En El Salvador pasó lo mismo: La gente votó por una cosa y recibió otra. Votaron por más seguridad, pero lo que recibieron era seguridad a costo de la democracia y los derechos civiles. Votaron por menos corrupción y recibieron un gobierno cuya esencia es la corrupción. La gran pregunta es: ¿Hasta cuándo vamos a tolerarlo?
Hoy ustedes en Estados Unidos están en la misma situación. Una mayoría votó por las promesas de Trump: Menos despilfarro y burocracia en el gobierno; rescate de la industria; restablecer el orgullo nacional. Pero ahora se dan cuenta que la Casa Blanca está suspendiendo todo desembolso de fondos federales para municipios, estados y organizaciones no gubernamentales. Quedan sin financiamiento programas sociales, de salud, de educación, de protección para grupos vulnerables, de medio ambiente, y en especial los programas de inclusión social.
El memorándum que ordena todo esto, firmado por un tal Matthew J. Vaeth, director en funciones de la Oficina de Administración y Presupuesto de la Casa Blanca, dice que se trata de “recursos federales usados para la agenda marxista de equidad, de derechos de transexuales, del Nuevo Pacto Verde y de políticas de ‘reingeniería social.”
El mismo memorándum dice que se trata de “alinear todos los gastos y actos federales con la voluntad del pueblo americano expresado en las directrices del presidente.” Así de claro y pelado: El Estado se alinea con el presidente. El hecho que todos estos programas y gastos han sido aprobados por el Congreso, ya no importa. Tampoco importa que el bienestar de amplios sectores de la población, en gran medida, dependa de estos programas financiados con fondos federales, ahora suspendidos. Hasta la asistencia de salud mediante Medicare está afectada. Por eso, varios estados y sus fiscales generales están presentando demandas contra la suspensión de todas de la asistencia financiera federal.
Previamente, la Casa Blanca ya había ordenado la congelación inmediata de toda la ayuda internacional, con excepción de la asistencia militar. Están afectados todos los programas de asistencia en Salud, Educación y preservación del medio ambiente en países pobres – ni hablar de la asistencia que la AID está brindando al fortalecimiento de la sociedad civil en países bajo gobiernos autoritarios – por ejemplo en El Salvador. Para la Casa Blanca, todos estos son programas de carácter marxista que no caben en la ideología, ahora oficial, del ‘America First’.
Pregunté a un ex funcionario de la AID sobre los alcances de esta nueva política exterior. Me dijo que “el impacto será devastador, es una ‘política de tierra arrasada’, como en los manuales de contrainsurgencia, y no dejará a nadie de pie.”
Le pregunté cómo se está implementando este cambio radical y me explicó: “Están desarmando la AID, despidiendo a todos los funcionarios de alta y mediana responsabilidad. Los fondos están bloqueados, supuestamente mientras se haga una evaluación política de cada programa. Pero la ‘evaluación’ se hará en Casa Blanca, con los criterios ideológicos del nuevo staff de Trump. Será un desastre. Pueden quedar sin medicina millones de pacientes de SIDA y de otras enfermedades en África. A los amigos en El Salvador diles que ya no habrá fondos para organizaciones de Derechos Humanos, medioambientales, transparencia y de inclusión social. Ni un dólar más para el fortalecimiento de la sociedad civil, que trata de resistir a una dictadura. La futura ayuda para El Salvador será a la medida de las necesidades de Nayib Bukele.”
‘Política de tierra arrasada’ es una comparación bastante radical, pero define bien lo que está pasando. En países como El Salvador y ahora también Estados Unidos, todos los recursos de los gobiernos están en función de alinear el actuar de todo el Estado con la ideología de la nueva derecha autoritaria.
Cuesta creer que en un país como Estados Unidos se reproduzca el mismo guión de centralización del poder, el mismo recorte de gastos sociales, la misma filosofía de la ‘medicina amarga’, que en El Salvador ya están en plena marcha.
Ustedes en Estados Unidos observaron lo que pasó en El Salvador como otro experimento exótico en una República Bananera. Si no lo detienen, Estados Unidos se estará convirtiendo en otra República Bananera, con una oligarquía corrupta administrándola.
Saludos, Paolo Luers