Joan Manuel Serrat se retiró de los escenarios en 2022, pero sus canciones siguen tan vivas como cuando irrumpió en el panorama musical español a finales de la década de los Sesenta. Ahora, después de más de seis décadas de prolífica y exitosa carrera tanto en Europa como en Latinoamérica, ha sido distinguido con el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2024, máximo galardón que en el pasado han recibido otros artistas de renombre como Bob Dylan o Paco de Lucía. Tras recibir la buena noticia de tan merecido reconocimiento lo ha resumido así: “Es un buen colofón.”
Si Dylan ha sido el referente universal de varias generaciones con un estilo muy particular y unas letras que, además, le valieron el Premio Nobel de Literatura en 2016 –la Academia Sueca lo reconoció “por haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición americana de la canción”–, lo mismo podría decirse de Serrat en el ámbito iberoamericano. Los temas del cantautor catalán forman parte de las vivencias de españoles y latinoamericanos que ligan momentos trascendentales a las canciones de Serrat.
Como tantos jóvenes de mi época, en su día compré su disco más emblemático, Mediterráneo, y ese elepé en vinilo –con la foto de la intérprete superpuesta sobre las aguas del Mediterráneo en la famosa carátula del álbum–, me acompañó durante años. Era (y sigue siéndolo) un disco perfecto, con temas memorables como La mujer que yo quiero, Lucía, Qué va a ser de ti y ese sentido homenaje al mar que bañó su niñez, “…llevo tu luz y tu olor por donde quiera que vaya…” Aunque la producción de Serrat es voluminosa, Mediterráneo, editado en 1971, es la máxima expresión de su creación poética. No en balde, está considerado como uno de los mejores 100 discos españoles del siglo XX.
Y si Serrat es un poeta de fuerza mayor, no es lo menos su talento para poner música a los poemas de autores consagrados como Antonio Machado, León Felipe o Miguel Hernández. Sobre los versos de este último, sacó un disco exquisito y conmovedor con el que, por medio de sus arreglos musicales, divulgó para el gran público letras estremecedoras como Para la libertad y Elegía. Era su particular homenaje al poeta republicano que murió en el presidio político franquista en 1942.
Siempre comprometido con las causas en las que ha creído –en Argentina y Chile, donde es idolatrado, se solidarizó con las familias de los Desaparecidos bajo las dictaduras militares– hasta el día de hoy Serrat se ha pronunciado sobre las cuestiones que le preocupan. Durante los meses en que se dedicó a dar su última gira internacional enfatizó en sus conciertos la importancia de luchar contra el cambio climático. Aunque, tal y como les dijo a sus seguidores, él no vivirá para ver las consecuencias medioambientales de este fenómeno, emplazaba a los más jóvenes a tener conciencia sobre este problema global. Serrat, que se sintió mermado durante el encierro por la pandemia y perdió a buenos amigos por el coronavirus, estaba listo para decir adiós. Sobre sus planes de bajarse de los escenarios, dijo, citando el Libro del Eclesiastés, “Hay un tiempo para cada cosa.”
Su última actuación en vivo tuvo lugar, cómo no, en su ciudad natal, ante un público emocionado hasta las trancas frente a su ídolo, hijo predilecto del popular barrio del Poble-Sec. Antes, había recorrido Latinoamérica y ciudades de Estados Unidos donde la población latina se sabe de memoria sus canciones. No me perdí su concierto en Miami, donde una vez más se subió al escenario del James L. Knight Center. A sus casi ochenta años, su voz todavía poseía un barniz grave y vibrante. Serrat se movía con agilidad sobre el escenario y desgranó generosamente un repertorio que provocó delirio al entonar la mítica Penélope. Pero para mí el instante sobrecogedor es cada vez que le escucho cantar “Son aquellas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas”. Nos hemos hecho mayores con Joan Manuel Serrat, el poeta de nuestras vidas. [©FIRMAS PRESS]
*Twitter: ginamontaner