Existen dos democracias…; una, en el plano ideológico liberal y simbólico; basada en una institucionalidad formal, imperfecta pero tal como la imaginan los libros, Constituciones y leyes; otra más al ras demográfico, que vive de los partes económicos informales, de la seguridad fáctica y de las realidades tangibles, obviando los marcos regulatorios, los principios e ideas filosóficas.
Podríamos etiquetarlas así: Democracia de “manual”, académica, formal y sustentada en el imperio de la ley; y la democracia “popular”, la que no entiende de Derecho Constitucional, ni de Estado de Derecho o asuntos macroeconómicos, y sólo valora que las cosas más o menos funcionen bien.
En la primera democracia deambula una minoría de los ciudadanos; en la segunda la mayoría, y son los que deciden el destino de las naciones. Entender esto es crucial para el análisis político, electoral y sociológico.
No estamos aquí describiendo la base teórica de los dos modelos de democracias conocidos por las Ciencias Políticas: 1.- Directa, es la que funcionó en su estado puro, tal como la vivieron sus fundadores atenienses, y se practica relativamente en Suiza. Las decisiones las toma el pueblo soberano en asamblea. No existen representantes del pueblo, sino, en todo caso, delegados que se hacen portavoces del pueblo, que únicamente emiten el mandato asambleario. 2.- Representativa, la más conocida y aplicada en el mundo contemporáneo, aquella donde los ciudadanos ejercen el poder político a través de sus representantes, elegidos mediante el voto, en elecciones libres y periódicas. No se trata de esto…
La democracia de manual es la que le interesa a los académicos, juristas, periodistas, élites profesionales y algunos políticos; la democracia popular tiene dos vertientes: a) por el lado ciudadano, la gente solo espera un mínimo decente de bienestar, entiéndase salud, educación, seguridad y transporte; y b) por el lado político gubernamental, crear mecanismos populistas para controlar daños, generar percepciones y administrar digitalmente las demandas de la gente.
En la democracia popular poco importa la geopolítica, la macroeconomía, lo que piense el FMI, el Departamento de Estado o lo que se publique en CNN, Washington Post o New York Times; menos importa el debate jurídico constitucionalista, el endeudamiento, el PIB o la atracción de inversión extranjera directa. Lo importante en este nivel popular es si hay seguridad, si se cuenta con medicinas en los hospitales, si la escuela funciona y si las calles están transitables y con transporte oportuno.
Pero sucede algo curioso o interesante, en no pocos casos, cuando no están cubiertas esas necesidades básicas por descuido, corrupción o ineficiencia, la gente se alimenta de “percepciones” diseñadas y creadas por los “estrategas” del gobierno. Aquí aparece la propaganda, las cortinas de humo y otros distractores.
Lo anterior funciona por una tensión dinámica entre necesidades-expectativas-esperanza; si se logra crear una imagen de que estamos mal pero estaremos mejor, algo así como una “parusía política”, todo se resuelve. Y esto sucede por un sustrato educativo y catequético que proviene de la religión; en efecto, a la mayoría de cristianos les han enseñado que la felicidad y la justicia está después de la muerte, no en este mundo, sino en un reino de los cielos; luego es de esperar, aguantar y creer.
Pero hay más, vinculado a lo anterior…; en la democracia popular aparecen dos fenómenos que hemos descrito en otras reflexiones: a) La “satisfacción vicariante”, la proyección de mis necesidades y carencias en un arquetipo ideal; y b) el “fenómeno de culto”, es decir la creación artificial de una imagen política salvífica que actúa bajo un principio mesiánico.
Sin lugar a dudas, todo lo anterior está estrictamente vinculado a categorías educativas y culturales ciudadanas; por muchos años dudé de la hipótesis que sostenía la existencia de una “mano invisible” que estaba interesada en frenar el desarrollo educativo para mantener las estructuras políticas corruptas, los sistemas de dominación económica imperantes y así fortalecer la democracia popular. No obstante, después de varias décadas de análisis de las políticas públicas educativas en Centroamérica, hoy estoy convencido que a la clase política y las élites económicas no les interesa mejorar el aparato educativo e intelectual, ya que la gente puede entender la democracia de manual y se les cae el tinglado.
Leer e interpretar encuestas bajo este punto de vista es fundamental. No debemos olvidar que la gente suele intercambiar ideas y opiniones con “pares socio-económicos”, y justamente lo que no entienden o lo que le parece absurdo o increíble es porque no bajan o no suben un par de gradas epistemológicas y conocen otras realidades o formas de pensar y sentir.
Al final, esto se reduce a un debate entre pragmatismo e intelectualismo, y mientras nos distraemos en el debate, los políticos hacen de las suyas; son una raza, una clase a parte que conocen algo fundamental de las democracias: “La regla de la mayoría” (Bobbio, Norberto, 1998), y a veces las mayorías se equivocan: 1939 Neuordnung, discriminación racial, la supremacía aria y la persecución étnico-religiosa y política.
Dos reflexiones finales importantes que explican el doble estándar democrático: “La democracia debe guardarse de dos excesos: el espíritu de desigualdad, que la conduce a la aristocracia, y el espíritu de igualdad extrema, que la conduce al despotismo” (Montesquieu). “La democracia es la necesidad de doblegarse de vez en cuando a las opiniones de los demás” (Winston Churchill).
Esta enfermedad de “doble personalidad disociativa” de nuestra democracia se cura con educación y lectura, y sospecho que habrá que esperar bastante a que llegue un demócrata ilustrado y educado que quiera subvertir el orden y poner las cosas en su lugar. Lamentablemente, aquí han asesinado a los filósofos (Ellacuría), poetas (Dalton), educadores (Béneke) y profetas (Romero) porque piensan y estorban…
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Investigador Educativo/opicardo@asu.edu