Han pasado -sin sentir- los largos e indescifrables años en los mares tornasol de la memoria. Al ver hacia atrás todo se desvanece en la lejanía. Como si el olvido o la ausencia me cegara los ojos. Pero la mirada de Janos o Kala -dioses del tiempo- pueden verlo todo. Cuando Janos -deidad de tres cabezas- mira hacia atrás divisa el ayer; el presente con la segunda y con la tercera -que ve hacia el frente- puede ver el impredecible mañana del hombre, del espejismo y del delfín.
Así como el porvenir de un viaje. Un viaje que tiene la edad del mar y de la vida y dura lo mismo que una ola o un astro. Así vuelvo a los días de la inocencia cuando acampábamos frente al mar con Kumbha mi madre. Una ondina encantada que el mismo océano habría convertido en mujer: Hermosa y enigma; adivina y soledad. Amada por los dioses y el delfín de la leyenda. Bella y feliz al cantar sus sueños con su cítara marina de cedro y nácar tornasol. Pero que -el dios del Destino- la hizo infortunada en el amor.
El amor que -en su infinito viaje- va de paso como los barcos y naufragios; como el viento y los alcatraces; como la felicidad en vuelo y el atardecer del olvido. Es así como vuelvo en un viaje sin fin hacia aquella playa. Tratando de ver -en el escenario de la memoria- lo que el tiempo se llevó con sus manos de sal, de días, meses, años, dichas y nostalgias. Kumbha me mira invisible y trata de alcanzar mis lágrimas con sus manos. (XIV)
De “Falcón Peregrini”
Leyendas del mar. ©C.B.