Desde siempre he tenido la costumbre de coleccionar escritos y pensamientos. Y dentro de mi colección, encontré uno, ahora amarillento por el tiempo, pero más que nunca actual, estimado, representativo, como lo fue hace más de 40 años, cuando lo conservé. Me da la impresión de que tiene el mismo amarillento que adquieren los trajes de novia o los faldones de bautismo que son atesorados y usados de generación en generación. Y, al redescubrir este escrito, siento la obligación de compartirlo en esta columna, para que no quede olvidado y descartado sino, al contrario, se le dé un nuevo lugar y se le aprecie como se merece.
El escrito se titula “Loa a la tenacidad de un pueblo”, y lo firma Luis Delgadillo. Dice así:
“Podrán:
Profanar nuestros principios religiosos, destruir nuestros hogares, asesinar cobardemente a ciudadanos inocentes, arruinar nuestros negocios, arrasar nuestras cosechas, paralizar nuestras fábricas, obstaculizar nuestras carreteras, dinamitar nuestros puentes, cortarnos el fluido eléctrico, secar nuestros grifos, incendiar nuestros medios de transporte, desestabilizar nuestra economía con sus actos vandálicos.
Pero eso no impedirá:
Que adoremos y amemos a Dios sobre todas las cosas, que reconstruyamos nuestros hogares, que fortalezcamos nuestra voluntad de lucha, que restablezcamos nuestros negocios, que levantemos nuevas cosechas, que reactivemos nuestras fábricas, que rehabilitemos nuestras carreteras, que vadeemos nuestros ríos, que nos alumbremos con candiles, que saquemos agua del desierto, que nos movilicemos a pie y que resurja la prosperidad en nuestro país, a través de ese impulsor económico insustituible, como es el mercado libre y la libertad de empresa.
Por tanto – como corolario – jamás… pero jamás podrán minar la moral del pueblo salvadoreño, lo mismo que borrar de su mente ese anhelo ferviente por el advenimiento de un esplendoroso amanecer, en donde la paz, el orden y la justicia resplandezcan de nuevo, en la hermosa y sagrada patria nuestra.”
Posiblemente a las nuevas generaciones este escrito, principalmente en su primer párrafo, les parezca producto de una mente calenturienta. Se les ha hecho creer que la guerra de 12 años que vivimos a finales del siglo XX, es una mentira, que nunca existió, fue un invento para firmar unos acuerdos de paz que favorecieron a unos cuantos en contra del resto de salvadoreños. La realidad, es la descrita en esas líneas. Y la actitud del salvadoreño de entonces, es la del segundo párrafo: el que no se amilanó, el que a fuerza de trabajo, esfuerzo, patriotismo y sacrificio, se levantó de los escombros, el que lo dio todo, teniendo en su mente el ideal de un esplendoroso amanecer en paz, orden y justicia. Gracias a los salvadoreños de entonces, los de hoy pueden, desde su actual comodidad, creerse todas las patrañas que les están contando.
Ahora las nuevas generaciones contemplan impertérritas cómo se destruye nuestra Constitución, cómo se entroniza el poder absoluto, cómo los valores republicanos se aniquilan, como se instituye la más oprobiosa corrupción. Están deslumbradas con las luces led y la billonaria y mentirosa propaganda mundial. Y aplauden, aplauden sin tomar conciencia de la realidad.
Mañana es el día de mi Patria, que siempre lo viví con alegría y orgullo. En estos momentos lo viviré con tristeza, preguntándome: ¿dónde están esos salvadoreños tenaces, como los de antaño, ahora que tanto se necesitan para defender a nuestro país, sometido a una sola voluntad?
Empresaria.