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Time after Time

“Confusion is nothing new”, dice la canción. Y los políticos lo saben bien y se aprovechan. En la historia latinoamericana, el militar, policía o civil autoritario, el hombre fuerte, el que esgrime el garrote y golpea sin piedad es admirado y temido, pero no respetado.

Por Carlos Cañas Dinarte
Historiador salvadoreño

En su más reciente número, la revista estadounidense Time publicó un extenso monólogo. Lo llamó entrevista con el “autoritario más popular del mundo”. Para que no quedara duda de su postura editorial, lo martilló con la consigna “El hombre fuerte”. Es el mismo calificativo que en su momento recibieron varios dictadores centroamericanos, como los Somoza, Ríos Montt o Noriega. Un término revivido de la Guerra Fría y de sus repúblicas bananeras y cafetaleras.

En su extenso soliloquio, el supuesto entrevistado hace afirmaciones muy sospechosas, que ameritan diversos niveles de análisis desde la semiótica, el análisis de textos, la ciencia política, el derecho internacional y más. En su mayoría, por ser falsedades de tamaño cósmico. Si a su régimen de mano dura no le gusta ser definido entre izquierdas y derechas, es más fácil aceptar otros términos sociopolíticos, como ser una férrea dictadura fascista, por ejemplo.

El argumento de que su cárcel modelo es abierta al mundo y que puede ser visitada por cualquiera que lo solicite es parte del discurso oficialista. Ese al que el entrevistado define como propaganda, con todas las letras. El problema radica en que no existe esa misma posibilidad de libre visita al resto de los centros penitenciarios del país. Es allí donde se han producido las torturas y muertes denunciadas por las oenegés y los organismos internacionales. Por si eso fuera poco, no hay forma de contrastar información de los casos, porque toda la información está bajo siete candados y muchos años de reserva. Además, a los dos principales funcionarios dedicados a los derechos humanos solo es posible verlos en sus videos virales de promoción publicitaria o en sus viajes por diversas partes del mundo. Dentro de El Salvador ya ni se les espera, porque no ven, no oyen y no denuncian, sino que son dos victimarios más, por omisión o por complicidad directa.

El régimen de excepción dejó de serlo tras el final de su segunda vigencia, establecida por la Constitución. Esa misma Carta Magna prohíbe las penas perpetuas y la reelección inmediata en siete de sus artículos. Pero nada de eso importa en un estado de derecho desmantelado y donde la Corte Suprema de Justicia no puede resolver ni uno de los miles de hábeas corpus interpuestos desde hace dos años. Todo eso lo olvidó la periodista de Time. Y ninguna de esas acciones puede ser justificada por un voto masivo dudoso para un evento electoral inconstitucional y muy poco equilibrado para la participación de partidos más pequeños y con menos recursos que el oficialismo.

La periodista de Time desatendió también hacer referencia a todas las ocasiones en que retenes policiales y militares han detenido decenas de buses que se dirigían a las marchas de protesta. O la detención arbitraria de ciudadanos que denuncian atropellos desde las esferas del poder. O casos extremos de violaciones a los derechos humanos, como los de los primos Muyshondt o el tuitero El Comisionado. La entrevistadora de escasas preguntas también hizo caso omiso de la vigencia de las granjas de troles pagados para atacar a disidentes y opositores por todas las formas electrónicas posibles. La narrativa del miedo quedó fuera del extenso monólogo, pero porque así fue permitido. O editado. Quién sabe.

Llegar de forma directa a la población es propaganda, porque no posee los filtros suficientes de veracidad y contraste posibles. Así, cualquier render se ha convertido en obras públicas y un edificio llamado biblioteca no tiene libros, pero sí ha sido el más fotografiado en la historia nacional reciente. O un centro histórico ha sido demolido para darle un aire de centro comercial, en desprecio absoluto de su historia y de sus posesiones internas. Nada se sabe aún de dónde están los fondos históricos documentales de la Biblioteca Nacional Francisco Gavidia y del Archivo General de la Nación ni de los acervos de la red de Casas de la Cultura recién desmantelada.

A la periodista de Time se le quedó en la libreta preguntar acerca de la situación geopolítica y geoestratégica de El Salvador en momentos en que Estados Unidos libra una batalla política interna. No averiguó nada acerca del silencio oficial ante la guerra en Ucrania, las pretensiones de querer enviar tropas a Haití, los acercamientos con los regímenes de Rusia y Turquía y las revelaciones estruendosas de casos de corrupción. Descuidó también la presencia de muchísimos mercenarios ideológicos suramericanos entre el gobierno salvadoreño, a los que se les han otorgado nacionalidades exprés y otros recursos pagados con los impuestos y el fondo de pensiones.

“Confusion is nothing new”, dice la canción. Y los políticos lo saben bien y se aprovechan. En la historia latinoamericana, el militar, policía o civil autoritario, el hombre fuerte, el que esgrime el garrote y golpea sin piedad es admirado y temido, pero no respetado. Es el padre violento que cada casa cree que necesita, pero sólo es parte de la ausencia de salud mental en una sociedad violentada desde hace siglos. Time desperdició el tiempo de ese extenso monólogo, al que pudo extraerle muchísimo más de su tuétano contradictorio y manipulador.

Escritor e historiador salvadoreño.

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