“A los pobres siempre los tendréis con vosotros”, fue una frase lapidaria pronunciada por Jesús en Marcos 14:7, y a fuerza de ser sinceros, se cumplió a pie justillas durante miles de años. Pobres eran la mayoría en todas partes, en todos los reinos, en todos los países. Parece ser que en este gran laboratorio que es la existencia misma, la experiencia práctica sobre el terreno, hacía que esa profecía se cumpliese hasta que algo pasó… ese algo se llama capitalismo.
A lo largo del curso de la historia, ninguna creación humana, ni el cristianismo, ni el comunismo, ni la revolución agrícola, ha tenido un impacto positivo más rápido y en más personas que el capitalismo que se deriva de la libre iniciativa, la libre empresa y de, por supuesto, del libre intercambio de bienes, servicios e ideas. El sistema capitalista no es un milagro, no depende de un ente superior o místico que nos mire con benevolencia para sacarnos de la miseria; es algo humano, muy humano de hecho, ya solo el Homo Sapiens puede desarrollarlo y, al ponerlo en práctica, se convierte en una herramienta poderosa que ha dado a miles de millones de personas la oportunidad de colaborar, no de forma forzosa sino espontánea, para generar riqueza y de paso, permitir que mientras esa riqueza se genera, otros miles de millones de individuos y sus familias puedan ganarse el sustento.
Desde antes del Nacimiento de Cristo, la gente nacía y moría pobre. Un ciclo irremediable que ninguna religión, sistema místico o filosófico tuvo la capacidad de cambiar. Tan es así que era un tema usual en los cuentos de antigüedad que para que el héroe pudiese cambiar su sino, era necesario que encontrara un tesoro, se casara con una princesa o conquistara un reino; de otra forma, hubiera muerto igual de pobre como nació, el capitalismo cambió ese trágico destino. A partir de que nuestra libertad y derechos individuales, dentro del cual figura como principal la garantía a la propiedad privada, nos fue reconocido y asegurado por los gobiernos, nadie está obligado a vivir y mantenerse en la pobreza en que pudo haber nacido. El que estudia, trabaja, comercia, presta servicios o innova, puede romper cualquier ciclo de pobreza, incluyendo la pobreza ancestral. Ejemplos de ello los hemos visto por miles durante estos últimos dos siglos y seguramente se continuarán repitiendo mientras el mundo sea mundo.
Hace 200 años, el 85% de la población del mundo vivía en condiciones de pobreza extrema (definida por ingresos inferiores a $1 al día). En la actualidad y gracias precisamente a que en la mayoría de los países se ha instalado el capitalismo, ese nefando porcentaje se ha reducido al 16%. El capitalismo hizo el milagro, convirtiéndose en el verdadero redentor de los pobres, que ha permitido que todos, a través de nuestro esfuerzo, encontremos esa tierra prometida de la que mana leche y miel. No, no fue milagro, fue tu esfuerzo personal, trabajando, pensando e intercambiando en un ambiente de libertad, el que lo consiguió.
De acuerdo con el Angus Madison Index, los ingresos per cápita mundiales no han hecho más que subir desde el siglo XVIII, y no poca cosa, si comparamos nuestros ingresos con los obtenidos por una persona promedio de 1800, estos han experimentado un aumento del 1,000% y eso es solo para el tercer mundo, ya que, para los países del primer mundo, el aumento ha sido casi del doble. Para casos excepciones como Japón, profundamente capitalista, el aumento ha sido de 3,500%, siendo Corea del Sur un ejemplo a considerar ya que, de ser un país hundido en la miseria, al adoptar plenamente el capitalismo, resurgió de las cenizas multiplicando su PIB por 260 desde 1960 a la fecha.
En contra de las fantasías comunistas y socialistas que todavía se pregonan en algunas iglesias, partidos políticos y universidades profundamente influenciadas por las ideas de izquierda, fantasía que se han encargado de difundir ideas erróneas sobre el capitalismo, caricaturizando al capitalista como un Scrooge o un Rico McPato, avaros despiadados e insaciables, lo cierto es que los países capitalistas tienen una población que experimenta un nivel más alto de satisfacción vital. Para el caso, solo en los últimos cuarenta años, el porcentaje de personas malnutridas en el mundo cayó del 26% al 13%. De continuar esa tendencia (es decir, en caso de que el comunismo y socialismo continúen su franco retroceso especialmente en las desdichadas regiones y países que todavía lo mantienen como régimen de gobierno), se espera que en este siglo XXI en que vivimos, se podría erradicar el hambre de una vez por todas de nuestra historia.
El capitalismo nos ha redimido y nos ha salvado de nuestra pobreza ancestral. Lo bueno es que no le tenemos que rezar, ni siquiera tenemos que creer en él, lo único que tenemos que hacer es adoptarlo y dejarlo trabajar, de esa forma, quizás la profecía del Evangelio según San Mateo se convierta en una nota al pie de página de la luminosa Historia de la Humanidad.
Abogado, Master en leyes/@MaxMojica