"El camino al infierno está asfaltado de buenas intenciones", decía Friedrich Nietzsche, y esta frase resuena profundamente cuando reflexionamos sobre cómo las decisiones bien intencionadas pero mal informadas pueden resultar en perjuicios inesperados. La historia está llena de ejemplos en los que las intenciones, por ignorancia o razonamiento erróneo, han generado malentendidos, decisiones equivocadas y consecuencias desastrosas, tanto a nivel individual como colectivo.
En el ámbito individual, una persona puede enfrentar frustraciones al no obtener los resultados esperados debido a la procrastinación, la elección de caminos errados o la adopción de métodos antiéticos con tal de alcanzar metas que, en su justificación, parecen validar cualquier medio (“El fin justifica los medios”, que por cierto, no lo dijo Nicolás de Maquiavelo). Sin embargo, las repercusiones de estas malas decisiones pueden escalar a niveles alarmantes cuando se trasladan al diseño de políticas públicas.
Un ejemplo claro de este fenómeno se observa en las políticas públicas promovidas por organismos internacionales en América Latina, cuyo objetivo es frenar el preocupante aumento de Enfermedades Crónicas No Transmisibles (ECNT). Estas políticas, aunque bien intencionadas, a menudo carecen de un fundamento científico sólido y se basan más en la necesidad humana de encontrar culpables claros para problemas complejos que en la búsqueda de soluciones efectivas.
Las ECNT, que incluyen enfermedades como la diabetes, la hipertensión y las enfermedades cardiovasculares, están estrechamente relacionadas con los comportamientos de consumo. Sin embargo, atribuir la causa de estas enfermedades exclusivamente al contenido de ciertos productos alimenticios es, como dice el refrán popular, "querer tapar el sol con un dedo". Aún más problemático es señalar únicamente a los productos industriales como causantes de estas enfermedades, eximiendo a aquellos considerados culturalmente aceptables.
Esta perspectiva no solo es ingenua, sino que también ignora la complejidad del problema. El cuerpo humano no distingue entre nutrientes según su origen cultural o industrial; lo que importa es su composición y cómo interactúan con nuestra fisiología. Para abordar eficazmente las ECNT, es fundamental recurrir a la ciencia, y en particular, a la neurociencia, que ofrece una comprensión más profunda del comportamiento humano y sus motivaciones.
La neurociencia puede proporcionar explicaciones lógicas y basadas en evidencia sobre por qué las personas adoptan ciertos hábitos alimenticios y cómo estos hábitos pueden modificarse de manera sostenible. Por ejemplo, estudios han demostrado que los comportamientos alimentarios están influenciados por factores como el estrés, las emociones y los hábitos aprendidos desde la infancia. Entender estos factores es crucial para diseñar intervenciones efectivas que realmente cambien los patrones de consumo.
Un enfoque basado en la ciencia también evitaría la simplificación excesiva del problema y permitiría desarrollar políticas que aborden las causas subyacentes de las ECNT. Esto incluye considerar factores como la educación, el acceso a alimentos saludables, la promoción de estilos de vida activos y la creación de entornos que faciliten elecciones saludables.
Sin embargo, no podemos subestimar el poder de la educación. Aunque sus efectos pueden tardar en manifestarse, la educación es la única herramienta que puede generar cambios duraderos en el comportamiento. Las campañas educativas deben centrarse en proporcionar información clara y precisa sobre nutrición y salud, y en desarrollar habilidades que permitan a las personas tomar decisiones informadas sobre su alimentación y estilo de vida.
Un buen ejemplo de la importancia de la educación se observa en programas que han tenido éxito en reducir el consumo de tabaco. Estas iniciativas combinan políticas públicas, como impuestos elevados y restricciones de publicidad, con campañas educativas que informan a las personas sobre los riesgos del tabaquismo y promueven hábitos saludables. Aunque estos programas no han erradicado completamente el tabaquismo, han logrado reducir significativamente su prevalencia.
En contraste, políticas basadas en soluciones rápidas y superficiales, como prohibir ciertos alimentos o imponer etiquetados simplistas, pueden generar resistencia y no abordan los problemas de fondo. Estas medidas pueden ser percibidas como punitivas y desinformadas, lo que reduce su efectividad y puede incluso tener efectos contraproducentes.
En conclusión, aunque las buenas intenciones son importantes, no son suficientes para resolver problemas complejos como las ECNT. Es esencial que las políticas públicas se basen en evidencia científica y en una comprensión profunda del comportamiento humano. La neurociencia y otras disciplinas pueden proporcionar las herramientas necesarias para desarrollar soluciones efectivas y sostenibles. Al mismo tiempo, la educación sigue siendo la clave para promover cambios duraderos en el comportamiento. Solo así podremos transformar las buenas intenciones en buenas soluciones y evitar que el camino al infierno siga asfaltado con nuestros errores bienintencionados.
Doctor en Medicina y Abogado de la República