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¿Presidente-alcaide o Presidente-alcalde?

La elección del presidente Bukele no se explica por la calidad y seriedad de sus propuestas, sino por el hartazgo y desencanto de la población con los gobiernos anteriores. Su popularidad es producto del manejo comunicacional de ciertas medidas exitosas, la mayor de ellas: la seguridad. Aparte de eso, hay poco que mostrar.

Por Carlos Gregorio López Bernal
Historiador

Es bien sabido que las redes sociales son uno de los principales pilares de la popularidad presidencial. Ahí hay un trabajo muy bien coordinado desde las cuentas presidenciales, institucionales, de funcionarios y de troles que trabajan al unísono impulsando temas con el objetivo de marcar tendencia, que se vuelvan virales. Hay dos temas que se mantienen muy presentes en esos medios: seguridad y centro histórico.

En el primero, los argumentos más recurrentes son dos: la cantidad de presuntos pandilleros encarcelados bajo el régimen de excepción y la sostenida reducción de homicidios. En la última conferencia del gabinete de seguridad se dieron datos puntuales: 84,260 "terroristas" capturados, y la incautación de 10,438 vehículos, 21, 616 celulares y 4,548 armas.

En el segundo la cosa es más complicada. No hay información cuantitativa sobre el centro histórico porque podría ser contraproducente. Por ejemplo, ¿cuántas cuadras han sido intervenidas y a qué costo? ¿Cuántos vendedores informales han sido expulsados de dichos espacios? ¿Cuántos comercios formales han sido expulsados del centro para dar espacio a los nuevos negocios? ¿Cuántos millones nos cuestan esos cambios? y la pregunta del millón ¿quiénes son los inversionistas que se están beneficiando de esos cambios? No, no conviene dar números. 

El centro histórico es un tema visual. Las redes sociales están literalmente inundadas de fotografías y videos. Ciertamente que ha habido mucho ingenio y creatividad en ello. Es plausible afirmar que son las cuadras que tienen el mayor número de fotografías por metro cuadrado; no por metro cúbico. Que no solo se trata del suelo, sino que se fotografía y se graba hacia arriba, desde arriba, desde un ángulo, desde el otro. Y las mismas tomas se hacen en diferentes momentos: en la mañana, a mediodía, al atardecer, por la noche, etc. Las estelares son las nocturnas, por aquello del encanto de las luces led. Hay quienes ya se hastiaron del centro, sin haberlo visitado. Hastío digital será.

Pareciera entonces que tenemos una presidencia con un problema de identidad. Por un lado, hay una obsesión con el tema de seguridad. Un país seguro, pero en el que abundan los gestos abusivos y autoritarios, tanto como para encarcelar a unos trabajadores de la DOM que se atrevieron a protestar para exigir el pago de sus salarios. Tanto como para cambiar la ley y llevarnos al nivel de cero tolerancia al alcohol. Personalmente, esto último no me afecta en lo mínimo, pero lo veo como parte de una cruzada autoritaria y seudo moralista de malos presagios.

El autoritarismo y la intolerancia tienden a esparcirse. "Confirmado: todo uso o todo rastro de la ideología de género lo hemos sacado de las escuelas públicas", dijo el ministro de educación hace casi un año. ¿Somos mejor país por eso? Es preocupante que el estado de excepción se ha normalizado y cada prórroga es menos noticia. ¿será que nos estamos acostumbrando a ello? ¿Iremos en la vía de tener un presidente-alcaide? ¿Será por eso que en redes sociales abundan tanto los videos sobre las cárceles salvadoreñas?

Por otro lado, la obsesión con el centro histórico perfila otra faceta de la identidad presidencial. Transformar el centro en beneficio de oscuros intereses. Apuesta que ha borrado prácticamente del escenario político al alcalde de San Salvador. No se le ve por ningún lado, no figura. La gente asocia el centro histórico con la gestión presidencial.

Pareciera entonces que también tenemos un presidente-alcalde, cuyo mayor éxito se reduce a la "liberación" del centro histórico de vendedores informales, bolitos y otros indeseables y a promover un nuevo tipo de inversiones en las que los empresarios y comerciantes tradicionales no tienen cabida.

No importa que hayan trabajado ahí por décadas, ni que hayan sostenido negocios que sobrevivieron a terremotos, guerra civil, dolarización, pandilleros y mil plagas más. Pienso para el caso en las "Cien mil llaves" y tantos otros. El problema es que San Salvador es mucho más que el centro histórico. Y fuera de ahí no se ve ni el trabajo del gobierno central ni de la alcaldía. Por algo será que los inconformes, esos que desdeñosamente llaman el tres por ciento, cada vez reclaman qué se hace por el resto del país.

¿Cómo explicar esta situación?

Es que no tenemos un plan de gobierno. Tuvimos promesas, y de esas hay muchas incumplidas. Por ejemplo, las quince promesas a la Universidad de El Salvador. Eso fue para el primer periodo, que para el segundo ni siquiera hubo campaña electoral, menos un plan de gobierno. Ni siquiera un nuevo gabinete. Pareciera que se trabaja vía ocurrencias, no siempre realizadas, pero todas debidamente publicitadas. Por ejemplo, el Bitcoin y la etérea e inefable Ciudad Bitcoin, el tren del Pacífico y su aeropuerto. De repente, vino otra revelación, casi una especie de teofanía que solo se manifiesta a un escogido: "Dios colocó un gigantesco tesoro bajo nuestros pies". ¿Qué otra cosa podría ser sino minerales?

Hoy resulta que el futuro del país está en la minería. Después hubo un desliz. "Estudios realizados en solo el 4% del área potencial identificaron 50 millones de onzas de oro, valoradas hoy en $131,565 millones".

¿No que era Dios el de la idea? ¿Para qué los estudios? Eso es para hombres de poca fe. Peor todavía; a una diputada le dio por preguntar dónde estaban los estudios de marras.

La elección del presidente Bukele no se explica por la calidad y seriedad de sus propuestas, sino por el hartazgo y desencanto de la población con los gobiernos anteriores. Su popularidad es producto del manejo comunicacional de ciertas medidas exitosas, la mayor de ellas: la seguridad. Aparte de eso, hay poco que mostrar. Una explicación más profunda del fenómeno nos llevaría al tema de la ciudadanía. Y mientras peor sea la calidad de la ciudadanía, mejor le irá al gobierno. Mientras los salvadoreños valoren más la seguridad que el respeto a la Constitución, o la independencia de poderes, o la transparencia, tendremos gobierno para rato. Todo irá bien mientras la población siga embelesándose con lucecitas led al anochecer.

El problema es que cada vez hay más gente preguntando, pensando. Algunos comienzan a reclamar. Cosas como esas son el principio de la ciudadanía. Ser ciudadano no es votar cada cierto tiempo.

Ser ciudadano es pensar cada día cómo está el país, qué se hace con los impuestos, por qué se hace tal cosa y no otra. Ser ciudadano es cumplir deberes y exigir derechos. Bien dice la española Rosa María Díez: "Cuando los ciudadanos dejan de prestar atención por la política llegan a las instituciones políticos que no prestan atención a los ciudadanos". 

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