Uno de mis hermanos subió a nuestro chat un impactante video de tres minutos que muestra el momento en que se ofrecen unas gafas especiales a distintas personas que sufren de acromatopsia, una rarísima enfermedad de la vista que vuelve a las personas que la padecen, ciegas a todos los colores. Ven todo en blanco, negro o en tonalidades de gris. Pero no solo eso. Estas personas también ven borroso, son hipersensibles a la luz y, por si fuera poco, muestran poca agudeza visual.
El vídeo emociona porque nos hace espectadores de las reacciones inmediatas y espontáneas de algunas personas que padecen de acromatopsia a quienes les dan estas gafas que les hace ver, por primera vez en su vida, las cosas claras y en sus colores “originales”. El vídeo muestra hombres y mujeres; niños, adolescentes, jóvenes, adultos y viejos. Sin importar la edad o el sexo, todos se emocionan y lloran. Todos, todas, hasta quienes vemos el vídeo. Miento. Hay uno que no lo hace: un atlético joven que en el medio minuto durante el cual nos lo muestran, todavía no se termina de creer lo que mira: sale al parqueo del edificio donde vive y camina hasta la cerca limítrofe de la propiedad. Como es más alta que él, se empina para ver al otro lado donde hay árboles y arbustos. Voltea, mira para el otro lado y, así, sigue descubriendo ese nuevo mundo que mira.
Al primer chico que nos muestran es, quizás, el más impresionante de todos. Un joven de 15 o 16 años que, al segundo de ponerse las gafas emite una expresión de asombro, bota el estuche de los lentes y empieza a caminar para atrás, asustado, impresionado, sin creer lo que está viendo, como protegiéndose de esa avalancha de colores que ve por primera vez en su vida. Tocó mi corazón también el último: un veterano que, cómodamente sentado en una silla en su jardín cuando le dan el regalo (muy probablemente celebrando su sexagésimo noveno cumpleaños), no demora ni dos segundos en tirar de un manotazo al suelo el empaque del regalo mientras con la otra se quita los anteojos mágicos para poder secarse las lágrimas que han brotado incontenibles al ver la realidad en todos sus colores. Llora. Se los vuelve a poner solo para quitárselos de nuevo y llorar. Se le acerca la hija mayor y, quizás sintiendo ese apoyo emocional, vuelve a ponérselos y mira con mayor detenimiento los intensos colores de los globos que resaltan contra el verde de la grama. Terminan el vídeo con la imagen del hombre llorando sin consuelo posible, pero de emocionada alegría.
La primera vez que lo vi dudé de la existencia de tal condición y de lentes tan maravillosos. Google me convenció de la veracidad de ambos: el trastorno retiniano y la existencia de los lentes. Maravillas de la tecnología, me dije. Me alegró oírme decir eso a mí, que últimamente me he preguntado muy en serio cuánta responsabilidad le cabe a la invasión tecnológica que sufrimos en el deterioro del mundo que nos entregaron. Y recordé a mi madre. El siglo pasado, no recuerdo exactamente el año, el Dr. Napoleón Candray la operó, con éxito rotundo, de las cataratas que presentaba. A pesar de lo difícil que nos resultaba conseguir que ella se estuviera acostada, logramos mantenerla en reposo todo el tiempo que el doctor recomendó. Acudimos luego, moviéndola con sumo cuidado, a la consulta en la que le retirarían el vendaje y la revisaría el doctor, a quien ella siempre, desde antes de esa operación, quiso mucho. De regreso en la casa, nuevamente reposando en su cama en contra de su propia voluntad pero por órdenes del médico, me llamó quedito moviendo su mano para pedirme que me le acercara. Comprendí que deseaba preguntarme algo que no quería que fuera escuchado por los demás. Obediente, acerqué mi oído a ella y con voz igual de queda dije: “¿Sí, mamá?” preparándome para escuchar algún profundo secreto. “Decime, hijo, …la puerta de mi cuarto… ¿siempre ha tenido ese color tan bonito?”.
No podrán los tecnólogos, me pregunto a propósito del vídeo, hacer unos lentes para los políticos salvadoreños, para todos los salvadoreños mejor, que nos enseñen a ver todos los colores de la vida y no pasemos viendo las cosas sólo en blanco y negro. ¿Y que esos colores no dependan del gobierno que tengamos: blanco es todo lo que yo hago, negro es todo lo que hicieron los demás? Necesitamos con urgencia un “Ministerio de Seguimiento”: uno que se encargue de rescatar y mantener lo que de bueno vayamos consiguiendo para que podamos, en verdad, avanzar como país y no parezcamos, como lo hemos de parecer, pequeños hámsteres corriendo desaforadamente hacia ningún lado sobre una rueda que gira sobre su propio eje.
Psicólogo/psicastrillo@gmail.com