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En un billar del Centro Histórico

“La política es como el fútbol: se juega a base de patadas”, “Nunca llego tarde a mi casa porque se enoja la media sandia (antes media naranja)”, “Los tiempos han cambiado, antes los académicos, ahora los que fueron buenos para el capirucho y la piscucha”, “Si los actuales descienden de los pasados, seguimos siendo los mismos”, “Es lo que hay y no hay para más, todos hacen lo mismo”, “No sé cómo hacen para coordinar que el mantenimiento de las calles y bacheo, se hagan en las horas pico”, “Para no fregarse mucho lo chiche es señalar las miserias de los demás y esconder las propias”, “Nadie se hace cargo pero el que menos empuja bota un ropero de cuatro cuerpos” “Así como surgió ciudad mujer, pronto vendrán ciudad cipota, ciudad futbolista, ciudad pandilla, etc”, etc…

Por Rodolfo Chang Peña |

El portón estaba entreabierto y el portero, si así se le puede llamar a un individuo con actitud inquisidora y vocación de custodio de penal, apenas me dirigió la mirada y con la mano me hizo señas que ingresara. Al entrar al amplio salón sentí el golpe del humo y el aire recalentado pero me llamó la atención un grupo de señores que rodeaban una de las tantas mesas de billar desparramadas en el recinto. A la par de la anterior había una mesa más pequeña, redonda, con las patas polvosas y parcialmente cubiertas de yeso. Encima un mantel con las esquinas sucias y deshilachadas, dos platos vacíos, un deposito con más agua que cubos de hielo y la infaltable “bola al centro”, creo era de vodka con el nivel próximo “a las rodillas”.
Los billaristas eran cuatro, parecían de la clase media, probablemente oriundos de las múltiples urbanizaciones del sector suroriental de la capital. El más cercano tenía silueta porcina y estaba introducido en una guayabera color arratonado con un número de talla extra grande que le daba un aspecto peculiar, no se sabía si le sobraban bolsillos o tenía un exceso de ojales. Desenvuelto y dicharachero, hacía gala de un “trompabulario” propio del comercio informal callejero.
El segundo reflejaba su etnia autóctona, un poco más bajo que el promedio, con calvicie incipiente, al contrario del anterior daba la impresión que pagaba por no despegar los labios, resabios tal vez de su antiguo trabajo en una alcaldía rodeada de legajos y rimeros de papeles. El tercer jugador podía pasar por chapín, hondureño o migueleño, locuaz, repetía una obscenidad cada treinta segundos, con tendencia a relatar oscuras aventuras amorosas, no ocultaba sus escasos escrúpulos en asunto de faldas. Al acercarme pude percibir su aliento espeso de tabaco y mala digestión. Finalmente, el cuarto protagonista de clase “toyotizada” como los citados antes era flaco, con el cinturón apretado hasta el último agujero, hábil conversador, “no daba puntada sin hilo”, habitualmente más preocupado por el gasto que por el gusto, con un comportamiento que oscilaba entre el exagerado nerviosismo y el júbilo exaltado aunque buen amigo y compañero de tacadas kilométricas.
A pesar del ruido seco y agudo que producía “la minga” al chocar con las demás pelotas, maldiciones y mentadas de madre, expresiones de alegría y la viajadera hacia el mingitorio, la conversación era bastante fluida y coherente. Al principio tuve algunas dificultades para seguir el hilo de los temas que abordaban; no obstante, pude entresacar comentarios como los siguientes:
“La política es como el fútbol: se juega a base de patadas”, “Nunca llego tarde a mi casa porque se enoja la media sandia (antes media naranja)”, “Los tiempos han cambiado, antes los académicos, ahora los que fueron buenos para el capirucho y la piscucha”, “Si los actuales descienden de los pasados, seguimos siendo los mismos”, “Es lo que hay y no hay para más, todos hacen lo mismo”, “No sé cómo hacen para coordinar que el mantenimiento de las calles y bacheo, se hagan en las horas pico”, “Para no fregarse mucho lo chiche es señalar las miserias de los demás y esconder las propias”, “Nadie se hace cargo pero el que menos empuja bota un ropero de cuatro cuerpos” “Así como surgió ciudad mujer, pronto vendrán ciudad cipota, ciudad futbolista, ciudad pandilla, etc”, etc…
Me llamó la atención la diligencia del empleado al que le decían “casero” porque además de “Armar la piña” con habilidad y rapidez para iniciar cada juego, les acarreaba botanas, bebidas, cubos de hielo, etc. incluso los vales de consumo que uno de los protagonistas le arrebataba y lanzaba al interior de una buchaca. La pizarrita donde anotaban las incidencias del juego, por cierto siempre mal borrada, estaba clavada sobre una antigua columna de madera, contiguo a la mesita redonda. Marcaba que se habían jugado 33 mesas, lo que no era demasiado para cuatro y media horas que tenían de haber iniciado la jornada. Uno de los protagonistas que parecía tener cierto liderazgo en el grupo propuso finalizar hasta acabar con el contenido de la botella de vodka, independientemente del número de mesas que faltaban por jugar, lo que fue aprobado sin mayores comentarios. Antes de retirarme decidí también ir al mingitorio,había un rótulo desgastado que indicaba el lugar; sin embargo, fue mejor guía el acre olor y el piso mojado que le antecedía.
Médico.

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