López Obrador, Petro, Lula, Boric… ¿Ha resucitado la izquierda en América Latina? ¿Cómo unos países en los que el pragmatismo se había impuesto a la hora de mejorar las condiciones sociales y económicas hacen ahora un giro a la “izquierda”, así, entre comillas?
Ante ese panorama me queda claro que las izquierdas en el poder en algunas naciones latinoamericanas, tienen muy poco que ver con esas que -en esos mismos países- se apoyaron en ideas filosóficas del siglo pasado e intentaron más o menos violentamente imponer modelos utópicos… y fracasaron.
Como también que el virus del Socialismo del Siglo XXI inoculado por Hugo Chávez y perpetuado por Nicolás Maduro tiene una sombra muy larga, tanto que cuando en las sociedades latinoamericanas la gente harta de promesas y corrupción voltea a ver con simpatía, que no con esperanza, a los políticos más o menos populacheros que saben explotar la fórmula bolivariana, mal llamada “populismo”, cuando sería mejor denominarla mover-por-medio-del-odio-a-electores-hartos-y-cansados-para-que-voten-en-contra-de-mis-opositores.
Como sea, el norte, el horizonte de todo esto, claramente, no son las ideas, sino la comunicación: métodos de propaganda que contribuyen a la desconfianza y a que las masas votantes pongan distancia entre ellos, sus intereses y sus esperanzas, y los políticos tradicionales.
De hecho, las cosas han cambiado tanto que cualquiera que tenga una manera estructurada de pensar, sin importar que sea liberal, conservadora, socialista o social demócrata, está perdido ante una masa de votantes que consume ávidamente emociones, y que cierra con reluctancia su mente a cualquier pensamiento estructurado.
Nada tan eficaz, entonces, para desacreditar a los opositores que identificarlos como sectas económico-políticas contrarias, por definición, a los intereses populares. Como nada termina por cansar más a los votantes que un grupo de pensadores e intelectuales que pretendan moverlos con ideas, planes, leyes, referencias a la Constitución y todas esas realidades para las cuales se requiere un mínimo de inteligencia entrenada, o, al menos, de confianza en que si uno no termina por comprender a fondo la importancia de las mismas, habrá quien sí lo haga.
La gente quiere resultados y no discursos, y no le importa el precio político o económico a pagar (y menos si es a futuro).
Y, si a alguien por definición, le interesa vivir el presente, gozar el presente, es, a las nuevas generaciones. En la última elección en Colombia, el 19 % de los votantes eran menores de veinticinco años, en Brasil hubo un aumento del 51%, con respecto al año 2018, de inscripciones de jóvenes para ejercer el sufragio; de donde uno puede colegir que no es que los jóvenes se hayan vuelto de “izquierda”, sino, más bien, que es el primer estrato etario en hartarse de promesas y confiar en resultados tangibles.
Como escribe Federico Hoyos, “más que un giro hacia la izquierda, lo que estamos viendo con la elección democrática de América Latina es un vuelco hacia diferentes temas de la agenda y la búsqueda de nuevos estilos de gobierno. Interpretar los resultados de elecciones como las de Chile, Colombia y Brasil como el de una preferencia por la izquierda, es una lectura insuficiente. Mandatarios como Gabriel Boric y Gustavo Petro se han referido más al ´cambio´ como una bandera de campaña que, al socialismo”.
De donde una conclusión provisional podría ser que a la gente más que las ideas, le interesa, simplemente, el cambio y la novelería: tecnología, criptomonedas, inteligencia artificial, vendrían a ser la panacea contra pobreza, violencia, desempleo, etc. ¿Cómo? No importa.
Apostar en exceso a un cambio vacío, a un cambio meramente de cascarón tiene, sin embargo, sus bemoles: si la gente votó por la destitución de la vieja manera de hacer política, y apostó por la nueva -mudable y vacía-, nada impedirá que cuando lleguen las elecciones vuelva a votar por lo mismo, haciendo de los políticos del cambio víctimas de su misma estrategia.
Ingeniero/@carlosmayorare