Cada mañana, cuando uno empieza a enterarse de las noticas, ya no sorprende leer que a este o a aquel país le ha caído un nuevo arancel, que a otro le quieren robar una parcela de su territorio, que un nuevo grupo de nacionalidades entrarán en categoría de “deportables”, o que se ha declarado una nueva emergencia nacional que permitirá al “presidente más poderoso del mundo” firmar un decreto ejecutivo ad hoc para paliarla.
Para sortear una fuerte ola, cuando uno está en la playa, pueden hacerse tres cosas: salirse del mar, enfrentarla a pecho descubierto, o sumergirse y dejar que pase con toda su potencia sin sufrir las consecuencias. Sin embargo, las olas que se levantan en el mundo de la geopolítica son difícilmente esquivables, así que muchos países no tienen más remedio que enfrentarlas y mejor ponerse de proa para evitar que el vendaval termine por hacerles tanta agua que sea imposible de achicar. O… aprovechar el impulso y surfear las olas sacando limonada de los limones.
Si hemos descubierto una novedad en los primeros meses de este año, es que los organismos supranacionales y el multilateralismo cada vez parecen menos útiles ante la embestida del líder político del país con la economía más importante del planeta, que ha escogido imponer sus condiciones (primero económicas, y esperemos que nunca militares) para salirse con la suya.
Un mundo que se despertó globalizado en un cierto momento, hoy día se ve a sí mismo polarizado… una polarización asimétrica que tiene en un extremo la economía más poderosa del planeta y en el otro, a todas las demás. Con el agravante de que ese abigarrado conjunto de economías no termina por ponerse de acuerdo (de hecho, la unión de los diversos se mira siempre extremadamente complicada), y al final no le quedará más remedio que poner en práctica aquello de que el enemigo del enemigo es mi amigo… uniéndose para contrarrestar las embestidas, y aprendiendo a navegar como una flota en el proceloso mar de la geopolítica hodierna.
Y así, vamos pasando de la globalización a una política de antagonistas. Europa, que ya contaba con la UE, está trabajando para reforzar la unión y apoyarse en economías de escala, mientras China intenta ganar aliados (económico/políticos) entre los países del mal llamado tercer mundo, mientras América Latina en general, y Centroamérica en particular, continúa con su acostumbrada política de verse cada país su ombligo e ignorar los intereses comunes, al mismo tiempo que se hace énfasis más en las diferencias que en las coincidencias.
El caso de América Latina es peculiar. Cuando se aplicó el plan Marshall en Europa hubo una propuesta para nuestro continente por parte, también, de los Estados Unidos, bajo el lema monroniano: “América para los americanos”; y se inició un trabajo de cooperación que pretendía ser de empoderamiento para los países latinoamericanos, pero terminó siendo una especie de clientelismo, que llevó a algunos intelectuales, como César Vallejo, a pensar, y escribir, algo tan lapidario como “¿hasta cuándo estaremos esperando lo que no se nos debe?”… una declaración que retrata muy bien al latinoamericano con la mano extendida que espera que “alguien” le dé unas migajas a las que -piensa- tiene derecho ¿?.
Una mentalidad que, tengo para mí, ha permitido a algunos países latinoamericanos sustituir al “sugar daddy” americano… por el chino. Y enredar con los intereses de los gigantes norteamericano y asiático para “jugar a ser listillo” y pensar que tiene futuro mantener encendidas una vela a Dios y otra al diablo. Hay, entre los políticos latinoamericanos, quienes siguen creyendo en la soberanía, en las relaciones de tú a tú con las potencias mundiales, en la autodeterminación de sus propias naciones. Pero también están los políticos pragmáticos, que venden el alma al diablo por un puñado de dólares (o de yenes), apostando al corto plazo.
Ingeniero/@carlosmayorare