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Trump: ¿Un “tonto útil” o cómplice de Putin?

En estos momentos tan turbulentos, merece la pena destacar que el término “tonto útil”, acuñado por Lenin, se usaba durante la Guerra Fría para definir a quienes cooperaban de forma voluntaria con la causa del comunismo convencidos de que era una loable utopía.

Por Gina Montaner
Periodista

Si uno consulta en Wikipedia, la expresión “tonto útil” se emplea para describir a “una persona que cree que está luchando por una causa, sin comprender plenamente las consecuencias de sus acciones”. Además, dicha persona, según la enciclopedia digital, es “manipulada” por líderes de la “causa” o “agentes políticos” que se aprovechan de ella. Ante el giro radical que ha dado la administración de Donald Trump en relación a Rusia, es inevitable preguntarse si el presidente estadounidense se ajusta a esta definición o, si, por el contrario, es un compinche en toda regla de su homólogo ruso, Vladimir Putin.

En estos momentos tan turbulentos, merece la pena destacar que el término “tonto útil”, acuñado por Lenin, se usaba durante la Guerra Fría para definir a quienes cooperaban de forma voluntaria con la causa del comunismo convencidos de que era una loable utopía. O sea, actuaban bajo engaño porque, como lo ha demostrado la historia, el experimento marxista, lejos de ser modélico, se fundamentaba en la más feroz opresión. Si Trump fuera un genuino “tonto útil”, sería víctima de una vana ilusión: Putin es un líder con buenas intenciones que piensa en el bien de la sociedad rusa y de Occidente. Sin embargo, de todos es sabido que es un déspota que persigue, e incluso manda a asesinar, a quienes denuncian sus atropellos. En política exterior, el gobernante ruso exhibe una insaciable sed imperial que lo llevó a anexionar a Crimea por la fuerza en 2014 y hace más de tres años invadió Ucrania con una guerra que ha dejado cientos de miles de muertos; por no hablar de una agresiva política de desinformación con el objetivo de debilitar a la Europa democrática por medio de aliados ultra en la región como el húngaro Viktor Orban y, al otro lado del continente, el movimiento MAGA, encabezado por Trump y su vicepresidente, J.D. Vance. Por supuesto, para la historia de la infamia universal queda el espectáculo de ambos acorralando al presidente ucraniano Volodomir Zelenski en un encuentro en la Casa Blanca que fue la escenificación del fin de Estados Unidos como aliado del mundo libre.

Pero Trump –con una trayectoria como empresario que lo ha llevado a los tribunales más de una vez por manejos poco escrupulosos–, difícilmente es manipulable porque en su ADN no hay una gota de ingenuidad. Y desde que saltó a la arena política en 2016 sus maniobras han sido fríamente calculadas, sin perder de vista los réditos que pueda sacar de cualquier negociación. O lo que él llamaría “The art of the deal”, siempre en sus propios términos, con amenazas y un lenguaje que oscila entre la condescendencia y el insulto.

Nada de lo que el mundo está presenciando con una mezcla de indignación y estupor es producto de la improvisación. Ahí están las hemerotecas y los vídeos en la campaña electoral de 2016, cuando la demócrata Hillary Clinton (en 2024 también lo hizo Kamala Harris) alertaba en los debates de que Trump era un “títere” de Rusia. Fue en aquel convulso ciclo electoral cuando el republicano “animó” a Rusia a “hackear” los correos electrónicos de su adversaria presidencial. Dicho y hecho. El Kremlin interfirió en las elecciones con el fin de favorecer a su candidato (Trump), quien finalmente venció a Clinton en las urnas. Una vez instalado en la Casa Blanca, nunca ocultó su admiración por el mandatario ruso y tampoco disimuló su aversión a la OTAN y a la Europa que se defendía de los embates rusos. En 2019 Trump le pidió al presidente Zelenski que “cooperara” con la caza que su administración desató contra el ex presidente Joe Biden y su hijo Hunter por un caso de supuesta corrupción que nunca se probó. Posiblemente ese fue el inicio de su ojeriza contra el presidente ucraniano por negarse a hacerle el trabajo sucio.

En este retorno a la Casa Blanca, el republicano, completamente alineado con Moscú, se la tenía jurada a Zelenski. No se trata de que comparte ideología con Putin, ya que lo que une a estos dos personajes son los intereses que cada uno tiene: el ruso no ceja en su empeño de fagocitar Ucrania y otras regiones vecinas. El estadounidense ve la oportunidad de explotar las codiciadas tierras raras en Ucrania y presiona al mandatario de ese país al paralizar la ayuda militar y de inteligencia que necesita el ejército ucraniano para hacer frente a la agresión rusa. En la actualidad, ni Washington ni Moscú son de fiar en cuanto a garantizar la seguridad de Ucrania por medio de un acuerdo de paz (Trump está obsesionado con aspirar al Premio Nobel de la Paz a cualquier costo) que se parecería más al reparto del botín entre dos filibusteros.

Descartemos el papel de Trump como “tonto útil” en este nuevo tablero geopolítico, ya que todo apunta a que es un cómplice que de buena gana favorece, y de paso saca provecho, a un enemigo de la libertad como Putin. Eso no le quita el sueño a un sujeto que cada día que pasa se ajusta más a la definición de “dictador”. De esto también avisó el general republicano John Kelly. Siempre olió a chamusquina antes de que todo ardiera. [©FIRMAS PRESS]

*Twitter: ginamontaner

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