Querido Walter:
De la oficina de Medico Internacional me llegó la triste noticia de tu muerte, el 16 de marzo en Managua. Me sentí como cuando era niño y no podía entender que el papá de un amigo había muerto. Pensaba que un hombre tan fuerte no podía morir. Vos fuiste de estos hombres. Si te tendría que describir en pocas palabras, sería así: Un gran oso gruñón y temerario con corazón de santo. Nadie, ni mi papá, me ha regañado como vos, sólo para luego darme un golpe en la espalda, un golpe capaz de botarle a uno, y decir: Ahora nos echamos un ron, cabrón.
Llegamos a Centroamérica en la misma época del 1981, vos a Managua como representante de Medico Internacional, para acompañar a la revolución sandinista en la construcción de un sistema de salud digno; yo como corresponsal para cubrir la guerra que estaba estallando en El Salvador – y pronto incorporarme a la guerrilla para acompañarla en la construcción de un concepto de comunicación política eficaz y creíble. Siempre cuando estaba en Managua, me hospedé en tu casa en Carretera Sur, justo en el desvío al Colegio Alemán. Pude observar la manera como peleaste ferozmente con la burocracia revolucionaria, ya que tú creías en esta revolución y querías que fuera perfecta. Tu manera abierta, franca, honesta, a veces muy dura de discutir con los sandinistas, pero nunca retirarles tu amor y apoyo, me ayudó mucho a aprender a ser solidario sin ser condescendiente, a ser crítico con mis compañeros sin ser destructivo. Pude observar el inmenso respeto que te ganaste de parte de mujeres dirigentes sandinistas como Dora María Téllez, y de otra ministra de salud, cuyo nombre no recuerda, pero que vos llamaste "la bella Belli", hermana de la poeta Gioconda Belli. Con ellas te escuché pelear apasionadamente sobre la mejor forma de asegurar a los nicaragüenses un sistema de salud eficiente. “Si no es eficiente, no es revolucionario”, gritaste. Gritaste mucho, pero jamás les retiraste el apoyo. Por lo contrario, peleaste con tu oficina sede en Frankfurt para conseguir cada vez más apoyo a los proyectos de salud de la Nicaragua revolucionaria.
Como algunos de los más valientes guerreros y poderosos comandantes de la guerrilla salvadoreña del FMLN te tenían pavor por tu manera tan franca de discutir con ellos sobre los problemas logísticos para atender las grandes necesidades en materia de salud den los frentes de guerra, me tocó a mí negociar contigo los proyectos de Medico International para El Salvador. Estabas furioso, cuando la logística no funcionaba como acordada. Una vez detectaste que los compas en Honduras, que era el canal para entrar suministros y equipos médicos al frente de guerra en Morazán, habían desviado unos fondos proporcionados por tu organización para otras necesidades. Echaste humo de rabia. Cuando yo te expliqué que los compas habían gastado el dinero para conseguir la libertad de un compañero arrestado por los militares hondureños, te enfureciste aún más: “¿Por qué diablos no lo dijeron, para que yo les ayudara a sacar a su compañero de la cárcel? ¿Por qué pu... me mienten?”. Te traté de explicar que a veces los compas te tenían miedo por tus ataques de furia y tus regañadas. Y vos dijiste: “No entiendo, si soy su amigo. Yo personalmente hubiera ido a Honduras para sacar al hombre”. Sólo me imaginaba a este oso temible gritar a los militares catrachos... Y esta noche vaciamos juntos una botella de Jack Daniels.
Yo estuve en Morazán cuando llegaron tus “clínicas ambulantes”: Unas grandes mochilas, diseñadas por vos personalmente para transportar todo lo que se necesitaba para tratamientos de heridos, incluyendo operaciones menores. Todos los equipos y medicinas incluidos. Docenas de estas clínicas móviles se dispersaron en los frentes de guerra y salvaron a saber cuántas vidas.
Luego te conecté con Mario Velázquez y David Evans de Medical Aid for El Salvador, una organización hermana de Medico Internacional, con sede en Los Ángeles. Terminaste de construir con David, un ex marine que había perdido ambas piernas en Vietnam, talleres de prótesis en el campamento de lisiados en Cuba, en Morazán y luego de la guerra en San Salvador. A vos y David Evans les unió el amor al Jack Daniels y a los compas lisiados. Y a la vida.
La última vez te visité en Managua, donde te quedaste hasta tu muerte, a pesar de todo el desastre del sandinismo. Fue alrededor del 2012, cuando estuve haciendo una serie de crónicas sobre la Nicaragua bajo una nueva dictadura. Luego ya no me dejaron entrar a Nicaragua, porque a la Chayo Murillo no le habían gustado mis crónicas. Ya nunca más te vi.
Ahora te fuiste, Schütz, el Vikingo, cosa que todavía me cuesta creer. Descansa.
Te saluda tu amigo
Paolo Lüers