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Acuerdos de Paz: Temas económicos, sociales y culturales – Gobiernos del FMLN y el Consenso de Washington

Sea como fuere, el FMLN como partido de gobierno siguió la senda económica establecida por los gobiernos de ARENA con un lenguaje de razón y de convocatoria al diálogo para superar los problemas de fondo, pero como partido político siguió con un discurso que recordaba sus tiempos de movimiento revolucionario.

Por Francisco Galindo Vélez

Para 2009, cuando el FMLN llevó a su candidato a la presidencia de la República, el Consenso de Washington se había convertido en sinónimo de neoliberalismo, y al neoliberalismo se le consideraba una ideología, para nada una filosofía política, que solo creía en el comercio y en la inversión para lograr el desarrollo y la prosperidad a costa del bienestar, la dignidad y la vida humana y, así, por ejemplo, Semane Rahmatifar y Seyed Hossein Mirjafari en su artículo A Study of the Relationship between Neoliberalism and the Second Generation Human Rights  (Un estudio de la relación entre el neoliberalismo y la segunda generación de derechos humanos), argumentaron que estaba en clara contradicción con los derechos humanos de segunda generación, es decir, los derechos económicos, sociales y culturales.

En la práctica, el Consenso de Washington había adquirido una dimensión y un significado muy diferente al que originalmente se tenía en mente y en su artículo Más allá del Consenso de Washinton, finanazas y desarrollo, Jeremy Clift resume la pretensión inicial: “En esta época de cambio, en que el capitalismo parecía triunfar y la Guerra Fría llegaba prácticamente a su fin, el economista John Williamson acuñó la expresión ‘Consenso de Washington’ para describir la serie de reformas que las economías estatizadas de América Latina podrían aplicar para atraer nuevamente a los capitales privados después de la debilitante crisis de la deuda de la ‘década perdida’ de los años ochenta. Como Williamson explica…aun cuando este conjunto de políticas tuvo originalmente por objeto reformar las economías de América Latina, pronto se convirtió en un modelo para todo el mundo en desarrollo. Asignaba énfasis a la disciplina macroeconómica (particularmente fiscal), la economía de mercado y la apertura. El Consenso de Washington contribuyó a cubrir la necesidad de un marco de política económica que sustituyera a las desacreditadas estrategias de planificación centralizada y sustitución de importaciones. Como Moisés Naím señala en la revista Foreign Policy, la crisis de la deuda y el fin de la Guerra Fría hicieron que los gobiernos no pudieran mantener políticas que no estuvieran basadas en sólidas políticas macroeconómicas o que no favorecieran la inversión extranjera”.

Esta realidad de cambio de significado y de propósito llevó al propio John Williamson a una importante reflexión que se encuentra en su artículo What Should the World Bank Think about the Washington Consensus. (¿Qué debería pensar el Banco Mundial del Consenso de Washington?). Allí dice claramente que si bien le daba alegría ser famoso por acuñar un término que reverbera en todo el mundo, durante mucho tiempo había tenido dudas sobre la utilidad de su frase para promover la causa de la planificación económica racional. Recuerda que su preocupación inicial fue que la frase invitara a la interpretación de que las reformas económicas liberalizadoras de las dos décadas anteriores habían sido impuestas por las instituciones con sede en Washington en lugar de haber sido el resultado de un proceso de convergencia intelectual que “subyace” a las reformas. Así, también considera que la “convergencia universal” de Ricard Feinberg o el “consenso mundial único” de Jean Woelbroeck habrían sido mucho mejores términos para la convergencia intelectual que él tenía en mente.

Continúa su reflexión diciendo que poco a poco fue desarrollando una preocupación más importante al encontrar que se había dotado al término de un significado hondamente diferente del que él había pretendido y que se utilizaba como sinónimo de lo que se ha llamado “neoliberalismo” en América Latina, o de lo que George Soros ha llamado “fundamentalismo del mercado”. Añade que cuando se encontró con esto afirmó que era un  uso equivocado del término, y que ingenuamente había imaginado que solo por haberlo inventado tenía algún tipo de propiedad intelectual que le permitía dictar su significado, pero que en la realidad el concepto se había convertido en propiedad pública. Y, así, en su artículo titulado No hay consenso: Reseña sobre el consenso de Washington y sugerencias sobre los pasos a dar, llega a otra conclusión y declara que “Cuando una expresión llega a adquirir significados tan dispares, conviene eliminarla del vocabulario”.

Para Moisés Naím Moisés Naím, ex ministro de Industria y Comercio de Venezuela y ex director de la Revista Foreign Policy, el Consenso de Washington se convirtió una marca conocida en todo el mundo y utilizada independientemente de su intención original, e incluso de su contenido, y se convirtió en una “marca dañada” (damaged brand). Recuerda que nunca tuvo como objetivo ser un programa de desarrollo, un proyecto nacional o una plataforma política, y mucho menos una ideología, pero que lamentablemente en un momento u otro, y en diferentes países, fue llamado a realizar todas esas funciones y, naturalmente, fracasó estrepitosamente.

Sea como fuere, el FMLN como partido de gobierno siguió la senda económica establecida por los gobiernos de ARENA con un lenguaje de razón y de convocatoria al diálogo para superar los problemas de fondo, pero como partido político siguió con un discurso que recordaba sus tiempos de movimiento revolucionario. Esto confundió a muchos, incluso a muchos de sus militantes que argumentaban que el FMLN ya como gobierno no sólo había abandonado sus ideales revolucionarios, sino que se había olvidado de sus bases y no había logrado mejorar la vida cotidiana de los pobres siguiendo las recetas neoliberales heredadas de los gobiernos anteriores. Algunos analistas llegaron a calificar esta situación con un enfoque psicoanalítico y la llamaron la “esquizofrenia del FMLN”.

Pese a que la gestión del FMLN no tocó los fundamentos económicos, la crítica de la oposición fue sumamente fuerte señalando que era un funesto administrador y que el lenguaje revolucionario, aunque claramente sabedores de que solo estaba destinado a sus bases, había creado un clima de inseguridad y desconfianza que alejaba a potenciales inversionistas. Así, para sacar réditos electorales, la oposición confundió todo conscientemente para descalificar, sembrar miedo, avivar emociones y alentar indignaciones selectivas.

¿Por qué? Bueno, porque en democracia la crítica es una característica propia del sistema y parte de la lucha electoral para recuperar o para llegar al poder. Ahora bien, para Christine J. Wade en su libro Captured Peace: Elites and Peacebuilding in El Salvador (Paz capturada: Elites y construcción de la paz en El Salvador), las críticas al FMLN ocultaban un cambio fundamental que se produjo cuando ganó la presidencia por primera vez en 2009, pues hasta ese momento las élites salvadoreñas habían utilizado los recursos del Estado para consolidar el control y promover sus propios intereses, ya evidente desde fines del siglo XIX cuando se consolidaron las bases políticas y económicas del Estado salvadoreño independiente.

Para Danny Burridge en su escrito Conflict and Consensus in El Salvador: Contours of a Post-Neoliberal State (Conflicto y consenso en El Salvador: Contornos de un Estado postneoliberal), había otro cambio importante: los programas sociales ampliados del FMLN, con garantías estatales de bienestar social y énfasis continuo en la integración al capitalismo global, podían constituir una nueva forma de Estado postneoliberal que no solo iba más allá del enfoque neoliberal clásico de “no intervención” (hands off) para la acumulación de capital global, sino que también excedía la segunda generación de reformas neoliberales, y debían entenderse como medidas paliativas que estabilizaban el modelo económico y no como un nuevo modelo económico como argumentaba el FMLN.

Los cambios acaecidos por la llegada del FMLN a la presidencia de la República que mencionan los autores en los dos párrafos anteriores merecen discusión, pero no fueron los cambios profundos en materia económica que muchos esperaban con su llegada al poder. Esto sorprendió a algunos cuando en realidad no había razón para sorpresas al ver las cosas con una perspectiva de serenidad histórica. Así, el mediador Álvaro de Soto recuerda en su escrito Ending Violent Conflict in El Salvador, algo así como poner fin al conflicto violento en El Salvador, recuerda que el manejo del FMLN de la cuestión económica y social como último tema sustancial había sido particularmente revelador dado que la causa fundamental de gran parte del malestar que había llevado a la insurgencia fue la severa pobreza, la marginación y la aguda falta de tierra, pero que por divergencias entre facciones, falta de experiencia o una evaluación sobria de las realidades políticas, dejó el examen de estas causas fundamentales para una etapa posterior y fue solo durante los últimos seis meses  de la negociación que empezó a articular ideas, absteniéndose cuidadosamente de cualquier propuesta revolucionaria. No intentó, continúa diciendo, alterar el modelo económico que la administración del presidente Alfredo Cristiani estaba promoviendo y que incluía estabilización económica y reformas estructurales y, así, concluye diciendo que muchos combatientes se desmovilizaron amargamente decepcionados de que sus líderes se hubieran conformado con mucho menos que los objetivos revolucionarios.

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