Surgió bastante interés por mi artículo de la quincena anterior “El típico alcohólico”, en el que se describía una faceta de la enfermedad, la dependencia física. Exponíamos que en la persona alcohólica se producen cambios bioquímicos que progresivamente hacen que su cerebro prefiera el alcohol a la glucosa, su alimento y fuente de energía natural. Esto, decíamos, induce a la necesidad de mantenerse bebiendo para poder funcionar, como el trago mañanero, y produce una serie de síntomas cuando la ingesta de alcohol se reduce o suspende: el síndrome de abstinencia.
Por mucho tiempo al alcoholismo se le llamó medicamente dependencia de alcohol, nombre que en lo particular me parecía muy apropiado ya que incluía un fenómeno omnipresente en la persona alcohólica. Desde 2013 y con el advenimiento del DSM-5 (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, quinta edición), pasó a llamarse trastorno por uso de alcohol, que puede ser leve, moderado o severo. El nombre no me cayó muy en gracia pero es con el que se trabaja ahora.
Entre los síntomas más importantes de la enfermedad se encuentran el consumo de alcohol en mayores cantidades y por períodos más largos de los que la persona se proponía, esfuerzos fallidos de controlar la ingesta, el consumo de gran cantidad de tiempo en conseguir el alcohol, beberlo y recuperarse de sus efectos, la urgencia por beber, consumo persistente a pesar de las consecuencias sociales que produce, disminución de tiempo disponible para importantes actividades ocupacionales o recreativas, uso de alcohol en circunstancias inapropiadas o peligrosas, uso de alcohol a pesar de alteraciones físicas o psicológicas importantes, dependencia física y síndrome de abstinencia. No todos los síntomas deben estar presentes para hacer el diagnóstico y el número de ellos dará la pauta para clasificar la gravedad.
Como se advierte, los síntomas incluyen aspectos físicos, psicológicos y sociales, ya que la enfermedad afecta a la persona y a su familia en diferentes dimensiones.
Pero no es necesario aprenderse toda la lista de síntomas para identificar el problema. Existen formas menos complicadas. Una que desde hace mucho tiempo me ha parecido excelente es la que pregonaba el padre Joseph Martin, sacerdote jesuita y alcohólico él mismo, quien trabajó hasta su muerte en Ashley Inc., un centro de tratamiento para adictos en Maryland. El padre Martin decía: “Si el alcohol te da problemas, el alcohol es un problema”. Simple, exacto y directo.
Evidentemente, toda persona que padece de un trastorno por uso de alcohol debe tener como objetivo dejar de beber. Pero eso es más fácil decirlo que lograrlo. El consumo de alcohol está tan firmemente arraigado en las costumbres humanas que prácticamente está en todas partes y en todas las actividades. Y esto es especialmente cierto en los alcohólicos, para quienes cualquier momento y cualquier circunstancia es apropiada. Pero es imperativo que el alcohólico deje de beber pues de no hacerlo su destino está marcado. El alcoholismo es una de las principales causas de muerte en el mundo y también una causa importante de muerte prematura.
El alcoholismo es una enfermedad; por tanto, no toda persona que bebe es alcohólica. Es más, la inmensa mayoría de las personas que beben no tienen alcoholismo y no presentan todas las alteraciones que hemos descrito. Una de los principales retos que el alcohólico debe afrontar es el hecho de que otras personas pueden beber sin problema, pero ellos no.
Médico Psiquiatra.