Hace más de 100 años que Alberto Masferrer escribió una de sus obras más icónicas, “Leer y escribir”, siendo este un instrumento indispensable para la cultura salvadoreña, o al menos eso debió ser. Su argumento central sostiene que el desarrollo social debe tener como componente principal a la educación, y que para ello es fundamental leer y escribir, porque el analfabetismo frena el desarrollo de cualquier nación. Hoy en día, en medio de estos tiempos de autoritarismo que atraviesa El Salvador, combatir el analfabatismo digital es la llave para contrarrestar a cualquier tirano, como bien señaló Masferrer en su tiempo: “Tal como la vida está organizada en nuestros tiempos, un pueblo analfabeto será, sin remedio, el esclavo de un grupo de perversos de su propio suelo, o la presa fácil de cualquier nación poderosa que desee absorberlo o dominarlo”.
Los salvadoreños siempre hemos velado por la educación propia desde nuestro metro cuadrado. El fomento de la cultura y de una dinámica social de tolerancia nunca ha sido una construcción colectiva prioritaria, esto último, además de afectar directamente a la cultura ciudadana que ha heredado este país, nos pone en desventaja ante la desinformación digital tan voraz que atraviesa El Salvador. Y esto se conceptualiza como analfabetismo digital; el hecho de no reconocer un medio digital falso, una cuenta falsa en cualquier red social, un video editado malintencionadamente y otros productos de la desinformación, ha permito que como sociedad nos enfrentemos entre nosotros e ignoremos los malestares que han provocado quienes hoy gobiernan teniendo como brazo derecho un aparato de propaganda mordaz. Un amigo muy cercano, profesional en temas de gestión de conocimiento, describe este fenómeno como una Dictadura Algorítmica.
La hipótesis es sencilla: una sociedad más educada, no solo en términos culturales sino también bajo una lógica digital que responda a las necesidades de esta era tecnológica que se vive aceleradamente en todo el mundo, será una sociedad más preparada para entender y escoger de mejor forma a sus gobernantes, así como participar de esos procesos también. La pregunta del millón es: ¿quién tiene la mayor responsabilidad de este asunto? Por supuesto que el Estado, pero tomando en cuenta los tiempos que atraviesa El Salvador, la responsabilidad se amplía y recae con gran urgencia en la academia y organizaciones sociales capaces de aportar en materia educativa a los sectores más vulnerables de este país.
La educación siempre ha sido una huérfana permanente en la gestión de cada gobierno, en algunos más que otros. Pero el gobierno que actualmente tenemos, que lidera desde el populismo falaz y desde el autoritarismo, ha trazado como un enemigo tácito a la educación. Cualquier elemento que ayude a combatir la desinformación es un enemigo de primera línea para este gobierno. Por ello es que la ruta democrática que requiere este país para que su República siga en pie se define en gran medida en una alta dosis de educación digital, priorizando el futuro de las nuevas generaciones pero dotando de conocimiento y herramientas a la generación de adultos mayores en el presente. Esta temática posee una premisa universal: el problema no es la tecnología, sino el uso que se le da. Si el gobierno usa la tecnología con fines oscuros, la única forma de combatirlos es cuando la ciudadanía aprenda a darle un uso positivo y sensato a la tecnología.
Hace un centenar de años la mitad de la población salvadoreña no sabía leer y escribir, ahora los índices de alfabetización hasta 2018 llegaban a un 89,01 % según la UNESCO. Dicho esto, debemos comprender que el reto es más humano que tecnológico. Un algoritmo nunca distinguirá entre lo falso y lo verdadero; a diferencia de la obra “1984” de George Orwell, no puede existir un Ministerio de la Verdad y menos un algoritmo de la verdad.
El futuro nos demanda una sinergia robusta entre el periodismo y la academia, para que de esta forma la ciudadanía participe de un cambio cultural que logre combatir la desinformación que hay en internet. En ese sentido, la revolución más grande que puede surgir en estos tiempos, es la de la alfabetización digital.
Comunicólogo y político