Estimadas amigas:
¡Qué absurdo! A los dos días de la tragedia en el estadio Cuscatlán, con la muerte de 12 aficionados de fútbol, los únicos sancionados y públicamente condenados son ustedes, tres médicas residentes. Fueron sancionadas por órdenes de la directora del Seguro Social y del ministro de Salud, sin investigación, sin audiencia, sin posibilidad de defenderse. Fueron exhibidas públicamente y amenazadas con la medida extrema: prohibirles el ejercicio de su profesión médica.
Lo irónico: Ustedes ni siquiera tuvieron oportunidad de cometer errores en la atención a los heridos que ingresaron a sus hospitales, porque fueron removidas la misma noche de la emergencia. Removidas y, según el ministro Alabí, suspendidas de sus cargos como médicas residentes.
Sus pecados: Publicaron tuits, haciendo referencia a lo que el ingreso de docenas de heridos iba a significar para sus turnos nocturnos. Para las autoridades de Salud estos tuits eran pruebas de que ustedes no tienen el compromiso con los pacientes que exige la profesión médica. Como paciente y como padre de una doctora conozco cómo son los turnos en los hospitales: largos, caóticos, llenos de carencias de recursos y personal. Estoy convencido de que todos los médicos, en medio de un largo y exigente turno, reaccionan de la misma manera, cuando se enteran de que les viene encima una emergencia masiva. Algunos solo lo pensarían, otros lo comentarían entre ellos y algunos lo expresan en redes sociales: “¡Esto es lo único que nos faltaba! Se nos jodió el turno...”
Sentir y decir esto es absolutamente normal para cualquiera que conoce el trabajo de los residentes. Y sentir o decirlo no tiene nada que ver con la disposición de dar a los pacientes la mejor atención. ¿Quién es el ministro Alabí para ponerlo en duda y sancionar a ustedes tres? El Dr. Alabí no practica en salas de emergencia, sino en salones de tratamientos de reducción de peso. Y además, como ministro de Salud, es uno de los funcionarios que debería haber garantizado la seguridad de este mega-evento deportivo.
Comparte esta responsabilidad con otros funcionarios, por ejemplo de la policía, de los bomberos, de protección civil. Todos ellos deben rendir cuentas sobre lo que pasó en el Estadio Cuscatlán. Pero nadie de estos altos funcionarios está siendo públicamente señalado por el gobierno, mucho menos suspendido –los únicos chivos expiatorios son ustedes, las tres jóvenes doctoras, que cometieron la "imprudencia" de expresar su estrés en Twitter. Digo impudencia, no porque piense que los tuits son moralmente condenables, sino porque ustedes tendrían que haber sabido de qué tipo de injusticias son capaces las autoridades de salud...
Tampoco habrá una investigación para determinar por qué el ministro de Defensa entró al escenario del desastre con fusil en mano, rodeado de sus guardaespaldas, igualmente armados de fusiles de asalto, y con su pelotón de fotógrafos. No hay ninguna razón que justifique que soldados (o almirantes) entren armados de fusiles automáticos en el escenario de una estampida, lleno de pasiones, confusiones, miedos y frustraciones. Para todos los propósitos que puede tener el empleo del ejército en una emergencia de este tipo, los fusiles son totalmente inadecuados. Es más, andarlos en un estadio en conmoción es peligroso.
Regreso a ustedes, doctoras: Espero que no se dejen. Tienen múltiples recursos para enfrentar esta injusticia y defender su derecho de ejercer su profesión. Lo entiendo, pero me parece patético que la madre de una de ustedes se sienta obligada a humillarse ante el presidente de la República para pedir perdón y clemencia para su hija.
Lo que ustedes necesitan no es perdón o clemencia, sino justicia y un debido proceso. No pueden aceptar la forma autoritaria, arrogante y arbitraria, en la cual la directora del Seguro Social y el ministro de Salud las están condenando.
No están solas. Sé que la gran mayoría de los médicos y del personal de enfermería en los hospitales las van a defender.
Saludos...
Paolo Lüers