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¿Por qué no la agricultura?

Teniendo tierras que por siglos probaron ser fértiles y que ahora están abandonadas, no les hacemos caso. Tenemos pocos ingenieros agrónomos, y mucho menos técnicos en agronomía, pero cantidad de licenciados en Turismo. Casi cuarenta años después de la guerra, no le apostamos a la agricultura.

Por Carmen Maron
Educadora


Iba a escribir este artículo a finales de marzo, hablando de la visión a futuro que tuvieron Monseñor Romero y el Padre Rutilio Grande; visión que en su momento se tildó de comunista. Escribo no desde el punto de vista religioso, sino desde un punto de vista histórico y social. El Salvador por siempre ha sido un país dividido en dos. Yo no diría esa frase de "del Salvador del Mundo para arriba", sino más bien el campo y la ciudad.


No voy a entrar en detalle de cómo y cuánto se les remuneraba a las familias que trabajaban en el campo hasta los años 80 del siglo pasado. Basta con decir que la bonanza económica que vivía El Salvador se basaba en ser prácticamente un feudo. ¿Eran malos los terratenientes? No, no lo creo. Eran simplemente herederos de un sistema impuesto desde el siglo XIX. Cuándo el Padre Rutilio Grande quiso darles dignidad a los trabajadores del campo, cuándo Monseñor Romero señaló los múltiples errores sociales que existían (nótese, no estoy hablando de política), lo que se creó fue un ambiente de represión más grande de la que aún existía, basada en el temor de una insurrección como la de 1932.Los salvadoreños, parece, actúan más basados en el temor que en la lógica. Y parece que nadie, en casi 50 años, se ha planteado la posibilidad que un cambio social en el trato, remuneración, escolaridad y derechos de la población del campo en 1977, hubiera evitado los problemas que estamos viviendo como país en el 2025. A veces los profetas hablan también de economía.


La guerra, generó una inmigración masiva y un desplazamiento poblacional. Sí, fueron resultados del conflicto. El problema radicó en el acomodarse y, lo que es peor, no cambiar las estructuras sociales, para revertir esos resultados. Como ya dije en un artículo, uno de los errores más grandes fue intentar industrializar El Salvador. Las generaciones de la post guerra vieron el trabajo en el campo como "retrógrado", las remesas fueron buena excusa para no cultivar, y las maquilas y los call centers se volvieron trabajos aceptables y cotizados. Los créditos de avío nunca fueron asequibles, y nunca se consideró la agricultura como una vía para el desarrollo como nación. Los paradigmas mentales son difíciles de romper.


Si bien no es incorrecto decir que el turismo es de las pocas cosas que tenemos, el turismo, aquí y en cualquier lugar del mundo, es un arma de dos filos. Si no, indaguen cuántos mexicanos pueden ir a Cancún, o el problema que tuvo la República Checa cuando Praga se volvió un destino popular.

La analogía para El Salvador pudiera ser esta: una madre de familia que no ha manejado bien sus finanzas, se queda corta de dinero y usa la tarjeta, pero eventualmente la topa. Entonces decide convertir su propiedad de tres manzanas llenas de árboles de mangos, aguacates y naranjos en un AirBnB para pagarla.

Comienza a remodelar la casa y gasta otra millonada, endeudándose, mientras saca tres camionadas de mangos podridos, regala todos los aguacates y deja que las naranjas se las coman las ardillas y los tacuazines, porque me va a dar más dinero el AirBnB. Y si aquí no entendió la analogía, prueba mi teoría sobre cómo vemos la agricultura en El Salvador.

Teniendo tierras que por siglos probaron ser fértiles y que ahora están abandonadas, no les hacemos caso. Tenemos pocos ingenieros agrónomos, y mucho menos técnicos en agronomía, pero cantidad de licenciados en Turismo. Casi cuarenta años después de la guerra, no le apostamos a la agricultura.

Le pregunté a un amigo mío, agrónomo, qué se podía cultivar en El Salvador y me respondió con una lista enorme. Yo menciono sólo cultivos que no se me habían ocurrido. Al norte, en las montañas: arándanos, melocotones, duraznos y cerezas. En la zona central: naranjas, limones, mangos, piñas, aguacates (de todo tipo). Zona costera: sandías, cocos, soja y garbanzos. Zona del Lempa: marañones (no tanto por la fruta sino por la nuez), maní y cacao. También se podría tener cultivos de girasoles (para aceite), uvas y dátiles. En su opinión, con una inversión gubernamental sería: créditos blandos, tecnificación de la agricultura y proyectos de desarrollo sostenible, El Salvador pudiera estar cubriendo lo que ahora importa (y exportando) en un plazo de cinco a siete años.

Los productos de exportación deberían proceder de una agricultura focalizada (es decir, escogidos tras un estudio tanto de viabilidad como de mercado).
"Y", me dijo, "eso no impide seguir con un proyecto de crecimiento del turismo". Me planteó un escenario hipotético con Surf City: si cada desarrollo habitacional tuviera como requisito plantar una manzana de cocoteros, en quince años se tendrían no solo cocos, sino manufactura de productos, que a su vez generarían empleos en la zona. Yo siempre había pensado que el coco producía dos cosas:  la nuez y aceite; pero, resulta, que del coco se puede sacar hasta queso, por no hablar de madera y combustible. Y además, me dijo, "estos cocoteros podrían ser, a su vez, lugares de acceso a playas públicas".


Es de la opinión de muchos profesionales en el ramo que El Salvador nunca ha sabido cómo manejar el tema agricultura. Para muchos salvadoreños, la idea de la agricultura genera la percepción de retraso económico e ignorancia. Sin embargo, dignificar a la agricultura y al agricultor, apostar por educación de calidad en el área rural -una deuda social y política de siglos- y facilitar programas de educación técnica a jóvenes que viven en el campo, cambiaría el rostro económico de El Salvador. Es cuestión de resarcir y corregir lo que no se hizo en los 70s.

Podemos pasar otros cuarenta años en discusiones estériles, insultos exóticos e ideas elevadísimas de cómo generar ingresos a nivel país. O podemos ser un poquito humildes y admitir que los pobladores originales de esta tierra tenían razón: es más sabio vivir de ella. Allí está el recurso, falta sólo vencer los paradigmas que nos atan al pasado, hacer una inversión por el bien de las futuras generaciones y hacerle caso a los profetas.

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