No es un secreto que El Salvador está pasando por uno de los momentos más difíciles de su historia: no hay crecimiento económico, seguimos en último lugar en cuanto a inversión extranjera, no tenemos acceso a créditos de organismos internacionales, la banca local se ve obligada a prestar dinero al gobierno, y facilitarle las condiciones de pago, mientras las Asociaciones de Ahorro y Préstamo, cuyos fondos son propiedad de los trabajadores para asegurar una pensión para el futuro, se han convertido en la caja chica del bukelismo.
Tenemos un presidente electo de manera inconstitucional, a pesar de la prohibición para la reelección en diferentes artículos de la Carta Magna, a pesar de todos los malabares que el gobernante hizo para explicar lo del período inmediato anterior y la alternancia en el poder.
Gracias a un estado de excepción que ya dura 30 meses, los ciudadanos estamos totalmente desprotegidos frente a los tres poderes del Estado que obedecen a los caprichos de una sola persona. No hay jueces, ni fiscal, ni tribunales dispuestos a cumplir y hacer cumplir la justicia, ya que han jurado obediencia ciega al mandatario, y que ha dado a los cuerpos de seguridad, carta blanca para cometer toda clase de abusos en cuanto a capturas arbitrarias, un sistema carcelario inhumano y un desprecio total de los derechos humanos, más un aumento de la pobreza como nunca antes había ocurrido.
Todo esto le cuesta al pueblo, miles de millones de dólares, producto de los impuestos, pero sin tener el derecho de saber en qué se están usando esas enormes cantidades de dinero, porque hay reserva de toda información y del rumbo que tomaron esos recursos, hasta por 7 años. Y aunque el salvadoreño es sufrido, aguantador y echador de riata, se pregunta: si no roban, ¿dónde están esos millones en préstamos que la Asamblea aprueba sin preguntar en cada plenaria? Porque no han mejorado los servicios de salud, educación y vivienda popular, aunque hay un helicóptero presidencial de $5 millones, y los diputados NI están viviendo su mejor momento.
Se escucha al pueblo pidiendo se les pavimente una calle de acceso, se repare un puente que pone en peligro la vida de quienes deben atravesarlo diariamente, construir un puente para que los niños no tengan que pasar sobre piedras en un río, para llegar a sus escuelas. Y la decepción de los pobladores, que confiaron en las falsas promesas de NI y luego de casi 6 años en lugar de construir y reparar las escuelas, las destruyeron para poner la primera piedra, y salir en la foto, pero jamás volvieron a aparecer. Los que viven en colonias cercanas a las cárcavas, lamentan que después de cada invierno, sus casas se acercan más al abismo, aunque tengan años de estar pidiendo ayuda a las autoridades.
Y es en medio de todas estas desgracias que surge el temple salvadoreño, que decepcionados de un gobierno irresponsable, hombres y mujeres comienzan el duro trabajo de mejorar sus calles, remendar sus puentes y pagar ellos el material necesario para que los maestros puedan dar sus clases. Impresionante el caso de un humilde vendedor de cocos que donó la venta de todo un día, para comprar material para reparar el puente. ¿Habrán sentido vergüenza los funcionarios ante este gesto de hidalguía y dignidad de un ciudadano?
Hay cientos de madres que se endeudan para comprar el kit de higiene, de un familiar encarcelado sin razón alguna, y que muchas veces recibirán en un ataúd sellado para que no se note que fue víctima de torturas. El temple salvadoreño sale y reluce ante la adversidad, y se crece abonado por el amor a su familia y a esta tierra que como dice nuestro Himno Nacional, “estamos orgullosos de podernos llamar sus hijos”.
Maestra.