El 9 de agosto de 1995 me presenté en el aeropuerto de Houston (IAH) para chequear mi equipaje y tomar un vuelo de regreso a El Salvador. Tenía 24 años, y, siendo hija de dominio que trabajaba, podía darme el lujo de comprar de a galán. Léase: venía con una maleta, un baúl rosado de madera que nunca tuvo uso útil y una caja de libros que el colegio en que trabajaba entonces me había pedido que trajera a El Salvador, además de un maletín enorme como equipaje de mano, más mi cartera.
TACA era entonces TACA, pero hacía alianza con AVIATECA y con LACSA (que la nuevas generaciónes ya no conocen). Cuando entré al aeropuerto ese día soleado y caluroso en Houston, el counter era un remolino. Había salvadoreños viajando con todo, hasta equipos de sonido. Cuando llegó mi turno, el encargado del counter me dijo que o los libros o yo se iban en otro vuelo, que el equipaje de mano se iba a carga y que tenía que pagar, creo que en aquellos tiempos, como $60.00 de sobrepeso.
“¿Pero por qué no se pueden ir mis libros conmigo?”, pregunté.
“Señorita”, me dijo el hombre de manera odiosa, “el avión tiene que llevar cierto peso. Usted ya lo sobrepasó. Váyase por Guatemala y así todo su equipaje la va a esperar en El Salvador. Es bien sencillo. Pero si usted no va a usar sus libros, mándelos en TACA Cargo. Son $20.00 extra y le llegan en cinco días. Si hace eso, la puedo enviar por Belice”.
Yo me puse igual de odiosa.
“PUES si mis libros no se van conmigo, yo no me subo en ese avión. Súbame con todo para Guatemala. O súbame todo vía Belice porque ese es mi boleto original, mire. Pero que se van conmigo, se van . Tengo derechos y me voy a ir a quejar”.
“Y yo tengo que pesar un avión. Tenga conciencia, señorita”, respondió. Me dio un tiquete donde conectaba en Guatemala a El Salvador. “Si no le parece, vaya a hablar a las oficinas. Pero si se quiere ir por Belice, esos libros se tienen que ir en TACA Carga”.
Yo estaba lívida. Y más cuando vi que mi equipaje iba vía Belice. ¡Vaya que fui a hablar! A las oficinas de TACA, al counter de arriba, a quejas del aeropuerto y a todos los pasajeros que se sentaban al lado mío. Hice tanto escándalo que el mismo hombre del counter subió a buscarme.
“Mire señorita”, me dijo. “Yo sé que usted sólo está pensando en su equipaje y sus libros y no entiende que es pesar un avión. Mis jefes me han dado una opción para usted por orden del gerente del aeropuerto. Le mandamos sus libros por carga directamente a su trabajo, no le cobramos los $20.00 y le doy el pase de abordaje vía Belice. Si no es así, se va vía Guatemala”.
En aquellos años pre-celulares sólo pude pensar en mi papá y mi mamá, que se iban a angustiar si no aparecía a mi hora. Pero que hombrecito más prepotente. Creía que me iba a ganar sólo por ser mujer…
“No sea necia, señorita. Son sólo libros. Y ni son suyos. Mire hasta la boleta le traigo para que firme. Hágase la vida fácil a usted y a mí. En cinco días tiene esos libros en su trabajo y se va por Belice”.
Con toda la odiosidad del mundo le arranque la boleta de las manos, la firmé y casi se la tiro en la cara. El hombre se dio vuelta rojo de la cólera. Justo a la hora de abordar, frente a las puertas de abordaje 14 y 15 de las puertas del aeropuerto internacional de IAH, me cambió el pase de abordaje. El sólo me dijo “tome” y yo le dije un “gracias” de hielo. No sé cuánto lío le armé a él y a TACA al quejarme en la oficina del aeropuerto, pero venía en los primeros asientos. Vaya, dije, al menos de algo me sirvió pelearme con ese malcriado.
Cada vez que cuento este episodio, lo cuento con una gran vergüenza. Verán, ese hombre, de quien hice tanto escándalo, después de Dios, me salvó la vida sin saberlo. Mi vuelo de conexión en Guatemala era AVIATECA 901. Ese vuelo terminó estrellándose en el Chichontepec y murieron todos los pasajeros a bordo. Por si lee este artículo, gracias. Muchas, muchas, gracias.
Y los libros llegaron al colegio donde trabajaba cuatro días después por carga aérea. Un día antes de lo prometido.
Esta no es una crítica ni a CEPA (que ha mejorado su calidad de servicios notablemente), ni a lo que dijo el Sr. Anliker acerca del trato al usuario. Si ven, yo hice exactamente lo que hizo el pasajero en las redes: quejarme de un supuesto maltrato. Y la administración del aeropuerto tomó mi lado como usuaria, porque un puerto de embarque es una tarjeta de presentación. Este artículo es, más bien, un llamado a la conciencia del PASAJERO, porque, al igual que para bailar tango, para tener un problema se necesitan dos.
Miren, señores, el peso del avión está ya establecido por la seguridad suya y de los otros 199 pasajeros a bordo por la FAA. El tamaño de las maletas que se llevan en cabina está establecido para la seguridad suya y la de los otros 199 pasajeros que van abordo por la FAA. Si en una turbulencia fuerte los compartimentos encima de los asientos se abren, una maleta puede hasta matar a un pasajero. Y no exagero. Pero de esto hablaremos en la próxima.
Educadora.