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Carta a los defensores de la Transparencia

En el fondo es más radical -o sea más dictador- el presidente salvadoreño: En vez de pelear con instituciones secundarias como el Instituto de Acceso a la Información Pública, asaltó de un solo el poder legislativo y a través de él el poder judicial – y todo lo demás cae en su lugar. Ya no hace falta desgastarse peleando con el IAIP o el Tribunal Electoral...

Por Paolo Luers
Periodista

Amigos:

¿Será que nuestro presidente sea más astuto que su homólogo AMLO, Andrés Manuel López Obrador, presidente de México? En algunos aspectos, parece que sí. Ambos comparten el desprecio a los organismos estatales autónomos, que ejercen funciones de control sobre el Ejecutivo. Ambos tratan de deshacerse de estos controles. Pero han actuado de forma diferente.

Tomemos como ejemplo los respectivos organismos de Transparencia. En México nació en el 2002, como resultado de un fuerte movimiento ciudadano en favor de la transparencia, el Instituto Federal de Acceso a la Información (IFAI). Fue parte esencial de la transición democrática luego de décadas del sistema prácticamente unipartidario del Partido Revolucionario Institucional PRI, conocido como ‘la dictadura perfecta’. En el 2014 el organismo se transformó en el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI), con más autonomía del gobierno, más recursos y más poder.  

La creación de un organismo autónomo de transparencia en México fue el modelo para crear también en El Salvador una legislación parecida de transparencia y un organismo autónomo para implementarla: el Instituto de Acceso a la Información Pública IAIPI.

Tanto en México como en El Salvador estos organismos de transparencia dieron un gran aporte a la lucha contra la corrupción. Dieron a periodistas, investigadores, partidos opositores y ciudadanos una herramienta valiosa para ejercer control sobre el Estado. En ambos países el periodismo investigativo experimentó un importante auge, igual que las organizaciones cívicas.

Pero en ambos países llegaron presidentes autoritarios y alérgicos al control que ejercen instituciones autónomas, la prensa y la ciudadanía. Desde que llegó al poder AMLO en 2018, armó pleitos con el INAI. Bueno, igual con el Instituto Nacional Electoral y con la Corte Suprema de Justicia. O sea, con las instituciones que la Constitución no le permite controlar y que ponen límites a su poder. Durante años AMLO trató de ahogar estas instituciones con recortes presupuestarios. En el caso del INAI, pone a su partido Morena a bloquear los nombramientos de nuevos directores, dejando la institución sin poder tomar decisiones – hasta que la Corte Suprema de Justicia intervino y puso fin a este juego. La reacción del presidente es una iniciativa legislativa de desaparecer del todo el INAI, junto con otras instancias autónomas. La propuesta genial: el gobierno mismo puede asumir las funciones de estas instituciones inútiles que solo hacen estorbo y cuestan dinero....

Bukele, quien llega en el año siguiente, en 2019, operó menos radical. No ha tocado la existencia del IAIP. Simplemente tomó su control, aprovechando la súper mayoría legislativa de su partido, y lo volvió completamente inoperante. Es la solución más elegante, que puede darse el lujo de implementar un presidente, que ha logrado control absoluto del Legislativo. En cambio, la rabiosa radicalidad de la propuesta de AMLO de simplemente desaparecer el organismo de transparencia, ya que no logra controlarlo, es expresión de su frustración que no ha logrado el control total del Legislativo y de la Justicia.

Pero en el fondo es más radical -o sea más dictador- el presidente salvadoreño: En vez de pelear con instituciones secundarias como el Instituto de Acceso a la Información Pública, asaltó de un solo el poder legislativo y a través de él el poder judicial – y todo lo demás cae en su lugar. Ya no hace falta desgastarse peleando con el IAIP o el Tribunal Electoral...

Vamos a tener que reanudar la lucha por la transparencia, con paciencia y sin ilusiones. Los dictadores huyen la transparencia como los vampiros la luz.

Saludos,

Paolo Lüers

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