La reflexión sobre la política, o el modo humano de organizarse para vivir en sociedad ha sido una constante desde los tiempos más antiguos. Debemos a los griegos clásicos brillantes tratados sobre el tema.Y tanto los pensadores medievales -con Maquiavelo y Tomás de Aquino a la cabeza-, como los tratados modernos de autores clásicos: Locke, Kant, Adam Smith, Marx… han forjado las sociedades y el mundo tal como lo conocemos.
La democracia moderna liberal, y las otras corrientes políticas en funcionamiento en muchas partes del mundo (social democracia, socialismo, ecologismo, comunitarismo, etc.), beben de todos esos pensadores y de muchos más cuyo elenco sería muy largo citar.
En realidad, con poco que se reflexione, uno puede darse cuenta de que el humanismo, en cuanto programa educativo y de saber que versa sobre las ciencias humanas: historia, política, ética, literatura, filosofía, sociología, filología… etc.; en contraposición a lo que suele llamarse ciencias experimentales o positivas, ha estado siempre en la base de la concepción que el ser humano ha tenido sobre sí mismo: desde que es imagen de Dios, como en el cristianismo; hasta que es un “homo economicus”, como en el marxismo; pasando por el “homo homini lupus” de Hobbes o el contrato social de Rousseau; y, por supuesto, la concepción de sociedad o vida en sociedad que regula las relaciones sociales a través de la teoría política.
Por todo ello, una de las mayores desgracias que puede venirle a una sociedad es estar gobernada por un grupo político sin fundamentación teórica, sin formación humanística, sin posibilidades de trascender el interés económico-político-propagandístico. Pues cuando eso sucede todo se diluye en la pura y dura lucha por el poder, en manejar la aritmética legislativa,y sobrevolar sobre las leyes considerándose exentos de su observancia y cumplimiento.
Cuando las personas que gobiernan no tienen un sustrato y un fundamento intelectual, los ciudadanos están sujetos a los vaivenes de las circunstancias (si no a sus caprichos), y la gente, simplemente, no sabe qué esperar fuera de saber que quien detenta el poder está más interesado en realidad en llevar a término sus intereses que trabajar por el bien de la gente, por el bien común, o por plegarse al Estado de Derecho.
Ha pasado en Chile, con el fracaso de Boric a la hora de unificar el país y lograr echar a andar una Constitución que refleje de verdad todas las tendencias de pensamiento; pasa en Nicaragua con un gobierno claramente enfocado en la permanencia de la pareja presidencial y la sumisión de los grandes empresarios a tenor del lema que reza que lo importante es la riqueza “mía de mí”; está pasando en México con los disparates populacheros del presidente actual que un día dice una cosa y al día siguiente se contradice en sus conferencias mañaneras… etc.
En todos los casos se echa en falta un pensamiento de base, unos principios teórico-filosófico-antropológicos que puedan dar confianza a los ciudadanos con respecto a por dónde va a tirar el gobierno. Aunque, examinando más detalladamente el tema, sí que se descubren unos principios constantes de actuación en esos países: el propio interés de quienes tienen el poder y, por supuesto, la aniquilación de la “competencia” (pues en puridad ni siquiera se le podría llamar oposición política) con la finalidad de sacar adelante su más o menos egoístas intenciones.
Con todo lo anterior no quiero decir que la política deba ser exclusivamente teórica, sino más bien poner el dedo en el renglón para reflexionar y hacer notar cómo una sociedad en la que gobiernan personas sin formación, sin estudios, sin fundamentación filosófica-política-antropológica, abocadas únicamente al interés inmediato, está destinado, como lo muestra la historia, primero al caos, y luego a la rebelión popular. Para muestra un botón: Sri Lanka y la renuncia de su presidente por presión popular.
Ingeniero/@carlosmayorare