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The three amigas

Quizás es tiempo de meditar si somos nosotros mismos quienes nos estamos negando la paz que tanto decimos anhelar. ¿Cómo les vamos a explicar a nuestros hijos, a nuestros nietos, esta parte de nuestra historia? ¿Qué le vamos a contestar a nuestros nietos que qué hicimos? ¿Decirles que pasábamos comentando en un rotativo, deseándole la muerte a alguien que no conocíamos? ¿O que decidimos ser artesanos de la paz?

Por Carmen Maron
Educadora

Hace unos días, nos encontramos con dos amigas con quienes no nos veíamos desde la pandemia. Una es simpatizante del gobierno de turno, la otra era fiel cuidadora de urnas de ARENA y yo que nunca hice mucho más que ir a votar.

   Hablamos de muchas cosas: los hijos de ambas ya a punto de graduarse, mi interés en trabajar con textiles, recuerdos de juventud cuando las tres éramos maestras. Fue una noche alegre, especialmente porque yo estaba pasando por un momento duro.

     En estos días, confusos para el país, uno quisiera que lo que mis amigas y yo hicimos sobre tazas de café-hablar, recordar, dialogar, fuera algo que ocurriera a nivel país. Es difícil, realmente, para mí, entender que ganamos con el odio visceral que parece permear toda la sociedad.

     Verán, que yo no este de acuerdo con una ni con otra no hace que valgan menos como personas. Muchas veces tenemos que recordar los momentos en que las personas, más allá de sus puntos de vista políticos, nos ayudaron. En el 2010, mi amiga que ahora comulga con Nuevas Ideas me ayudó a entender que tenía que enfrentar lo que yo pensaba era un embarazo no deseado. Mi amiga que cuidaba urnas me acompañó una noche en que tuve que ir al hospital por uno de mis tantos males.

       Nos hemos vuelto en una sociedad vengativa y llena de odio, que juzga y arremete en contra de, que asume con juicios temerarios. Nos hemos convertido en una sociedad carente de empatía, que ya no valora la vida, ni la lealtad, ni la unión familiar. Nos hemos vuelto una sociedad que ya no ve a las personas como individuos sino como colores-rojo, azul-blanco-rojo, celeste. ¿Cómo podemos esperar ser un país pacífico si nuestro hobby es odiar al que no piensa como nosotros y esforzarnos por mostrarnos impávidos al dolor ajeno?

       Al final de la noche, después que me desahogué y conté mis malas noticias,mis dos amigas me abrazaron, me aseguraron que estaban allí por mi, siempre. Me volvieron a abrazar en el parqueo, a pesar de las sombrillas. Y así cada una se marchó a su casa, con su pasado, con su presente, con su punto de vista y sus creencias. Mañana, puede ser otra y yo sé que estaremos allí.

       Monseñor Romero decía: “No puede nacer lo que no se siembra, no se puede cosechar lo que no se siembra. ¿Cómo vamos a cosechar amor en nuestra República, si sólo sembramos odio?”.

  Quizás es tiempo de meditar si somos nosotros mismos quienes nos estamos negando la paz que tanto decimos anhelar. ¿Cómo les vamos a explicar a nuestros hijos, a nuestros nietos, esta parte de nuestra historia? ¿Qué le vamos a contestar a nuestros nietos que qué hicimos? ¿Decirles que pasábamos comentando en un rotativo, deseándole la muerte a alguien que no conocíamos? ¿O que decidimos ser artesanos de la paz? ¿No creen que cuarenta y cinco años de explicaciones no son suficientes? Son literalmente dos generaciones que en toda justicia tienen que decir “nos hicimos del ojo pacho”.

       Quizás es tiempo de pensar que la paz en todas sus dimensiones es la decisión de valorar al individuo, especialmente al pobre y desposeído. Quizás es hora de comenzar a establecer una cultura de paz hasta en el trato con la familia y los vecinos. Quizás es hora de pensar cómo El Salvador puede alcanzar la dicha de la paz a través de cada uno de nosotros.

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