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En busca del placer: el intrincado entrelazado entre una realidad y un mal abordaje

La dependencia, ya sea de sustancias o prácticas, no puede abordarse efectivamente a través de la prohibición. El impulso biológico de buscar placer persistirá, y las restricciones solo conducirán a la búsqueda de alternativas. En lugar de enfoques punitivos, es esencial adoptar estrategias que ofrezcan opciones saludables y constructivas para satisfacer las necesidades inherentes del cerebro humano.

Por Edward Wollants
Médico y abogado

En el vasto y complejo universo de la mente humana, la búsqueda constante de placer se presenta como un hilo conductor que atraviesa la historia de la humanidad. Desde tiempos inmemoriales, el ser humano ha mostrado un aafinidad innata hacia experiencias que desencadenan sensaciones de felicidad, bienestar y satisfacción. Este impulso, arraigado en la estructura misma de nuestro cerebro, se manifiesta a través de diversas vías, desde la ingesta de sustancias hasta la práctica de actividades que desencadenan la liberación de neurotransmisores asociados al placer, como la dopamina y las endorfinas.

Uno de los caminos más comunes que la humanidad ha tomado en su búsqueda de placer es el consumo de diversas sustancias, cada una con su propio efecto en el delicado equilibrio químico cerebral. Desde el azúcar que estimula las papilas gustativas hasta el tabaco que proporciona una sensación de relajación, el hombre ha explorado diferentes formas de alterar su estado de ánimo a lo largo de la historia. En este contexto, es crucial reconocer que la preferencia innata por lo dulce está arraigada en la naturaleza misma de nuestro ser, un aspecto que no debe pasarse por alto al abordar las elecciones alimenticias y sus implicaciones para la salud. Sentenciar que no deben utilizarse sustitutos del azúcar porque promueven el sabor dulce es desconocer la conexión intrínseca entre este gusto y nuestra biología. El dulzor no es simplemente una debilidad gustativa, sino unaseñal evolutiva de que el alimento en cuestión proporciona un aporte calórico, esencial para nuestra supervivencia.

La marihuana, por ejemplo, ha sido objeto de debates y discusiones en torno a su legalización, pero ¿por qué el cerebro humano anhela esta experiencia? La respuesta radica en la capacidad de la marihuana para interactuar con los receptores cannabinoides en el cerebro, desencadenando una cascada de reacciones químicas que resultan en la famosa sensación de euforia. La búsqueda de este placer no se puede reducir a una mera elección moral, sino que está arraigada enla fisiología humana.

En la era moderna, la tecnología ha introducido nuevos elementos en esta danza de neurotransmisores. Las redes sociales, diseñadas para estimular la interacción social, han demostrado ser una fuente de gratificación instantánea. Los likes, comentarios y notificaciones activan la liberación de dopamina, creando un ciclo adictivo que ha llevado a muchos a depender de la validación virtual para su satisfacción personal. Y esto es una realidad que parece afectar a personas de todas las razas, casi todas las edades, credos religiosos, latitudes, hombres y mujeres, estrato socio económico y no importa si hay quienes lo quieran aceptar o no. Hay gobernantes que utilizan las redes sociales para su placer y conveniencia política; sin embargo, se presenta una contradicción cuando funcionarios de esos mismos gobiernos condenan a empleados públicos por hacer uso de dichas plataformas. Estas adicciones no reconocen privilegios.

En el abordaje de aquellos considerados “adictos” al sexo, se presenta un panorama complejo. Si bien es cierto que esta conducta puede acarrear una serie de problemas que afectan la vida cotidiana y las relaciones interpersonales, la solución no reside en una prohibición tajante de la actividad sexual. La realidad es que la adicción al sexo, como cualquier otra forma de dependencia, requiere un enfoque más comprensivo y equilibrado. Prohibir la actividad sexual de manera indiscriminada sería no solo impracticable, sino también contraproducente, ya que la sexualidad es una parte intrínseca de la experiencia humana. En lugar de imponer restricciones, es esencial explorar enfoques terapéuticos y de apoyo que aborden las causas subyacentes de la adicción, proporcionando a quienes la padecen herramientas para gestionar su conducta de manera saludable y constructiva.

La dependencia, ya sea de sustancias o prácticas, no puede abordarse efectivamente a través de la prohibición. El impulso biológico de buscar placer persistirá, y las restricciones solo conducirán a la búsqueda de alternativas. En lugar de enfoques punitivos, es esencial adoptar estrategias que ofrezcan opciones saludables y constructivas para satisfacer las necesidades inherentes del cerebro humano.

La educación desempeña un papel crucial en este proceso. La comprensión profunda de cómo funcionan las sustancias en el cerebro y cómo las prácticas afectan nuestra química interna puede empoderar a las personas para tomar decisiones informadas. Además, la promoción de actividades que fomenten la liberación de endorfinas de manera natural, como el ejercicio regular, el arte o la conexión social cara a cara, puede ofrecer alternativas valiosas y menos perjudiciales.

En el complejo entramado de las adicciones, la prohibición a menudo se presenta como una solución simplista. Tomemos, por ejemplo, la nicotina, una sustancia adictiva presente en el tabaco y apliquémosle la “metáfora de la nicotina encadenada”: Imaginemos a un adicto a la nicotina como un navegante en un mar tormentoso, donde el tabaco es su ancla. Prohibir el tabaco sin ofrecer una balsa de salvación equivalente sería como condenar a ese navegante a la deriva, sin brindarle una ruta segura hacia la orilla. En lugar de simplemente cortar la cadena, es imperativo proporcionar opciones viables y apoyo para ayudar a aquellos atrapados en la tormenta de la adicción a encontrar tierra firme. La prohibición sin soluciones alternativas solo perpetúa el ciclo destructivo, dejando a los afectados sin más opción que sucumbir a las olas de la dependencia, tal y como lo hemos podido apreciar en la anterior paradoja sobre las prohibiciones.

  En conclusión, la búsqueda de placer es una parte intrínseca de la experiencia humana, impulsada por la biología de nuestro cerebro. Abordar la dependencia no solo requiere comprensión, sino también empatía y opciones realistas. Al proporcionar a las personas alternativas saludables, podemos aspirar a construir una sociedad donde el placer se encuentre en el equilibrio y la armonía, en lugar de la indulgencia descontrolada.

Médico Nutriólogo y Abogado de la República

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