Cualquiera podría decir que las siguientes palabras de este texto hablarán de la historia de “La bella y la bestia”, escrita en el siglo XVIII por la novelista francesa Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve y que Walt Disney, en los tiempos modernos, hizo famosa a través de la gran pantalla. Pero no es así; esa, es una historia de un amor poderoso; pero la presente historia es diferente, y aunque también es de amor, es de un amor distinto, es sobre el amor inconmensurable hacia la Patria.Una de las bellas de la que hablamos es la democracia, la que enamora a todos. Atractiva, admirable, despampanante. Sí, la hermosa democracia que los pueblos civilizados desean.
Esa musa es una princesa que pronto se convertirá en reina, elegante, inteligente, de voz resonante. Esa voz que quieren silenciar, apagan su micrófono para que no se exprese, la atacan, insultan, maltratan, ya sea desde la llanura, hasta el podio donde está la silla del presidente de una asamblea, quien, con un martillo frío de metal en su mano, hace sonar el gong dorado, para iniciar sesiones de insultos y dispensas de piezas de correspondencia diseñadas para promover la corrupción. A pesar de todo, la democracia siempre sobresale, poderosa, invencible y no importa si ella está detrás del alambre de púas de un cerco militar o desde un curul velando por su pueblo.
La otra bella dama es la legalidad. Enérgica, de expresión clara, vivaz, explosiva, la que con el Código Penal bajo el brazo ha visitado las cárceles de la Patria y se ha parado firme, con pies de plomo en el estrado de un juzgado, para defender víctimas inocentes de un régimen salvaje. Esa que recibe amenazas de muerte por querer demostrar ante un tribunal el terror de la tiranía que tortura y asesina, inclusive, hasta colaboradores del oficialista de turno.
Hermosa es también la defensora de Derechos Humanos, de sonrisa luminosa con la que alumbra las esperanzas de las víctimas. Madre, mujer, hija o hermana de los débiles. Trabajadora, fuerte valiente, nunca cobarde, sin miedos. Ella registra y denuncia crímenes de Lesa Humanidad, visita las comunidades y da pan y abrigo a niños que no son sus hijos, pero que ama solo como una madre lo puede hacer. Esos niños que la represión ha dejado sin padres.
La última de las bellas es la libertad de prensa y expresión. Aquella que escribe para un periódico, conduce entrevistas en la radio o presenta la verdad por televisión. La prensa libre que hace las preguntas incómodas y que, por pasión a la verdad, realiza el trabajo de investigación que alborota al funcionario de turno; al régimen o dictadura. Ella, que cuenta historias de corrupción, nepotismo y fraude. Esa prensa que todo dictador odia porque descubre sus chanchullos electorales, su tráfico de influencia en bancos del estado o sus pactos oscuros con criminales pandilleros a quienes deja en libertad.
Ellas son las bellas, y en estos tiempos revueltos que vive la Patria no hay duda de que a todas estas divas es a quienes la dictadura odia. Esa es la personalidad bestial y salvaje del autoritarismo que también las detesta. Las atacan en manada como los chacales hambrientos. Como gorilas y con la fuerza del fusil, intentan amedrentarlas y no dudan utilizar sus ejércitos o cuerpos policiales para coaccionar. Esa también es la bestia que se mueve en las redes sociales, difamando como cotorras, repitiendo la narrativa de odio e insultos del tirano y que, como focas, aplauden la mentira y la injusticia.
Diplomático en retiro y excónsul General de El Salvador ante Estados Unidos.