Este 8 de agosto, los alcaldes y diputados están cumpliendo sus primeros 100 días de trabajo, un periodo que debería ser reflejo de las promesas realizadas durante sus campañas electorales. Sin embargo, la realidad que enfrenta la población es desalentadora y plantea la inquietante pregunta: ¿100 días de qué? Esta interrogante resuena en el corazón de los ciudadanos que, en sus comunidades, se ven obligados a transitar por calles de tierra, que se convierten en verdaderos lodazales cada vez que llueve, mientras que la espera de una visita del alcalde o del diputado se siente interminable.
Estos 100 días representan, para miles de jóvenes, una búsqueda angustiosa de empleo que parece no tener fin, ya que la falta de nuevas inversiones en el país se traduce en un panorama desolador. Mientras tanto, los diputados optan por contratar a personajes de la farándula, modelos e influencers, pagando salarios que superan con creces lo que muchos trabajadores honestos podrían soñar ganar en un mes. Gastarse desmesuradamente $14,000 mensuales en un contexto donde la mayoría de la población lucha por sobrevivir es un acto de insensibilidad y desconexión total con la realidad que vive el pueblo.
Asimismo, estos primeros 100 días son un tiempo de desesperación para los jóvenes que claman por el cumplimiento de sus becas, mientras que los alcaldes y concejales prefieren contratar a personas incapaces, simplemente porque les brindaron su apoyo durante la campaña. Esta decisión no solo es un acto de nepotismo, sino que también implica que cada plaza ocupada por un ineficiente representa un proyecto de infraestructura social que no se ejecutará: una obra de agua potable, una conexión eléctrica, un torneo de fútbol para la comunidad o, incluso, la pavimentación de calles que mejorarían la calidad de vida de los ciudadanos.
En este contexto, se vuelve evidente que los 100 días han sido un ejercicio de burla hacia las necesidades de los salvadoreños. Muchos de ellos viven al día, estirando un presupuesto que apenas les permite sobrevivir, rogando a Dios que el costo de la electricidad baje lo suficiente como para que puedan pagar el alquiler de su casa y alimentar a sus hijos. Esta situación refleja la cruda realidad de una clase política que parece estar más interesada en el enriquecimiento personal que en el bienestar de la población.
100 días de corrupción, convirtiéndose en aquello que tanto criticaron y que juraron erradicar, esos políticos abusivos que se dan una vida de lujos mientras su pueblo está comiendo mierda.
La voracidad de esta clase política se traduce en una devastadora pobreza que sigue dejando sin nada al pueblo. La corrupción se ha vuelto un sello distintivo de quienes prometieron erradicarla, convirtiéndose en lo que tanto criticaron durante la campaña. Estos políticos, que viven en el lujo y el derroche, ignoran las penurias que enfrenta el pueblo, que se siente cada vez más aislado y desamparado.
Así, la pregunta se repite: ¿100 días de qué? De promesas vacías, de ineficiencia y de desinterés por las necesidades de los salvadoreños honestos, honrados y trabajadores que esperan un cambio verdadero. Este periodo debería ser un llamado de atención para la clase política, un recordatorio de que su labor es servir a la población, no a sus intereses personales. La esperanza de un futuro mejor depende de su capacidad para escuchar y actuar en consecuencia. La ciudadanía está cansada de promesas incumplidas y exige resultados tangibles que mejoren su calidad de vida. Es hora de que los líderes políticos dejen de lado su egoísmo y se comprometan a trabajar por el bienestar de todos.
Periodista