Radicales, fanáticos, yihadistas, violentos, terroristas, pandilleros, ¿cómo surgen?, ¿cómo se transforman?; frente a los condicionamientos negativos de Hobbes, Kant y Maquiavelo: el ser humano es malo por naturaleza, Jean-Jacques Rousseau acuñó la frase “el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe”…
En efecto, además de la herencia genotípica, los factores culturales, familiares, religiosos, escolares, contextuales y sobre todo los referentes que acompañan el proceso de plasticidad cerebral, entre la niñez y la juventud, condicionan ciertos comportamientos y conductas, creando un inventario ético particular para enfrentar la vida.
La radicalización es un proceso mediante el cual los individuos, a menudo jóvenes, pasan de apoyar puntos de vista moderados de la corriente principal a apoyar puntos de vista ideológicos extremos.
El problema psicológico de fondo es la “búsqueda o restauración de significado”; este elemento semiótico perdido, deteriorado o dañado por el contexto, probablemente se descubre frente a otros actores devotos o es guiado por un líder emergente emancipador.
En el fondo, sobre todo en una etapa de desarrollo de la personalidad, los jóvenes buscan “pertenecer” a un grupo y ser “reconocidos” en este grupo; en no pocos casos, las familias disfuncionales o familias saturadas o agobiadas por asuntos económicos descuidan las relaciones o lazos y los jóvenes buscan otros espacios; a veces lo encuentran en iglesias, deportes, grupos culturales o partidos políticos; en otros casos son aceptados en pandillas, barras bravas, grupos mafiosos, fascistas o de crimen organizado.
En opinión del especialista español Roberto Lobato, ante la pregunta ¿qué motiva a individuos “normales” para convertirse en radicales? Webber y Kruglanski (2017) proponen que la respuesta se haya en la intersección de tres fuerzas psicológicas a las que denominan las 3N (Needs, Narratives, and Networks): 1) las necesidades o motivación del individuo, 2) las narrativas ideológicas de la cultura del individuo, y 3) la interacción entre la presión grupal y la influencia social que ocurre dentro de la red social del individuo.
1.- Necesidades: La primera fuerza psicológica es la búsqueda de significado se refiere a la necesidad de las personas de marcar la diferencia, importar, ser alguien, en medio de una sociedad que los atomiza. Así, la búsqueda de significado sería una fuerza motivacional general, más allá de la mera supervivencia, que integra diferentes motivaciones como el honor, el estatus social, la venganza y la lealtad. Ha sido reconocida por los psicológicos teóricos bajo diversas etiquetas tales como competencia, logro, autoestima, dominio y motivación de control. Lo crucial es que la influencia, la estima, la competencia, el logro o el control se definen social o culturalmente. Es el intento de ser yo, en medio del grupo o la masa.
2.- Narrativa: La segunda fuerza psicológica es la narrativa cultural. Los individuos cuentan con una lista de medios culturalmente determinados que están socialmente compartidos y enraizados en una ideología a la que su grupo se suscribe. La ideología es la que identifica los objetivos y los medios apropiados para alcanzarlos. De este modo, la reacción depende de la norma cultural que sea relevante en cada situación. Si las normas prosociales son salientes, las personas se comportarán de forma más prosocial. Pero hay culturas hostiles, con una tradición e historia.
3.- Networking: La red social se refiere al grupo de personas que se suscriben a la narrativa. Su manera de contribuir a la radicalización individual es doble. Por un lado, el contacto con dicha red hace que la narrativa justificadora de comportamientos inadecuados se haga cognitivamente accesible para los sujetos. Por otro lado, el apoyo de la red a la narrativa la valida y sirve como prueba de su veracidad y solidez. La validez de la ideología justificadora de actitudes radicales se desmoronaría si no se compartiera de manera consensuada dentro de un grupo más grande. Mantener la fe en estas ideologías, como con todos los sistemas de creencias, requiere una validación consensuada. Agreguemos aquí el impacto, influencia o vehiculización de las redes sociales, que antagonizan estas estructuras de conexiones. El bullying, la ignorancia acumulada, la humillación, la alienación social, la percepción de una amenaza al significado, la oportunidad de obtener un rédito de significado, la posibilidad de convertirse en un héroe, un mártir, el fracaso acumulado, son factores que impulsan a la radicalización.
Pero no solo estos factores enunciados activan un proceso de radicalización, se necesita caer en la cuenta que el único camino para obtener significado es el camino violento o extremo.
En la letra “Violencia” de Tabaré Cardozo dice: “Yo soy el error de la sociedad, soy el plan perfecto que ha salido mal; vengo del basurero que este sistema dejó al costado, las leyes del mercado me convirtieron en funcional (…) soy una pesadilla de la que no vas a despertar (…) vos me desprecias, pero fisurado me necesitas. Soy parte de un negocio que nadie puso y que todos usan, en la ruleta rusa yo soy la bala que te tocó (…) Cargo con un linaje acumulativo, de mí se adula Y un alma que supura veneno de otra generación Yo no sé quién soy, yo no sé quién sos. El tren del rebaño se descarriló”-
Otro elemento en el proceso de radicalización es la “fusión de la identidad”, lo cual ocurre cuando la identidad social se vuelve un componente esencial del autoconcepto personal; en efecto, se desarrolla un sentimiento visceral de unidad con determinado grupo en el que el yo personal y el yo social se fusionan, perdiendo o debilitando la personalidad individual frente al grupo.
En los grupos de radicales, las sinergias y los lazos relacionales cambian, a tal punto que aparece una creencia de “invulnerabilidad”, nuevos vínculos fraternos, nuevas convicciones morales, nuevos valores, todo apuntando hacia un modelo protector o defensivo.
El fanatismo y la radicalización es un producto social, un constructo fabricado por sociedades excluyentes, que por años ignoraron las condiciones desfavorecidas de los otros. De repente, se despliega una implosión social y el fenómeno comienza con sus daños colaterales.
Para nuestro caso, tenemos los movimientos guerrilleros de los años 70 y 80 como una fuerza emergente y radical en un contexto de represión; luego en los 90 las pandillas como producto de una situación sin resolver; y hoy los nuevos redentores políticos que creen que están salvando a la sociedad con soluciones falsas e ineficaces. Pese a esta historia, el ADN de los problemas está intacto, solo ha evolucionado y mutado. Aún no caemos en la cuenta que la solución es un sistema educativo de calidad. ¿Qué sigue…?
Disclaimer: Somos responsables de lo que escribimos, no de lo que el lector puede interpretar. A través de este material no apoyamos pandillas, criminales, políticos, grupos terroristas, yihadistas, partidos políticos, sectas ni equipos de fútbol… Las ideas vertidas en este material son de carácter académico o periodístico y no forman parte de un movimiento opositor.
Investigador Educativo/opicardo@asu.edu