No se puede negar que la reciente inauguración de la llamada biblioteca nacional ha tenido un impacto importante entre el público visitante del centro histórico de San Salvador. Las largas colas de personas que esperan ingresar y conocer el edificio sugieren varias lecturas; una primera y muy ingenua sería pensar que están muy interesadas en la cultura específicamente en la lectura y que esperaban ansiosamente la apertura de la biblioteca. Otra, más realista sería pensar que simplemente llegan a la búsqueda de novedades, que les interesa conocer el nuevo e imponente adefesio arquitectónico insertado sin más en medio de un centro histórico de características muy diferentes.
Ahora bien, conviene hacerse una pregunta: ¿qué pasará una vez se agote la novedad del nuevo edificio?, ¿qué es lo que los salvadoreños debieran esperar en una biblioteca nacional? Lo visto hasta hoy sugiere que, en realidad, lo que tenemos es una gran ludoteca nacional; eso ya lo dicho de algunos especialistas. Y no es algo del todo malo; con la debida orientación puede ser muy útil para niños y jóvenes.
Una biblioteca es un lugar de lectura, reflexión e investigación. Una “biblioteca nacional” debe además preservar y poner a disposición del público lo más representativo de la literatura y la historia de un país, “desde sus orígenes” hasta la actualidad. Esto supone tener en sus acervos libros, periódicos, revistas y tesis debidamente catalogados, conservados y disponibles para consulta. La antigua biblioteca nacional Francisco Gavidia conservaba diferentes colecciones de gran valor histórico, las cuales fueron retiradas y guardadas quién sabe dónde; queda la duda si estas volverán a ser parte de esta biblioteca.
En el momento en que esas colecciones nacionales históricas estén resguardadas y puestas a disposición del público en la biblioteca y cuando exista una política que determine ir agregando a dichos acervos lo nuevo que se vaya produciendo en el país, entonces tendremos una biblioteca nacional. Por el momento tenemos solo un atractivo más para que los salvadoreños pasen un rato agradable.
Debiéramos repensar entonces el significado de la cantidad de visitantes al nuevo edificio. ¿Significará algo diferente a las visitas a la remodelada plaza del Salvador del Mundo? Tan pocas ofertas de divertimento hay en la capital que una pila con agua y luces de colores hacen felices a muchos. Prueba de ello son los consabidos “selfies” que pululan en las redes sociales.
Hay que reconocer que este gobierno ha sabido identificar esas necesidades. Los salvadoreños se conforman con poco. Un centro histórico remozado, carreteras con iluminación de colores, unas mises haciendo tours planificados a lugares previamente desinfectados y todos felices con la ilusión de que ya somos país del primer mundo mundial. Y todo esto en un ambiente de plena seguridad, dice la propaganda gubernamental. De transparencia mejor no hablemos, que es claro no que hay manera de saber cuánto dinero nos costarán esos remozamientos que hoy nos deleitan. Una funcionaria tuvo un desliz y dijo que el concurso de marras costó cien millones de dólares. Pero rápidamente apareció otra diciendo que se habían generado ciento setenta y siete millones; negocio redondo si las fuentes fueran confiables, y no lo son.
De libertades tampoco podemos presumir, sino que lo digan los miles de vendedores que en cuestión de meses pasaron a ser lacra social. En este punto también ha tenido éxito el gobierno. Antes se hablaba reordenamiento, después de recuperación de espacios; hoy se dice espacios liberados. Y hasta la gente de pie lo dice. ¿Espacios liberados de qué? del desorden, de la suciedad, de las pandillas (que ciertamente estaban ahí). Pero también “liberados” de los pobres, que al fin de cuentas eran los que llenaban esos espacios.
En un país de primer mundo los pobres no caben, no se ven bien, no les gustan a los turistas. No son “cool”. Por lo tanto, hay que esconderlos, ya que no se pueden desaparecer. Pero basta con caminar cuatro cuadras al sur o al oriente del centro histórico y ahí reaparecen. Ahí están las champas de lámina o cartón, versión “rebusca” de las vitrinas de los centros comerciales.
Gentrificación le llaman los especialistas. Son procesos de rehabilitación urbanística y social de zonas urbanas deterioradas; estos procesos requieren desplazar a los vecinos empobrecidos y a los vendedores ambulantes. Su lugar será ocupado por otros de un nivel social y económico superior. Estos fenómenos son campo de estudio idóneo para los sociólogos, pero hace rato que la sociología no se practica en este país.
Rehabilitar el centro histórico era una deuda acumulada por décadas. Construir un lugar adecuado para la Biblioteca Nacional también. Pero la forma cómo se ha hecho, deja muchas dudas sobre las prioridades del actual gobierno. Por un lado, se ha criminalizado y marginado a los vendedores sin ofrecerles alternativas. De la biblioteca importa el estuche, no el contenido; para tener algo que ofrecer a los visitantes, el gobierno tuvo que comprar de emergencia casi toda la librería de la UCA. Realizar el concurso de Miss Universo solo buscaba promover al gobierno y al país a nivel internacional. Corrijo, promover al presidente, al gobierno y al país. En ese orden.
Se acerca la temporada navideña, y seguramente veremos muchas más luces de colores, muchos conciertos y cuánto espectáculo pueda distraer a los salvadoreños. Mario Vargas Llosa dice que vivimos en una civilización del espectáculo, en la que el entretenimiento ocupa un lugar privilegiado. Advierte que solo un puritano rechazaría la pretensión de pasarla bien de vez en cuando, pero convertir esa propensión en valor supremo termina banalizando la vida. Hoy en día, El Salvador es un país artificioso, rebosante de banalidades. Y aunque parezca un sin sentido, la idea de fondo es que esas banalidades se conviertan en votos.
Historiador, Universidad de El Salvador