Hace meses que tenemos claro que El Salvador avanza con pasos agigantados hacia el peñadero de la autocracia. Muchos viven ya con miedo y ni siquiera se atreven a opinar sobre lo que sucede en este país. Algunos ya se fueron y dieron todo por perdido o simplemente ya no les interesa. Otros planifican su retirada porque el cansancio y las frustraciones pudieron más. Unos pocos más se quedan, y entre ellos hay quienes simplemente pretenden ser espectadores de los acontecimientos y otros que sí quieren dar batalla hasta donde el último aliento se los permita. La gran pregunta es: ¿qué es lo que realmente vale más la pena?
El país no cuenta ya con un sistema de pesos y contrapesos en el que prime la institucionalidad y la independencia de la misma. La justicia se ha reducido al placer y capricho de una sola persona y la crisis económica ahoga a la mayoría. Podría seguir enumerando muchas más tristezas de esta realidad nacional pero la lista es larga y ya llegamos a un punto en el que estamos hartos de escuchar lo mismo. El país ya se fue al carajo, así de simple y por no decir más. Por supuesto que es frustrante, triste y en ocasiones hasta devastador. En resumen, la dictadura se consolida al mismo tiempo que el país se desmorona; ante ello unos se van y otros se quedan. ¿Qué hacemos con eso? ¿Cómo se come? ¿Qué es lo que sigue?
En menos de un año, los partidos políticos tendrán sus procesos internos para definir a sus candidatos y candidatas a la Asamblea Legislativa, Concejos y a la Presidencia y Vicepresidencia de la República. Repito, en menos de un año. Cuando esto suceda, el reto electoral será enorme y probablemente marque un hito importante en la historia de El Salvador. Este suceso puede que sea la última carta democrática para que la República resista ante la autocracia que hoy manosea y viola la Constitución que rige a este país. Nuevamente, habrá quienes deseen continuar con su rol de espectadores, pero habrá otros que sí buscarán contribuir bajo el rol de protagonistas responsables. Y es importante decir que esta disputa, a corto plazo, debe ser de protagonistas y no sobre un único protagonista.
Es cuestión de meses para que todas las piezas estén sobre el tablero. La propaganda oficialista ya se ha adelantado y están alistando su relato presidencialista al mismo tiempo que buscan dañar a cualquier opositor con agallas que sea capaz de disputar espacio para el 2024. Lo cierto es que hay desgaste del oficialismo por su rotundo fracaso en sus municipalidades, hay decepción y rencor ante el Régimen de Excepción y prima una especie de nuevo sentimiento que reclama más balance al interior de la Asamblea Legislativa. Por eso es que ellos enaltecen sus encuestas, porque ante más desgaste, más deben sacar a relucir el nombre de su figura central. Pero para estas próximas elecciones, las personas saben que esto va más allá del mismo de siempre. Y en hacer esa distinción, está la clave.
Entonces, ¿qué es lo que vale más la pena? No pretendo demonizar a los espectadores y tampoco ensalzar a los protagonistas. Cada individuo posee una realidad distinta. Así que responderé a esa pregunta con una valoración enormemente personal: si tengo la oportunidad de dar lucha para proteger aunque sea un milímetro de nuestra República, lo haré. Años más tarde, independientemente de lo que el futuro le depare a El Salvador, a mis nietos o cualquier otra persona de las siguientes generaciones, le quiero contar con fervor hasta qué punto me dio el aliento en esta parte de la historia que hoy estamos viviendo.
Comunicólogo y político