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China, Rusia y Estados Unidos: un difícil divorcio

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Por Manuel Hinds
Máster Economía Northwestern

Una guerra entre Estados Unidos y China sería muy distinta que la de una entre el primero y Rusia. Por supuesto, cualquiera de los tres puede destruir al mundo entero con sus armas nucleares, de tal modo que si la guerra se volviera nuclear el resultado sería igual independientemente de quién es el adversario de Estados Unidos. Pero si se mantiene convencional, la guerra con China sería, por mucho, la peor, para los contendientes y para el resto del mundo, no sólo militarmente sino también económicamente. Una guerra con Rusia sería una entre países totalmente desiguales en su estructura productiva. Aunque la capacidad científica e industrial de Rusia no puede despreciarse, especialmente en términos de armas, el país no está en la misma liga que China, y mucho menos que en la de Estados Unidos, que están a la cabeza de las nuevas tecnologías que están definiendo la nueva economía del conocimiento—comunicaciones, control automático, inteligencia artificial, penetración de redes, y similares.


El tipo de problemas económicos que surgirían de una guerra entre Estados Unidos y China es muy indicativo de la naturaleza de la nueva economía que está surgiendo. Paradójicamente, los problemas no se derivarían principalmente de la competencia que claramente están llevando a los extremos, sino a la complementariedad tan íntima que han desarrollado en las últimas décadas. Estos problemas ya se están manifestando mientras los dos países se están preparando para la eventualidad de una guerra. Se volverían infinitamente peores si la guerra estalla.


La gravedad de los problemas se puede ver comparando las relaciones económicas de Estados Unidos (y el resto del mundo) con Rusia y con China. Rusia es básicamente un productor de bienes primarios como el petróleo, el gas y los metales. Estos productos, por definición, son estandarizados, de tal manera que si Rusia no los vende se pueden comprar en otro lado. Rusia puede hacer sufrir por un tiempo a Alemania, por ejemplo, al no venderle gas y petróleo, pero no puede hundir a la economía alemana, especialmente en el mediano plazo. Alemania no se murió de frío en el invierno pasado. El efecto de no tener acceso a los productos rusos será nulo en un par de años cuando Alemania termine de reconstruir su infraestructura para manejar suministros de otros lados. Estados Unidos no depende de productos rusos en nada.

Esta situación es completamente diferente en el caso de China. Las historias económicas de China y Estados Unidos en el último medio siglo no pueden entenderse sin verlos en pareja. Fue en esos años que Estados Unidos cambió su economía de industrial a del conocimiento.


Esto sucedió como consecuencia de la crisis de desindustrialización de los años Ochenta, cuando los nuevos tigres asiáticos (Japón, Corea, Tailandia, etc.) comenzaron a invadir Estados Unidos con sus televisiones, carros, refrigeradoras y otros productos que eran más baratos que los estadounidenses. Estados Unidos descubrió tres cosas a raíz de esa crisis. Primero, que su mano de obra era demasiado cara para competir con los asiáticos. Segundo, que su ventaja competitiva radicaba en que sus obreros y sus ingenieros eran más creativos que los de esos países. Tercero, que con las nuevas tecnologías del control automático, las comunicaciones y el transporte el futuro estaba en el diseño de los productos, no en la producción de estos. Con la nueva conectividad, ellos podían especializarse en investigación y desarrollo de productos, y producir en otros países los productos que ellos diseñarían. Estados Unidos se comenzó a convertir en una economía del conocimiento.


El tamaño del sector industrial de Estados Unidos era tan enorme que necesitaban enormes inversiones y enormes poblaciones para que se hicieran cargo de la producción industrial en la nueva economía del conocimiento. La capacidad productiva industrial de Estados Unidos (las fábricas, los mecanismos de control y distribución de la producción industrial) se trasladó a muchos otros países, pero el mayor recipiente de ella fue China. Estados Unidos se convirtió en el diseñador y China en el productor de esos diseños. Se hermanaron de una manera íntima, como árboles que comparte raíces, ramas y hojas. El ejemplo de Apple, la empresa más grande del mundo, que no produce nada sino sólo lo diseña, subcontratando la producción a otros países, no es una rareza. Son miles de empresas que hacen esto, tantas que el crecimiento de China ha estado empujado por la producción para las cadenas internacionales de abastecimiento. En el caso de Apple y muchas otras empresas toda la producción se hacía en China.

El entrecruce de papeles de empresas estadounidenses y chinas no es tan simple como está descrito aquí. Hay cadenas en las que insumos estadounidenses son usados para manufacturar productos chinos que después son usados para producir bienes chinos, que luego se usan para producir productos estadounidenses. Sume a esto que muchos otros países contribuyen en la cadena.


La actitud amenazante de China con respecto a Taiwán, que si se convirtiera en una invasión, lo enfrentaría con Estados Unidos, ha causado un intento de separación de las dos economías.

Con esa perspectiva, Estados Unidos comenzó hace unos años a tratar de desligarse de China, por dos razones. Primero, las compras y los diseños de Estados Unidos son la fuente del crecimiento y desarrollo de la tecnología china, que ahora puede usarse contra Estados Unidos. Segundo, Estados Unidos necesita sustituir a China como suplidor industrial, especialmente si hay una guerra, que cortaría todo comercio entre los dos países.

Ya muchas empresas se han ido de China, y esto es una de las causas de la caída de la tasa de crecimiento del país. Foxconn, la empresa taiwanesa que produce para Apple ha movido sus instalaciones en China a otros países, y muchas otras empresas están haciendo lo mismo. Pero el tejido industrial de China sigue estando íntimamente cruzado con el de Estados Unidos, tanto que está siendo muy difícil separarlos. The Economist ha reportado recientemente que en muchos casos es imposible separarlos y las empresas están triangulando el tráfico de insumos y productos, pasando, por ejemplo, por México para de allí, con alguna modificación, pasar a Estados Unidos. Las exportaciones chinas están bajando mientras que las exportaciones de empresas chinas, o que usan insumos chinos que operan en otros países están creciendo.


En el largo plazo, China está en el lado débil de la cadena de dependencias. Estados Unidos tiene mil posibilidades de producir en otros países. Pero China no tiene la capacidad de sustituir a Estados Unidos. Todavía no tiene la creatividad del diseño estadounidense. La mayor parte de sus productos sofisticados son copia de productos occidentales, o se insertan en ellos. Pero en el corto y mediano plazos un conflicto entre China y Estados Unidos rompería cruciales cadenas de abastecimiento y tiraría la economía mundial décadas hacia el pasado.
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Manuel Hinds es Fellow del The Institute for Applied Economics, Global Health, and the Study of Business Enterprise de Johns Hopkins University. Compartió el Premio Hayek del Manhattan Institute de 2010.

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