Vivía una vez, en El Salvador, una muchacha. Su pueblo había sido escenario de la guerra y y de continuos enfrentamientos políticos. Ella, como muchos de su generación, se sentía desconectada, incluso asqueada, de la política. No había conocido la guerra, por lo tanto no sabía valorar la paz - le parecía una palabra vacía, falsa.
Algo cambió, cuando de la nada, como del cielo, apareció en el escenario una figura joven, un tipo cool, que pareció entender lo que ella y su generación sentían: el aburrimiento y la frustración con la política. El tipo era del FMLN, pero parecía rebelarse contra los dinosaurios que conducían este partido de la insurgencia, de la cual tanto hablaron sus padres, tíos, abuelos. El tipo apareció en su vida a través de las redes sociales. En Facebook, Twitter, Instagram y Youtube, de repente era omnipresente. También lo era en los periódicos tradicionales, donde mucho lo criticaron por sus promesas falsas y su aparente desdén por las reglas de la democracia – pero de esto la muchacha ni cuenta se daba, porque nunca leía periódicos.
Tenía 21 años y decidió meterse en política – para cambiarla. Por primera vez le parecía posible, porque aquel joven alcalde capitalino se había lanzado a la lucha por la presidencia para cambiar el país. Decidió apoyarlo. No sólo iba a votar por primera vez, sino apoyar su campaña, convencer a otros jóvenes, ponerse una camiseta con este nuevo color cian, que se propagaba en todo el país.
Nayib ganó. Por primera vez hubo en Casa Presidencial un tipo que hablaba como su generación, se vestía como su generación. Qué cool. Se metió con los ricos y poderosos. Qué valiente...
Cuando dos años después, el joven presidente llamó a sus seguidores a elegir a alcaldes y diputados nuevos que lo apoyaran para realmente poder cambiar al país, ella y muchos de su generación lo escucharon. Lograron meter a la alcaldía de su pueblo a un profesor joven, que se ponía la gorra igual que el presidente, hablaba como él, se vestía como él.
El pueblo donde vivía la muchacha, Suchitoto, había sufrido mucho de la violencia, primero de la guerra, luego de las pandillas. El pueblo vecino, Perulapán, fue uno de los más violentos del país, tal vez del mundo. La violencia parecía un cáncer incurable. Pero con el joven presidente, esto empezó a cambiar. Paró la matanza. Nadie entendió cómo y porqué, pero para ella fue como el primer milagro logrado por el presidente que habían llevado al poder con su voto. Eso la hizo sentirse bien, casi orgullosa. Se sintió parte de algo histórico...
Pero algo pasó que ella -y nadie- entendió. De repente la matanza revivió en todo el país. Y de repente el presidente declaró que el país estaba en una guerra contra las pandillas. La Asamblea decretó un régimen de excepción y miles de soldados y policías comenzaron a peinar pueblo por pueblo, barrio por barrio, cantón por cantón, caserío por caserío para buscar y detener a miles que correspondían al perfil que ellos tenían de los mareros y sus colaboradores: joven y pobre. Se llevaron parejos a pecadores e inocentes...
Cuando ya habían encarcelado a 40 mil, la muchacha vio cómo enfrente de los penales miles de madres, novias, esposas, hermanas, abuelas e hijas se concentraron preguntando por sus hijos, padres, esposos, hermanos o nietos. La muchacha sintió que algo se estaba quebrando, y por las fisuras le comenzaron a entrar miedos y dudas. “Estas mujeres son las mismas que las vi movilizarse para apoyar al presidente; son como mi madre – o como yo. ¿Lo que les está pasando me podría pasar a mi?”
Y pasó. Luego de que de su pueblo habían desaparecido en las cárceles docenas de jóvenes de su edad, algunos compañeros de estudio o incluso amigos, un día se llevaron a su hermano. El mundo le cayó encima.
Esta muchacha sos vos, Josselyn. Vimos tu cara decidida y furiosa, cuando marchaste a la cabeza de una multitud de mujeres de todas las edades a Casa Presidencial para exigir la libertad de tu hermano, y ellas la libertad de sus hijos, novios, esposos y nietos. Te escuchamos gritar, a todo pulmón: ¡Justicia!
Días después leímos en los medios y redes sociales que te habías ido del país, porque luego de esta marcha, cuya cara visible fuiste vos, te había caído encima una tormenta de insultos y amenazas. Una de las cuentas de Facebook más asquerosa de las muchas, que componen el aparato de propaganda del joven presidente, publicó una foto tuya, hecha hace 10 años, cuando junto con otras bichas estabas posando con la típica seña de los dedos que caracterizaba a los fanáticos del Rock. “Miren a esta marera, métanla presa”. Fue la misma cuenta en Facebook, “Comando Azul”, manejada desde adentro del ministerio de Seguridad, que durante años ha celebrado las ejecuciones de pandilleros.
Fuiste a la fiscalía a pedir ayuda. Nada. Fuiste a ver al alcalde de tu pueblo, a quien vos y tus semejantes habían llevado a su cargo. Nada. No fuiste a Casa Presidencial, porque ya te habían mandado al carajo cuando llegaste con la marcha.
Tuviste que salir del país, dejando atrás toda tu vida, sin despedirte de nadie, ni siquiera de tu familia. Sos ahora el símbolo de la decepción con el fraude que hicieron a tu generación.
Nayib Bukele llegó al poder porque logró engañar a gente como vos. Va a caer por tu generación.
Cuidate mucho y seguí luchando. Paolo Lüers