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Los niños de la ventana

Hoy que leí acerca de la mujer que mató a su bebé recién nacido a puñaladas, decidí que quien quiera escupir odio, que lo haga, pero este tema se tiene que tocar. Alguien llamó ridícula la propuesta de la ventana. Difiero. Entre un bebé asesinado y una ventana para dejarlos, prefiero la ventana; lo ridículo es no hacer nada para que los niños abandonados tengan la oportunidad de una vida feliz, como hasta ahora.

Por Carmen Maron
Educadora

Hace unos días, el grupo parlamentario de ARENA propuso que se pusiera una ventana donde se dejaran a los niños que las madres no querían en los distintos hospitales del país, algo que ya se hace en naciones desarrolladas. Por supuesto, estalló otra guerra sobre esto, y yo, en lo particular, quizás buscaría una metodología más funcional que una ventana. Pero sé que muchas mujeres que, desafortunadamente, no pudimos concebir por razones físicas, vimos algo así no con sesgo político, sino con el anhelo que adoptar a un bebé fuera así de fácil.

Voy a contar mi historia, aunque sé que muchos no la van a entender, pero para que quizás alguien en la comisión de la ley “Crecer con Cariño” lea esto. Para muchas salvadoreñas, incluida yo, ha sido terriblemente doloroso no haber pasado por todos esos momentos que pasan la mayoría de las mujeres: la “panza”, amamantar a un niño, verlo crecer, verlo graduarse. Es difícil, conforme envejezco, darme cuenta de que nunca tendré nietos. Durante muchos años no podía cargar a un bebé en brazos sin llorar. Y fueron muchos años más antes de que pudiera pronunciar las palabras “estéril” e “infértil”. Después de dos años en que estuve muy enferma, me descubrieron hipotiroidismo primario. Y, sí, mi médico me confirmó que esa pudo haber sido la causa de mi infertilidad.


Para cuando lo descubrí, tenía 49 años. Pero yo había estado intentando adoptar desde 11 años antes. En la adopción se toma en cuenta tanto la edad de la madre como la del niño, y en caso de que la mujer sea soltera, debe ser del mismo sexo. Yo siempre busqué adoptar yo, como persona natural, y también buscaba adoptar a una niña mayor, ya que muchas de ellas quedaban olvidadas por el sistema. Fue así que en el año 2014 recibí una llamada. Había una niña de 9 años que quería desesperadamente ser adoptada y me preguntaron si estaría dispuesta a ser madre sustituta, y luego de ser posible, proceder con la adopción. Yo tenía 43 años y un buen trabajo. No tenía un sueldazo, pero bastaba para las dos. Y la edad de la niña era ideal.

Yo puse dos condiciones. La primera era que no quería que la niña y yo nos viéramos previamente, a pesar de que tenía la opción de llevármela “de visita” los fines de semana antes de definir si quería ser madre sustituta. Yo había decidido desde antes que, si tenía la oportunidad, la iba a recibir tal cual, como que hubiera dado a luz, porque me parecía de lo más cruel llevar a una niña a mi casa y luego devolverla. La segunda, que quería saber si la niña estaba de acuerdo con mi petición. La niña accedió, me dieron directrices, prometí una constancia de sueldo, la copia de la escritura de mi casa, mi declaración de renta y colgué. Cinco minutos después tenía contratada a una abogada. No les puedo describir mi felicidad. Decir que caminaba en las nubes no sería suficiente ¡Iba a ser mamá! Lo primero que hice esa tarde fue ir a ver camas de princesas a un centro comercial.


Durante las siguientes semanas, mientras esperaba respuesta, mi “yo” más práctico me bajo de las camas de princesas a la realidad. Hice cita con un psiquiatra amigo de la familia para discutir la ruta a tomar con la niña. “No la vayás a meter un colegio bilingüe”, me dijo. No podía pagar un bilingüe, de todos modos, pero soñaba con el Externado San José, aunque primero coticé un colegio pequeño que proveyera apoyo en caso de potenciales problemas de aprendizaje .Coticé tantas cosas: seguro de salud, microbús, cuánto para comida, la ropa de la niña, uniformes, etc. Le escribí a mis amigos de confianza preguntando por dentistas, pediatras, psicólogos, hasta dónde recibiría su catequesis para bautismo por si no estaba bautizada.Yo sabía que la niña iba a depender de mi completamente, así que me preparé para asumir la carga sola y darle todo el amor del mundo, la mejor vida que le pudiera dar, llena de hermosos recuerdos: Navidades con fuegos artificiales, cumpleaños maravillosos, galletas que hornearíamos juntas…
Entonces vino el primer bombazo.


Como yo era “sola”, tenía que tener a una persona que se hiciera cargo de la niña si algo me pasaba, para que no regresara al sistema. Me pareció lógico, pero el problema fue que nadie en mi familia directa llenaba los requisitos. Me desesperé. Una de mis vecinas, española, que había adoptado a dos niños, al descubrir que el que había adoptado primero tenía una hermana, me sugirió la figura de un tutor. Unos amigos, de la nada, estuvieron dispuestos y yo sabía que ellos amarían a la niña como propia, además de tener una posición económicamente mucho más holgada que yo y compartir mi fe . Así que iniciamos el papeleo con la abogada y en lo que hacíamos…


Bombazo número dos:
De la nada se me dijo que tenía que ir a juicio. Como la niña tenía nueve años, tenía que escoger entre vivir conmigo (a quien no conocía) y unos tíos (a quienes tampoco conocía), que el ISNA había logrado contactar. Mi abogada se sentó conmigo y me explicó que, al final, podía lograr ser madre sustituta, pero tener que volver a ir a juicio para adoptar, que los tíos podían apelar aunque la niña quisiera quedarse conmigo y que nada estaba garantizado. ¿Estaba yo dispuesta a vivir por años sabiendo que me podían quitar a la niña y yendo de juicio en juicio?


No sé si fue nobleza o cobardía, pero no pude ir a juicio. Me he preguntado mil veces a través de los años por qué no lo hice, si ya tenía todo arreglado. No estaba en contra de una adopción abierta tampoco, así que los tíos no eran problema. Pero, en mi corazón, no podía imaginarme la angustia de una niña que simplemente quería un hogar, teniendo que tomar una decisión tan importante a tan corta edad, en un juzgado lleno de extraños. Y no quería que un día me reclamara el trauma de separarla de su familia de sangre en un juzgado. Así que mi abogada comunicó mi decisión: la niña se quedaría con su familia. Por casi dos años, lloraba cada vez que veía una cama de princesas, o vestidos para niña. Luego me enfermé y creo que una de las razones por las que terminé con las defensas hasta el suelo fue por lo doloroso de todo.

Si la hubiera adoptado, mi hija tendría ahora diecisiete años. Se estuviera graduando del Externado San José, según mis planes. Probablemente, hubiera querido conocer a su familia biológica y me hubiera gritado: “NOOOO SOOOOS MI MAMAAAÁ” más de una vez. No hay día que no piense en ella. Espero que si un día, de casualidad, lee esto, sepa que era una niña deseada y amada.


No critico las acciones que se tomaron. Buscar un tutor, o a la familia de sangre, ocurre aquí y en todos los países del mundo. Lo que sí me frustra, y por eso vuelvo a lo de la ventana, es que, mientras yo intentaba sanar, la gente me salía con “pero hubieras ido a convencerte (me imagino como, pero nunca pregunté) a alguien en el Bloom que te diera un niño de los abandonados. Mira, la fulana así hizo”. Nunca quise una adopción así, porque era ilegal. Y mi otra opción, que era pagarle a una mujer que no quería a su hijo, nunca se presentó. Obvio, nadie en este país va a decir que no quiere a su hijo a una perfecta extraña. Aún ahora, me frustra que traté de hacer todo de la manera correcta, respetando las leyes, sólo para quedarme con los brazos vacíos, mientras veo a tanto niño en situaciones de vulnerabilidad (y antes que me digan, como siempre, que haga algo, sepan que he llamado al 911 y les he pegado grandes chamarreadas a las mujeres, pero, tristemente, quitarles yo al niño es ilegal).


Hoy que leí acerca de la mujer que mató a su bebé recién nacido a puñaladas, decidí que quien quiera escupir odio, que lo haga, pero este tema se tiene que tocar. Alguien llamó ridícula la propuesta de la ventana. Difiero. Entre un bebé asesinado y una ventana para dejarlos, prefiero la ventana; lo ridículo es no hacer nada para que los niños abandonados tengan la oportunidad de una vida feliz, como hasta ahora. Y no, no tiene nada que ver con quien lo proponga, y todo que ver con la vida, que es la política más generosa, aunque muchos parecen haberlo olvidado. Yo sé que muchas mujeres leyendo este artículo irían a buscar a esos bebés. Claro que se necesita más que una ventana, se necesita toda una legislación que haga que la adopción sea un derecho para toda aquella mujer, que quizás tiene el vientre vacío, pero el corazón dispuesto a amar…

*Dedicado a todas aquellas mujeres que, como yo, se quedaron deseando poder ser mamás.

Educadora, especialista en Mercadeo con Estudios de Políticas Públicas

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