Pocas expresiones provocan una reacción tan negativa en los lectores que el viejo dicho: Los países tienen los gobiernos que se merecen”. La gente prefiere “los países no se merecen los gobiernos que tienen porque el pueblo es bueno y los políticos malos”, o, “pobrecito los países porque los engañan los políticos, siempre”, o, también muy corrientemente, “el pueblo ya no tiene oportunidad de hacer nada, no es culpa de ellos”. Estos argumentos en contra, por supuesto, tendrían algo de credibilidad si se estuviera hablando de países que acaban de tropezarse con gobiernos que abusan de ellos, pero no cuando se han tropezado con ellos por 200 años con algunas excepciones de corta vida. Al fin y al cabo, los políticos salen del pueblo mismo, y porque el pueblo, aunque después los rechace, los ha apoyado.
Estos argumentos también pueden tener credibilidad cuando una tiranía ha capturado al país entero y no permite que nadie se le oponga en lo mínimo, encarcelando, quitándole los bienes sin juicio o peor a los que se pronuncian en contra o tratan de organizar un grupo para hacerlo. El riesgo de perder la libertad o algo peor es demasiado alto cuando es un ciudadano contra el poder del Estado. Pero no tienen credibilidad cuando todavía se puede opinar de una manera natural y en secreto, a través del voto. Esta oportunidad se presenta en las elecciones de 2024. Los políticos que se lancen a competir sin duda que pueden estarse jugando la libertad, sus bienes y su futuro. Pero hay políticos que, habiendo medido sus riesgos, quieren competir. El riesgo del ciudadano, votar secretamente, es mucho menor.
Hay ciertas cosas que el pueblo debería forzar que hagan los políticos. Este es el momento en el que el pueblo puede lograr influencia en el tipo de oposición que va a correr y los temas que van a enfrentar. Hay que hacerlo en un escenario realístico, en el que el gobierno ha cambiado las reglas del juego electoral de una manera que lo favorece muy sustancialmente y que muchos sostienen ha sido inconstitucional. La oposición y el pueblo pueden tratar de echar para atrás estas reformas pero sabiendo que el infierno se congelará antes de que esto pase. Su otra alternativa es entender que las reformas favorecen a los partidos grandes y destruyen toda posibilidad de que los pequeños puedan ganar algo y traten, como lo han hecho por muchos años, de negociar votos para dar gobernabilidad al gobierno. Si hay algo que está muy claro es que los partidos que logran pocos votos, que antes podían ganar algunos diputados por residuos, ahora no van a ganar nada. El que corra con, o apueste por, partidos pequeños (es decir, todos los partidos de oposición considerados aisladamente) van a perder y no van a tener ninguna influencia en ninguna parte. El que no entiende esto, no entiende nada.
Por eso, el pueblo tiene que hacer entender a los partidos de oposición que tienen que correr unidos. Esto es cierto no solo para los diputados sino también para la presidencia de la República, porque el candidato a presidente crea una figura de unificación que ayuda mucho a conseguir votos para diputados y alcaldías.
Pero también tienen que hacer entender a los partidos que no van a conseguir votos sólo diciendo que son oposición y que llevan de candidato a presidente a alguien que no es el presidente y que, como él, no tiene ningún programa de gobierno o que, si lo tiene, es un mamotreto de muchas páginas que nadie va a leer. No pueden repetir la historia llevando a un locutor o a alguien que no tenga una sólida formación académica y profesional. No puede ser alguien cuya única así llamada cualidad es que nadie lo conoce o que ha fundado un negocio en Estados Unidos. Así como no puede ser alguien demasiado joven tampoco puede serlo nadie que ya esté viejo.
Fundamentalmente, tiene que ser una persona que entienda, y sepa hacer entender, las dos grandes reformas que requiere nuestro estado: primero, el orientarlo a lograr el desarrollo del país basado en la inversión en capital humano (educación, salud y servicios públicos de primer mundo) para lograr integrar al país en la economía del conocimiento, que es la que generará los ingresos en este siglo y los que siguen, y, segundo, hacerlo dentro del marco de la Constitución para garantizar que el gobierno defenderá los derechos de todos los salvadoreños y se ajustará al imperio de la ley.
Esto, por supuesto, conllevará la solución por medio de la ley de muchos problemas que se han creado por la violación continua de la Constitución por este gobierno. Pero el objetivo no puede ser la venganza, ni el odio, sino la sustitución de la motivación que ha estado movido al pueblo en los últimos tiempos, hundir a otros, por la de progresar todos juntos.
Crucialmente, como lo he escrito muchas veces, el objetivo no debe ser sustituir al presidente por uno igual, creyendo que tiene que ser igual para que gane, sino por alguien completamente diferente, para que ayude a meter al país en el rumbo del verdadero desarrollo: invirtiendo en su gente, y dentro del marco de la Constitución. Sí hay cosas que se pueden hacer.
Manuel Hinds es Fellow del The Institute for Applied Economics, Global Health, and the Study of Business Enterprise de Johns Hopkins University.