Las décadas de 1960 y 70 fueron tiempos de transformaciones económicos, políticos y culturales. En la primera se comenzó a cosechar los cambios económicos impulsados desde 1948. Creció la industria, se diversificó la agricultura de exportación y tomó forma el Mercado Común Centroamericano. Los dos primeros gobiernos del PCN se caracterizaron por la apertura política, aunque esta se revirtió a finales de la década, cuando una ola de huelgas sacudió al país. Crecimiento económico y apertura política dieron lugar a cuestionamientos y reflexiones en la izquierda de esos tiempos, que trataba de descifrar las claves que le permitieran interpretar adecuadamente la realidad y posicionarse políticamente.
Para entonces, la mayor parte de la izquierda estaba en el PCS, que tenía básicamente dos nichos de acción: la Universidad de El Salvador y los sindicatos. Militando en el partido o cercanos a él trabajaban individuos como Jorge Arias Gómez, Alejandro Dagoberto Marroquín, David Alejandro Luna y otros. Además de su pensamiento de izquierda compartían inquietudes por la historia y las ciencias sociales, desde las cuales elaboraban sus reflexiones sobre problemas económicos, políticos y sociales. Sus inquietudes académicas y políticas encontraron un ambiente propicio en el marco de la reforma universitaria liderada por Fabio Castillo. Aparecieron obras como la “Apreciación sociológica de la independencia”, de Marroquín; el seminal trabajo de Arias Gómez sobre el levantamiento de Anastasio Aquino, y el “Manual de historia económica de El Salvador” de Luna, por mencionar algunos. Todos tienen un denominador común: un fuerte cuestionamiento al saber convencional y una influencia marxista que variaba según el autor.
La década de 1970 inició mal. El país rumiaba la resaca de la guerra de 1969 contra Honduras; una vez pasado el delirio nacionalista, fue evidente el error cometido. Los resultados del conflicto nos fueron adversos en lo económico (pérdida del mercado hondureño y quiebre del MERCOMUN), en lo político (división de la derecha y unificación de la oposición), en lo diplomático (pasar de ser país agredido a país agresor, al menos así lo vio la OEA) y en lo social, el regreso forzoso de miles de campesinos salvadoreños expulsados desde Honduras, cuyo retorno complicó sobremanera el problema agrario.
La guerra también afectó al PCS y a la AGUES, que también cayeron en la espiral nacionalista y endosaron su apoyo al gobierno de Sánchez Hernández, actitud que fue acremente criticada por algunos militantes y cercanos, destacando entre ellos, Fabio Castillo y Salvador Cayetano Carpio. Desde hacía unos años, vientos de cambio soplaban en la UES y el PCS; los problemas derivados de la aventura bélica del 69, los acrecentaron. La primera borrasca universitaria fue la huelga de áreas comunes en enero de 1970, un liderazgo estudiantil extremadamente joven y arrogante canalizó inquietudes y descontentos académicos y políticos y puso en jaque a una reforma hasta entonces generalmente aplaudida. El PCS sufrió una escisión liderada por Carpio que fundó las FPL en la clandestinidad. Un año después, al margen del PCS y las FPL, “el grupo” formado principalmente por estudiantes, secuestró y asesinó al joven empresario Ernesto Regalado Dueñas.
En la década de 1970, la intelectualidad de izquierda se remozó y dividió. Rafael Menjívar venía estudiando el problema agrario desde la década anterior. En el exilio se dedicó a estudiar más sistemáticamente y produjo dos libros señeros: “Formación y lucha del proletariado industrial salvadoreño” y “Acumulación originaria y desarrollo del capitalismo en El Salvador”, con una línea de análisis rigurosamente marxista. El marco teórico es impecable, pero la evidencia empírica es débil. Tales títulos encajaban bien con sus inquietudes políticas. La preocupación de fondo era mostrar el grado de madurez alcanzado por el capitalismo en El Salvador y, por lo tanto, la existencia de condiciones para impulsar la lucha revolucionaria armada. Inquietudes parecidas había en el trabajo de Rafael Arce Zablah, fundador del ERP, titulado “Grano de oro” que analizaba el café como base para las finanzas del Estado y las estructuras de poder económico.
Roque Dalton también publicó trabajos interesantes. Orientado por Arias Gómez, hasta donde la personalidad de Dalton permitía, incursionó en la historia con su “El Salvador. Monografía”, trabajo esquemático y acartonado, que no obstante se convirtió en una especie de vulgata de la historia salvadoreña en versión de izquierda. Más tarde, Dalton hizo cosas más interesantes y provocadoras como “Las historias prohibidas del pulgarcito”, magistral deconstrucción/reelaboración de la historia, abundantemente salpicada de sarcasmos, ironías e iconoclastia. En la década de 1970, Arias Gómez publicó su “Farabundo Martí”, que en cierto modo complementaba al anterior sobre Aquino, en la tarea de inventar un “panteón de héroes populares” contrapuesto al oficial, agenda en la cual colaboró mucho Dalton.
No podían faltar los esfuerzos de la izquierda por “explicar” la tragedia de 1932, tema en que partían con desventaja, ya que desde un primer momento se impuso una narrativa oficial y de derecha que “culpaba” a los comunistas de lo acontecido. “Farabundo Martí” de Arias, y sobre todo “Miguel Mármol: los sucesos de 1932 en El Salvador”, de Dalton fueron clave para cuestionar la interpretación dominante. Además, afianzaban una tradición de luchas populares, en un momento en que parecía que la revolución era alcanzable. De nuevo es Dalton quien hace la elaboración más funcional en su famoso poema “Ultraizquierdistas”, una apretada síntesis histórica de 1213 palabras que condensa luchas y resistencias populares partiendo desde la conquista, pasando por la independencia, Aquino, 1932, para terminar en los años setenta. Y que además aprovechó para atacar al PCS, que todavía insistía en la vía política, y se mostraba cauteloso ante la lucha armada. Como bien decía al final del poema, Dalton pugnaba por un “ultraizquierdismo que no se quede en palabras y tenga con qué ser ultraizquierdista en los hechos”. Discreto como es, Rafael Guido Vejar hizo lo suyo con su “Ascenso del militarismo en El Salvador”, obra que mereció más discusión y que no tuvo porque cuando salió sonaban tambores de guerra.
Los ejemplos anteriores bastan para mostrar que la izquierda tuvo una “intelectualidad” potente que combinó la investigación y la reflexión histórica y política. Esa intelectualidad no fue ajena a las disputas y debates. Ya en la década de 1970 esos debates se dirimieron también a través de publicaciones clandestinas. Cada organización político militar tenía la suya; pero la calidad del debate disminuyó, volviéndose en ciertos casos panfletario.
En la medida en que la conflictividad política crecía, la represión aumentaba y las organizaciones dedicaban sus mayores energías a la lucha armada, el trabajo intelectual perdió terreno. Quienes se habían dedicado a ello fueron exiliados, asumieron otras tareas o tomaron las armas. Otros se alejaron de sus organizaciones por diversas razones. En la década de 1980, hay una caída en la producción, pero abundan los análisis coyunturales en función de entender el rumbo y perspectivas del conflicto armado. Era el tiempo de los fusiles, no de la pluma.
Paradójicamente, la posguerra no dio lugar a un renacer de la intelectualidad de izquierda. Se “desmovilizó” a la par de las fuerzas guerrilleras. Hubo intentos interesantes pero efímeros. Pienso, por ejemplo, en el Programa Regional de Estudios sobre El Salvador (PRIES) cercano a la RN que más tarde se convirtió en Tendencias y que publicó la revista del mismo nombre. En la postguerra surgió también el periódico “Primera plana”. En 1993 Roberto Turcios publicó “Autoritarismo y modernización. El Salvador 1950-1960”, que en el fondo buscaba mostrar una de las raíces del conflicto civil, y que terminó mostrando la faceta militar reformista iniciada con la revolución de 1948.
La posguerra no fue favorable para la intelectualidad de izquierda. Había rencillas acumuladas; había que rehacer proyectos de vida. El FMLN estaba más interesado en crecer y posicionarse electoralmente que en análisis y debates. Arias Gómez lo puso en evidencia cuando en un periódico interpeló públicamente a Lorena Peña sobre la posición del Frente respecto a los intelectuales. El silencio de Peña fue elocuente. Los años de la luna de miel habían pasado. No fue hasta 2012 que el Frente trató de promover un acercamiento, producto del cual surgió un libro titulado “El Salvador, pensamiento e historia”, cuya publicación se pospuso hasta 2016 y que no provocó reacción alguna por parte de la dirección, más preocupada por desvirtuar las voces que decían que el Frente perdía aceleradamente el apoyo popular. El panorama empeoró después de la derrota de 2019; algunos seudo izquierdistas incluso arriaron banderas y hoy son los principales enemigos de la izquierda. La vida tiene sus vueltas.
Historiador, Universidad de El Salvador