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OPINIÓN: El verdadero fracaso en Chile

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Por Manuel Hinds
Máster Economía Northwestern

Nuestra cultura occidental ha vivido siempre bajo la sombra de presentimientos de un futuro apocalíptico, algo que va a pasar que va a destruir al mundo. Es sólo Latinoamérica que vive la sombra de un pasado apocalíptico, la sombra de algo que ya pasó y que supuestamente destruyó para siempre a la región o alguno de sus países.


El 50 aniversario del golpe de Augusto Pinochet contra Salvador Allende ha proporcionado un ejemplo claro de cómo se inventan y usan estos apocalipsis pasados en América Latina, convirtiéndolos en incidentes que a la vez son divisivos y unificadores de una manera muy negativa. El ejemplo chileno tiene dos versiones opuestas: en una versión, el apocalipsis se debió a que Pinochet dio el golpe, y en la otra, que el apocalipsis de la democracia lo generó Allende al subvertirla desde el poder y así provocando el golpe. Tristemente, ambos lados estaban de acuerdo en tres cosas. primero, que la historia de Chile en las últimas cinco décadas ha sido un fracaso que es necesario explicar. Segundo, que la explicación es precisamente lo que pasó hace cincuenta años. Tercero, que la prueba fehaciente de este fracaso no es que Chile haya sufrido un estancamiento económico (es el país que más creció económicamente en América Latina desde por lo menos 1990) ni porque no haya invertido en su capital humano con salud, educación, seguridad, etc. (fue el país que más creció en desarrollo humano y es el que tiene más desarrollo humano en toda la región) sino por lo que se ha llamado “el despertar ciudadano” de octubre de 2019: las manifestaciones contra el aumento del precio del metro en Santiago, que se transformaron en quemas, bombas, y destrucción de las estaciones del metro, y luego a la convocatoria de una asamblea para redactar una nueva constitución y a la elección de un líder radical de izquierda. Todo esto, dicen los críticos, demuestra que los últimos cincuenta años han sido un fracaso para Chile y que la culpa proviene de lo que sucedió en septiembre de 1973.


Nadie menciona, quizás por considerar que no sería de buena educación, que la nueva constitución fue rechazada por el pueblo, y que el líder electo resultó ser muy mediocre, tanto que no ha podido mejorar nada en Chile y que ha perdido su inicial popularidad (su desaprobación en las últimas encuestas es 66% y su aprobación 28%).


Debates analizando la historia podrían esperarse que se dieran en los departamentos de historia de las universidades, pero no que se conviertan en un tema de actualidad en Chile y en el resto de América Latina. Pero en Chile, y en gran medida en Latinoamérica, esta discusión se convirtió en un vehículo para discutir los problemas políticos actuales del país y de la región. Esta no es una manera inteligente de discutir los problemas de hoy, que solo para los fanáticos pueden identificarse como iguales a los de hace 50 años. Si se quieren discutir los problemas de ahora, como por qué la gente rechazó el proyecto de constitución de la izquierda, hay que discutirlo sobre las realidades de ahora, sobre la naturaleza e ideología del proyecto que se rechazó, sobre el fracaso de las intenciones de los que aseguraron que eso era lo que quería el “despertar ciudadano”, y no sobre los cadáveres de Allende y Pinochet.


Hacer esto parece normal en América Latina pero no en otras regiones del mundo. Que cincuenta años son más que suficientes para cambiar la situación de un país se puede comprobar viendo lo que era Alemania en 1983, 50 años después de que Hitler escalara el poder y destruyera la democracia. Si, la destruyó, y causó daños espantosos al mundo entero, pero luego Alemania se rehízo convirtiéndose en una democracia liberal y madura. Lo que hicieron Allende y Pinochet para destruir la democracia chilena ni se compara con lo que hizo Hitler con la alemana. Pero nadie al discutir los problemas que Alemania tenía en 1983 se lamentaba de que todos ellos provenían de que Hitler había tomado el poder en 1933 y que por eso no podía esperarse que la democracia funcionara en Alemania.


Más aún, es obvio que la democracia chilena no había estado muerta por todos los cincuenta años. Nunca hubo quejas de que no funcionara bien desde que Pinochet salió del escenario.


El fracaso, en realidad, del que nadie ha querido hablar porque contradice todo lo que habían dicho todos cuando se dio el “despertar ciudadano”, fue precisamente de este “despertar”, que sí logró que se eligiera a un presidente radical, pero que luego ha perdido toda su popularidad, y sí logró que se redactara un nuevo proyecto de constitución, pero que no fue aprobado por el pueblo. Cuatro años después de que se dio, es claro que el despertar no logró nada. Fue un fracaso.


Otro fracaso del que nadie habla es el de los líderes latinoamericanos que criticaron a Chile porque “sólo pensaban en la economía y no en los problemas sociales”. Ninguno de ellos, ni Lula ni los otros líderes que se las dan de tener un espíritu social, lograron lo que Chile logró: ponerse en el primer lugar en desarrollo humano en toda la región invirtiendo más y más efectivamente en educación y salud que todos los grandes demagogos de la América Latina. Ellos, no los chilenos, fueron los que fracasaron en todo menos en hablar más que lo que hacían.


Todo esto que pasó en Chile es una manifestación más de esa actitud apocalíptica hacia el pasado que ha caracterizado a América Latina, que es como una cortina para no ver los pecados que se están cometiendo en el presente, que están destruyendo la democracia, poco a poco en algunos países, y a grandes zancadas en otros. En vez de pensar en Allende y Pinochet, América Latina debería de pensar en su presente y su futuro. Ahora se está destruyendo la democracia. Pero la gente prefiere ver el pasado que el presente porque no quiere hacer nada al respecto, solo voltear a ver para otro lado. Así como en Chile en 2019, por estar viendo versiones distorsionadas del pasado dejan de ver cómo los actores de ahora están destruyendo su presente y buena parte de su futuro.


Manuel Hinds es Fellow del The Institute for Applied Economics, Global Health, and the Study of Business Enterprise de Johns Hopkins University. Compartió el Premio Hayek del Manhattan

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