A primera vista, el título de este artículo podría sugerir un análisis político, sociológico o antropológico. Sin embargo, vamos a tomar una ruta diferente y explorar la conducta humana desde una perspectiva neurológica. Porque antes de preguntarnos quién nos gobierna en la escuela, en la universidad, en el trabajo, en la ciudad, en el país o en el mundo, debemos preguntarnos quién gobierna nuestros actos. Es decir, somos más que las decisiones externas y su efecto sobre nosotros; somos los responsables de generar las condiciones, cada uno de nosotros y todos en conjunto, que generan los resultados que luego vivenciamos individualmente y en conjunto.
En este sentido, tampoco nos adentraremos en cuestiones religiosas o metafísicas. No pretendemos interferir con las creencias de los teístas o deístas. Lo que verdaderamente queremos discutir es el planteamiento de que quien nos gobierna en realidad está dentro de nosotros mismos y se llama cerebro.
Sí, así es, nuestro cerebro, con su compleja red de 80 mil a 100 mil millones de neuronas y sus billones de conexiones sinápticas, es el verdadero gobernador de nuestras acciones. Esta intrincada estructura, llena de materia gris y blanca, con giros y circunvoluciones, es donde se origina todo lo que hacemos. Los neurotransmisores liberados de una célula neural a otra, o hacia un tejido, llevan información crucial que transforma estímulos externos en percepciones y acciones significativas. Estos estímulos, por sí solos, no tienen significado alguno hasta que nuestro cerebro los procesa y los combina con nuestra memoria.
La región prefrontal del cerebro, más desarrollada en algunos que en otros, es fundamental en la toma de decisiones. Esta capacidad varía entre individuos, pero es esta región la que permite evaluar, planificar y ejecutar nuestras acciones. Si creemos en el libre albedrío, este radica en la interconexión de diferentes zonas de nuestro cerebro con la región prefrontal. El ciclo de recompensa, que une al área tegmental ventral con el Núcleo Accumbens, que libera dopamina; y de allí con la región orbitofrontal, en asociación con la amígdala cerebral y el hipocampo, es esencial en este proceso, generando placer o expectativa de recompensa. Y así la interacción de una treintena más de neurotransmisores. En estas interacciones, metafóricamente, reside nuestro libre albedrío.
El filósofo René Descartes, famoso por su teoría de la dualidad, se equivocó parcialmente. Aunque su análisis se basó en los conocimientos de su época y fue revolucionario, falló al pensar que nuestra capacidad de tomar decisiones y gobernarnos a nosotros mismos estaba separada del cuerpo y era algo abstracto. Descartes tenía razón en que las decisiones no provienen de nuestros sentimientos ni menos del corazón, pero erró al pensar que esta capacidad estaba desvinculada del resto del cuerpo. En realidad, es nuestro cerebro, un órgano físico, el que gobierna nuestras decisiones.
Cuando reflexionamos sobre quién nos gobierna, debemos considerar tanto la genética con la que nacemos como las experiencias y conocimientos que adquirimos a lo largo de nuestra vida. El cerebro, con su plasticidad, se adapta y cambia en respuesta a nuestro entorno y nuestras experiencias. Cada acto, cada pensamiento, cada decisión es un producto de este órgano y su funcionamiento. La neurociencia ha demostrado que nuestra identidad, nuestras habilidades y nuestras debilidades están profundamente enraizadas en la estructura y actividad de nuestro cerebro.
Es crucial entender que, aunque tengamos la capacidad de tomar decisiones y ejercer el libre albedrío, nuestras elecciones están influenciadas por múltiples factores internos y externos. La genética, la educación, las experiencias vividas y las interacciones sociales moldean nuestra toma de decisiones. El libre albedrío no es absoluto; está condicionado por las limitaciones y capacidades de nuestro cerebro.
En resumen, quien nos gobierna es ese conjunto de neuronas y sinapsis que llamamos cerebro. Es él quien interpreta los estímulos externos, los combina con nuestros recuerdos y emociones, y nos permite tomar decisiones. Así que, la próxima vez que nos preguntemos quién nos gobierna, recordemos que, en última instancia, somos gobernados por nosotros mismos. Nuestro cerebro es el comandante de nuestra existencia, y es en él donde reside nuestro verdadero poder de decisión y acción.
Como bien dijo el poeta Amado Nervo: "¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!" Esta declaración resuena profundamente cuando comprendemos que cada acto y cada decisión son el resultado de nuestra propia gobernanza interna. Entender que somos los arquitectos de nuestra propia vida, guiados por nuestro cerebro, nos permite aceptar la responsabilidad de nuestras acciones y vivir en paz con las consecuencias de nuestras decisiones.
En conclusión, al explorar la pregunta "¿Sabes quién te gobierna?" desde una perspectiva neurológica, encontramos que la respuesta está dentro de nosotros mismos. Nuestro cerebro, con su complejidad y capacidad de adaptación, es el verdadero gobernador de nuestros actos. Reconocer esto nos da el poder de tomar el control de nuestra vida y dirigir nuestro destino con mayor conciencia y responsabilidad.
Médico y Abogado