Los salvadoreños seguimos en la trampa de pesar que el despliegue del poder es gobernar. Creer que nuestro país se puede desarrollar con un autoritarismo o un autócrata, que la información ya es una realidad, y los fanatismos transforman, es un autoengaño y desconocer su historia. Ante el extravío, el estancamiento y la inoperancia, ocultamos nuestra realidad y caminamos en una inaceptable complicidad con los hechos, haciendo a un el compromiso que tenemos con la democracia, el estado de derecho, los derechos humanos, Pilares de la paz, la Seguridad y la Estabilidad.
Hace 45 años encontramos un hecho trascendental de nuestra historia. Me refiero al 15 de octubre de 1979. Se emitió una PROCLAMA con los cambios que se consideraban para encauzar un proceso democrático destacando “el combate a la corrupción”. La falta de capacidad del régimen de solucionar lo convulso del país, la crisis económica en prejuicio de las clases populares, la agudización de la polarización y la división en la sociedad; la radicalización de movimientos insurreccionales, un conflicto interno latente e incipiente que terminó en destrucción, retroceso, muerte, y desangramientos sociales, las muertes de monseñor Romero y los sacerdotes jesuitas, situación que fue resumida en un título lapidario “de la locura a la esperanza” Se intentó detener el conflicto interno llevando apresuradas e improvisadas reformas estructurales, que lo que ocasionaron fue más pobreza, migración y destrucción; la famosa reforma agraria, la nacionalización de la banca con graves consecuencias de grandes pérdidas por créditos sin criterios técnicos. Se implementó la nueva fórmula civil y electoral, que algunos llaman la “moderna dictadura o la democracia minimalista, “ya no son los golpes de estado, esto se acabó”, sus rasgos, concentración de poder en el ejecutivo, reformas a la Constitución ad hoc, prácticas de reelección que prometieron no hacer; manejo de la información mediante un esquema de propaganda a través de las redes sociales, satanizar a la oposición, sacralizar todo sus acciones y la violencia frenada con mano dura. Este conflicto armado fue costoso y de pronto nos llegó un devastador terremoto, lo que obligó a dedicar recursos y atención a la reconstrucción.
Se enfrentó resistencia de distintos sectores de la sociedad,pero se inicia una época de nuestra evolución dirigido a: expulsar el poder sin barreras, combatir la corrupción, el uso de recursos del estado que premia a amigos y castiga enemigos, control de medios para ensalzar al gobernante, supresión de noticias inconvenientes, el peligro que los poderes del estado bajo el control de una sola persona, mantener el sistema de contra pesos, la libertad de expresión. Se propició un debate durante unos 11 años y plantearnos las bases de un nuevo pacto social que culminó con los acuerdos de paz el 16 de enero 1992. Una reforma al sistema político, que se ha manifestado, es una farsa. Una cosa es decirlo, otra cosa es vivirlo, ahí se experimenta el dolor, las lágrimas y el miedo. Ahí están esos acuerdos, para recordarnos que la tolerancia y el entendimiento son parte de nuestra historia, nos deben recordar la presencia de la razón, sobre la insensatez y el fanatismo.
Es descarado, artificial e irresponsable, querer sepultar y falsificar esta etapa de nuestra historia reciente. Fue el término de una época muy dura, que abrió posibilidades de desarrollo, de cambios estructurales que trajo vientos frescos a una agenda de nación para una transición democrática (la paz elemental como ausencia del conflicto que detuvo el derramamiento de sangre) ¿Cuál paz? se dice irresponsablemente. ¿Terminó el conflicto interno, la muerte y destrucción del momento? ¡No violencias posteriores que nada tienen que ver con el acuerdo de paz! Debemos recordar, que estos acontecimientos son las luchas que hicimos y sufrimos todos los salvadoreños, “para terminar el conflicto armado interno, terminar con regímenes autoritarios y construir un nuevo país con la participación de todos, bajo un régimen de libertades, dentro de un sistema democrático, que estuviese respaldado por una institucionalidad sólida e independiente”.
Hay que señalar, que hubo personas con visión y voluntad política para terminar con ese fenómeno que enfrentamos recurrentemente, como el Ing. José Napoleón Duarte, Schafik Handal y la determinación, voluntad política y la audacia que tuvo el presidente Alfredo Cristiani, para fortalecer y darle continuidad el proceso de diálogo que había iniciado en 1984, así como la voluntad de todos los salvadoreños, que llegó a cerrar ese triste pasaje de nuestra vida republicana para evitar regresar a ese pasado de regímenes autoritarios, que nos dieron abundante división, confrontación y conflictos sociales. Ratifiquemos que no queremos regresar a la historia reciente de nuestro país y jamás volver “a escribir de la locura a la esperanza” ¿Me pregunto qué nos está pasando? ¿Nos volverá a pasar? Los que padecimos el conflicto, y por el cual murieron muchos salvadoreños, sabemos que la intolerancia y el irrespeto de las leyes no tuvieron un buen desenlace.
Los experimentos como los actuales se han pagado muy caros. Los valores que los ciudadanos querían eran una democracia funcional, separación de poderes que permita los controles al poder, el respeto a los derechos humanos, no a la violencia, economía en beneficio de las mayorías, lo cual no lo vemos. ¡Alto a la corrupción, transparencia y rendición de cuentas! Si no tenemos amigos que nos digan los errores, paguémosle a un enemigo para que nos los diga. Y HAY QUE APRENDER LAS LECCIONES DE LA HISTORIA: EL QUE SE HA QUEMADO CON LECHE, HASTA LA CUAJADA SOPLA…