Nayib Bukele hace un gran alboroto, celebrando que ha pagado los bonos que se vencieron este 24 de enero. Qué bien. No pagarlos hubiera tenido consecuencias gravísimas para el país –el famoso impago, al estilo de los argentinos. Qué bueno que al fin se pudo evitar. Caminamos al borde del abismo, pero no caímos.
Solo habernos llevado al borde del abismo fue una irresponsabilidad del presidente, resultado de sus improvisaciones y su manera de usar el dinero público para sus obsesiones y para evitar que se erosione el apoyo popular, con el cual quiere cabalgar al poder permanente.
El hecho que al final el país no cayó al abismo del impago no es ninguna razón para darle gracias al presidente. Es su deber –y no fue él que pagó, lo pagaron los contribuyentes, y lo seguirán pagando sus hijos.
Para pagar hizo dos cosas: raspar todas las ollas y usar dinero prestado para cancelar deuda. Raspó la olla de las pensiones para los viejitos y veteranos; raspó la olla del fondo para pagar a los proveedores del Estado; raspó la olla para la renovación de las escuelas; raspó la olla de los fondos que por ley corresponden a las alcaldías; raspó la olla de los fondos para la reconstrucción del Hospital Rosales –e incluso para su presupuesto de operaciones; raspó las ollas de los presupuestos para la vivienda... Las únicas ollas que, en vez de rasparlas, las llenaron aún más son las de la Fuerza Armada y de Casa Presidencial con su monstruoso aparato de propaganda...
Cuando digo que rasparon las ollas, esto incluye sobre todo las futuras, las ollas de los cuales vamos a comer los próximos años. Para evitar el impago, hipotecó todos los presupuestos para los servicios e inversiones sociales. El año 2023 va a ser triste, porque lo que hizo el gobierno fue hacerse préstamos de los fondos asignados para satisfacer las necesidades básicas del pueblo. Y los años siguientes serán hasta peores –una vez que Bukele haya logrado su permanencia en el poder.
Para seguir flotando, Bukele va a raspar, en algún momento, las otras grandes ollas que le quedan: las reservas bancarias y los fondos de pensiones.
La otra fuente de los 800 millones, que pagaron para impedir el impago, son nuevos préstamos. Por lo menos un 50% se sacó de ahí. Estos préstamos tendrían que haber servido para otras cosas: inversiones, mejoramiento de los sistemas de salud y educación. Aunque estos proyectos no se harán, habrá que pagar esta nueva deuda y sus intereses.
Esa es otra hipoteca que va a agravar el desarrollo social del país. Con tal de evitar el impago en los mercados internacionales de finanzas, estamos cayendo en otro impago, igualmente peligroso: el impago de las obligaciones internas: los proveedores, los pensionados, los adultos mayores, los veteranos de guerra, los maestros, el personal médico, las alcaldías –todos van a quedar colgados de la brocha, porque el gobierno se apropia lo que a ellos por ley corresponde. Aunque sea ilegal, el gobierno lo confisca de hecho para mantener a flote su danza loca de los millones.
Pero siguen diciendo que no hay impago, y reclaman el aplauso.
No se dejen vender esto como responsabilidad fiscal. Es lo contrario.
Sigan trabajando -incluso un poco más- para poder pagar más impuestos y que siga la fiesta.
Con saludos sarcásticos, pero fraternos, Paolo Lüers