue a ser igualmente legal en todos los estados, antiguos y nuevos, tanto en el Norte como en el Sur.”[1]

La lógica de ambos sistemas se ha desarrollado en la realidad hasta un punto de conflicto que no ha existido en los últimos cincuenta años. La decisión que tome China tendrá efectos muy importantes en la historia de ese país y de la humanidad entera durante el siglo XXI. Estos efectos, sin embargo, no son los que esperan los que creen que China está en camino a convertirse en el país más poderoso del mundo.

Esto no quiere decir que China no presente un grave peligro para la paz mundial. Al contrario. China presenta un grave riesgo no porque se va a hacer cada vez más poderosa, sino porque está asomándose a una decadencia económica, demográfica y política que sugiere que China nunca estará más poderosa relativamente al resto del mundo como está ahora. Así, si China va a atacar a Occidente, lo hará en el futuro más cercano porque las oportunidades de ganar una guerra disminuirán con las décadas.

Las raíces del destino de China en el siglo XXI están evidentes en su historia en el siglo XX.

El Sangriento País Comunista

Como en todo el resto del mundo, el comunismo chino fue un sangriento fracaso. Tomó el poder en 1949 y en apenas veinte años llevó al país a grandes hambrunas y crisis económicas, que el Partido Comunista Chino (PCC) combatió culpando a burgueses inexistentes, creando las condiciones para causar 65 millones de asesinatos en persecuciones mutuas. Al final de este periodo, algunos miembros del PCC lograron abandonar el fanatismo comunista y buscar abrir la economía el capitalismo. El precio de esta reforma, sin embargo, fue dejar el control político del país en manos del PCC. Así, el país siguió llamándose comunista pero no porque lo fuera sino porque los comunistas del PCC seguían siendo los tiranos que habían sido desde 1949.

La Apertura

El presidente Richard Nixon visitó Beijing en febrero de 1972, cuando Mao todavía estaba vivo, y su visita marcó la apertura de China al mundo y del mundo a China. También marcó el momento en que China comenzó a desarrollar una doble personalidad, en la que siguió llamándose comunista porque está bajo el mando de un partido que dice ser comunista pero no actúa como tal—al menos, aparentemente y por ahora. El país funciona como un país capitalista, aunque no es ni democrático ni liberal. Su dominio sobre la economía no parece exceder los límites normales en algunos países democráticos, aunque en realidad puede ser mucho mayor. Tiene un sector empresarial público sustancial, pero su fortaleza y crecimiento provienen de empresas privadas.

La apertura de China coincidió con el comienzo de la Revolución de la Conectividad, la transformación tecnológica que complementó a la Revolución Industrial, que multiplica el poder del músculo, con la multiplicación del poder de la mente. Al principio, la nueva revolución potenció el poder de coordinar tareas complejas a distancia, que permitió la coordinación de cadenas internacionales de producción, mercadeo y financiamiento. En ese momento, Estados Unidos estaba pasando por una transformación fundamental de su capacidad industrial. Su fuerza de trabajo, mucho más productiva que la de los países en desarrollo, se estaba volviendo demasiado cara para emplearse en productos industriales poco sofisticados, como aires acondicionados, implementos caseros, televisiones, radios y carros baratos. Esto se manifestaba en la invasión de estos productos provenientes de países con mano de obra poco sofisticada pero más barata como los tigres asiáticos. Las empresas estadounidenses no querían perder su mercado interno, pero no podían producir con los costos de los productos importados. Hasta este momento las inversiones estadounidenses en países extranjeros se habían enfocado en las ventas en esos países porque la logística de combinar la producción local con la de Estados Unidos (la globalización de la producción) no se podía lograr porque era demasiado compleja. Pero en el momento en el que China se estaba abriendo, dicha coordinación ya se había vuelto viable por los avances en las comunicaciones, las computadoras, los mercados financieros, y los medios de transporte.

Así, se volvió viable realizar la producción de los componentes más sofisticados en Estados Unidos, la de los menos sofisticados en países con salarios más bajos, y ensamblar y vender los productos terminados no solo en Estados Unidos sino en el mundo entero. Así fue como se inició la globalización.

China fue el país que más la aprovechó. Las empresas estadounidenses primero, y luego las occidentales en general, comenzaron a invertir en empresas creadas por ellos mismos en China, y luego le compraban los productos para venderlos en el mundo entero. Así, el Occidente globalizado proveyó el capital, la tecnología, la maquinaria, y los mercados para que China se industrializara y se convirtiera en un país desarrollado en cincuenta años. Así, el desarrollo de China se debió enteramente al capitalismo occidental.

Durante varias décadas, las contradicciones del sistema chino han sido interpretadas en Occidente como resultado del ajuste gradual que está llevando a China del comunismo al capitalismo y, de allí, más tarde, a una democracia liberal, como sucedió en Taiwán, que con el tiempo pasó de ser una dictadura de derecha a una democracia. Todo esto se fusionó en un sueño de una China que se convertiría en la economía más grande del mundo y se uniría a la familia de las democracias liberales. El problema de Taiwán se resolvería orgánicamente dentro de un solo país democrático o como una relación pacifica entre países con una cultura común, como Estados Unidos y el Reino Unido.

Pero esto no ha sucedido. El país creció a gran velocidad sin que cambiara el arreglo híbrido de capitalismo en la economía y tiranía comunista en lo demás. El Partido Comunista Chino se ha ido volviendo cada vez más autoritario, y los derechos individuales son cada vez menos respetados. Los conflictos ideológicos y territoriales con Occidente se han ido volviendo más intensos y complejos y las empresas occidentales están moviéndose a otros países. Muchas de estas empresas quisieran aprovechar el mercado chino, que en cincuenta años de crecimiento se ha vuelto enorme, pero los riesgos de operar en un país que puede volverse totalmente comunista y agresivo se están volviendo demasiado altos.

En este proceso, China está viviendo una tragedia griega en la que las acciones del personaje principal son las causantes primero de un gran éxito y luego de un terrible fracaso proveniente de su deseo de dos cosas que son incompatibles. Para dominar al mundo, que es el objetivo del Partido Comunista, tiene que enfrentarse a Occidente, lo que llevaría (y está llevando) a China a una declinación económica porque su economía depende de la economía occidental para la inversión, mucho de su equipo y tecnología, y mercados. Con la economía declinando, su capacidad militar necesariamente declinaría también. De esta forma, la búsqueda del poder militar para dominar a Occidente está llevando a China por un sendero que la hará perder su poder global. Esto es así porque, en su crecimiento basado en la globalización, China se volvió dependiente de las economías occidentales que hoy mira como enemigos potenciales en su lucha por lograr la hegemonía mundial.

Esto ya está pasando.

El Fin del Sueño Económico

Hace muy poco tiempo todavía se escuchaban pronósticos de que China se iba a convertir en el país más poderoso económica y militarmente del mundo.

Pero este sueño se está desvaneciendo en varias dimensiones. Económicamente, el crecimiento se ha desacelerado. El atractivo de China como centro de inversión extranjera se está debilitando muy rápidamente, debido en parte a la ruptura de muchas redes de suministro globales como consecuencia del Covid-19, pero más fundamentalmente como resultado de un cambio ideológico en el gobierno. Muchas empresas estadounidenses que solían producir en China han decidido abastecerse de fuentes más cercanas para reducir el riesgo de perder a sus proveedores debido a otra crisis como el Covid-19. Muchas otras se están moviendo a otros países que están tan lejos como China pero ofrecen más seguridad jurídica

La disminución del apetito por invertir en China se ha debido en gran parte a las acciones autodestructivas tomadas por el gobierno de Xi, incluida la salvaje represión contra Hong Kong; el genocidio de los uigures musulmanes en Xinjiang; la progresiva concentración de poderes económicos, políticos y militares en Xi Jinping; la abrupta represión de las principales empresas chinas de alta tecnología como Alibaba y Pundioduo, ByteDance (TikTok) y Ten Cent con la explicación de que el gobierno quería promover productos que tendrían un mejor impacto en la población; las agresivas palabras de odio de Xi Jinping hacia Occidente, el capitalismo y la democracia liberal; y las crecientes amenazas contra Taiwán.

Esta tendencia podría contrarrestarse con un cambio de gobierno. Pero hay otra tendencia que amenaza con debilitar sustancialmente a China: la disminución esperada de su población a partir de 2022. La tasa de reproducción para mantener la población estable es de alrededor de 2.1 hijos por pareja. En China, esta tasa era de 1.15 en junio de 2022, mientras que en Estados Unidos era de 1.6, y en Japón de 1.3. En 2021, la población china, de 1,402 millones, creció solo en 480,000, y se estima que ya en 2022 está empezando a caer. A este ritmo, la población de China habrá caído a menos de la mitad a finales del siglo XXI. Con una población en disminución, el poder de China también se reducirá, a menos que logre transformar su economía en una menos intensiva en mano de obra a través de robots e inteligencia artificial.

El debilitamiento de la economía comenzó a sentirse hace más de una década, en los años posteriores a la crisis mundial de 2008. Para mantener las tasas de crecimiento anteriores, que se habían logrado con una economía centrada en las exportaciones, el gobierno decidió activar lo que llamó "el crecimiento del mercado interno" imprimiendo cantidades gigantescas de dinero para estimular la demanda interna. Con esto, China no sólo quería superar una crisis sino también eliminar su dependencia económica de la globalización y Occidente.

La inyección de efectivo no generó un aumento de la demanda por artículos industriales, que era lo que el gobierno quería. En vez de esto, generó un gran auge en el sector inmobiliario, que ha dejado atrás un inventario de 65 millones de apartamentos sin vender, suficiente para dar un apartamento a todos en el Reino Unido, incluidos los recién nacidos. La contrapartida de esto es un volumen igualmente gigantesco de créditos incobrables otorgados a los desarrolladores. Al mismo tiempo, hay un enorme inventario de apartamentos ya vendidos pero que los desarrolladores no pueden entregar debido a sus problemas financieros incurridos en los demás, que no pueden vender. Esta situación ha entrampado al sector financiero.

Estos problemas están poniendo fin al largo período de crecimiento de la economía china, de la misma manera que la enorme expansión de la economía japonesa a finales de la década de 1980 terminó con una crisis financiera generada más o menos de la misma manera. El fracaso de la creación de dinero como medio para independizarse de las exportaciones tiene una importancia estratégica enorme: quedó claro que China no puede independizarse de la globalización. Es decir, si se pelea con Occidente, se viene para abajo, desde adentro.

Además, está el retorno del comunismo.

El Retorno de la Ideología

Con la llegada de Xi Jinping al poder, las afirmaciones de lealtad al comunismo se han multiplicado en número y fuerza, abriendo la posibilidad de que lo que se ha interpretado como la migración del comunismo al capitalismo no sea una línea recta sino una gran curva que conduce al capitalismo y luego cruza para llegar al comunismo nuevamente, pero ya con una economía diferente, una que se ha vuelto tan capitalista como la más capitalista del mundo, cumpliendo así uno de los requisitos que Marx estableció para que la revolución socialista tuviera lugar: partir de una sociedad no agraria sino industrial, no de campesinos sino de proletarios.

Este gran arco para pasar del comunismo al capitalismo para regresar al comunismo puede no darse en la realidad. Las afirmaciones ideológicas de Xi pueden ser solo trucos políticos para mantener el poder y asegurarlo de por vida. También puede ser una desviación de una intención inicial de ir hacia la liberación total del país, o el resultado de un gran plan que, desde el principio, se planificó así, para que todo lo que ha sucedido en los últimos cincuenta años haya sido una larga política de recuperación a ser abandonada una vez haya tenido éxito.

¿Cuál de estas interpretaciones de la continua y creciente presencia de la ideología comunista es la verdadera? La respuesta a esta pregunta es realmente irrelevante, porque las tres respuestas parten de la premisa de que lo que el pueblo chino quiere es el comunismo porque la promesa continua de volver a él parece ser una fuente primaria de legitimidad. Si esto fuera así, y muy bien podría no serlo, se podría esperar que China volviera al comunismo incluso si se volviera democrática porque las mayorías votarían por ese retorno.

Por supuesto, dar este paso sería terriblemente destructivo para China. Después de haber logrado despegar económicamente, esta decisión conduciría al desastre. Un retorno al comunismo volvería a plantear los problemas que llevaron a la Unión Soviética y a todos los estados comunistas al fracaso. La economía volvería a la ineficiencia y la corrupción de los años posteriores a la revolución, y a los sangrientos conflictos asociados con tratar de cambiar la naturaleza humana de la población.

Las señales de Xi de querer volver al comunismo y los pasos que ha tomado para imponer aún más su voluntad están causando un éxodo no sólo de empresas sino también de profesionales extranjeros, que han sido fuente de enormes transferencias de tecnología desde Occidente. En los diez años que terminaron en 2021, el número de expatriados que viven en Shanghái cayó un 20%, mientras que los que viven en Beijing cayeron un 40%.[2]

Por supuesto, el pueblo chino ya no es el que apoyó al comunismo en su revolución hace 75 años. En estas décadas de capitalismo, China ha pasado de ser un conjunto muy pobre de feudos controlados por señores de la guerra a ser un país grande, urbano y de clase media que tiene acceso a miles de oportunidades que ofrece el mercado abierto. El mayor levantamiento de protesta en décadas no ha sido violento, como la Revolución Cultural, ni impulsado por la decepción de que el país no esté siguiendo los caminos del marxismo, sino más bien porque un gran número de personas han pagado por nuevos apartamentos que las empresas desarrolladoras no han entregado. China se ha involucrado tan íntimamente en la economía occidental y esta última en la de China que separarlos será muy destructivo para ambos, aunque mucho más para los chinos. Romper sería autodestructivo.

Pero el ciudadano común no se ha integrado con las redes culturales del mundo por dos razones: el primero es el muro cibernético que China ha erigido para que las redes sociales del mundo y sus noticias no puedan ingresar al país, y el odio que el gobierno alimenta en el pueblo chino para que no olvide la terrible historia de las ocupaciones occidentales y japonesas durante lo que los chinos llaman "el siglo de las humillaciones". Fue en ese período, que abarcó casi un siglo y medio, que los británicos obligaron a China a través de dos guerras a importar el opio que producían en la India, que el Reino Unido, Alemania, Estados Unidos, Rusia, Austria-Hungría, China, Italia y Japón lo invadieron en la Guerra de los Bóxers y convirtieron al emperador en su marioneta. causando su caída y el comienzo de las terribles guerras civiles que llevaron a China al comunismo. Pero, por supuesto, el hecho que los chinos hayan sufrido bajo los occidentales en el siglo XIX no justifica de ninguna manera que ahora escojan sufrir bajo el PCC, después de haber sufrido bajo dicho partido en el siglo XX.

¿El Futuro?

No podemos predecir el futuro pero sí podemos darnos cuenta de que la opción que China tome con respecto a su sistema de gobierno será definitoria para el resto del mundo. Si China se decide por regresar al comunismo, el país se va a venir al suelo, destruido por haberse desconectado de su fuente de desarrollo. Esta caída llevaría a masacres domésticas y a un riesgo muy grande de agresiones a Occidente en el corto plazo.

La única opción que tiene China para seguir desarrollándose es adoptando la democracia liberal y olvidándose de anexar Taiwán. Eso lo convertiría en un país cada vez más poderoso, pero con el límite impuesto por sus problemas demográficos. Esta sería una decisión racional, pero estamos en un mundo que se mueve por razones irracionales.

Al igual que en Rusia, la legitimidad del régimen autoritario requiere que el tirano chino sea la persona más poderosa de la tierra. Para contar con obediencia ciega, Stalin tenía que ser más poderoso que nadie en la mente de los rusos. Si un tirano chino va a ser todopoderoso, tiene que serlo en el mundo entero. Las raíces históricas de esta actitud arrogante son más profundas que las de Rusia. No se mide en cientos, sino en miles de años. Después de todo, el país se llama el Reino Medio porque se supone que es el centro del mundo. Es por eso que Taiwán es una espina en el flanco de China, una espina imperdonable. Es por eso que este problema no va a desaparecer.

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Manuel Hinds es miembro del Instituto de Economía Aplicada, Salud Global y Estudio de la Empresa Comercial de la Universidad Johns Hopkins. Compartió el Premio Hayek 2010 del Manhattan Institute. Es autor de cuatro libros, el último de los cuales es En defensa de la democracia liberal: lo que tenemos que hacer para sanar una América dividida. Su sitio web es manuelhinds.com

[1] Énfasis de Abraham Lincoln, disponible en http://www.abrahamlincolnonline.org/lincoln/speeches/house.htm

[2] Ver Ian Williams, The Fire of the Dragon: China´s New Cold War,, Londres: Birlinn, 2022, Kindle Edition, pp. 323-324.

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