Estimados amigos:
“Alguien tiene que hablar”, me escribió la (ex)directora de una de las 70 escuelas cerradas por el Ministerio de Educación.
La mujer me contactó vía el servicio de Messenger en mi cuenta de Facebook. Dijo ser exdirectora de una escuela cerrada y quería hablar conmigo “para que escriba una carta sobre lo que está pasando con el cierre de escuelas”. No me quería dar el nombre y la ubicación de la escuela, ni el suyo. Insistió en el anonimato, tenía miedo, ya que había recibido amenazas. Le prometí no revelar ni su nombre ni el de su escuela. Finalmente, me los dio y pude confirmar que, de hecho, ella era que dijo ser. Entonces, accedí a hablar con ella, en varias llamadas vía Messenger.
Su escuela estaba ubicada en un cantón rural. El ministerio dijo que no tenía suficientes alumnos y que había que distribuirlos a diferentes escuelas en lugares vecinos. Ella trató de negociar que alumnos y maestros sean trasladados juntos a una escuela y que habrá servicio de transporta. Ambas solicitudes fueran rechazadas. Ahora los alumnos tienen que caminar entre una a dos horas para sus nuevas escuelas y están divididos y separados, también de sus antiguos maestros. Según la fuente, la tasa de deserción escolar se duplicó.
“Esto hay que denunciarlo, es un atentado a la niñez”, dijo la muestra.
Le pregunté: “¿Por qué ustedes no pueden hablar de esto? Si cerraron 70 escuelas, deben ser afectados cientos de maestros y cientos de padres de familia. Ustedes tienen sindicatos, los padres podrían hablar con sus alcaldes y diputados. ¿Por qué nadie habla, y cuando habla, solo en anonimato”.
“Por el miedo. Por las amenazas. ¿Acaso usted no sabe cómo es el ambiente en las comunidades?”
“¿Quién los amenaza?”
“El ministerio. La policía local. Todos hemos recibido llamadas anónimas. Antes nunca había patrullaje cerca de mi casa, hoy es frecuente...”.
“¿Y los sindicatos del magisterio? La famosa ANDES?”
“Están divididos y agachados. Algunos son infiltrados por el gobierno. Yo hace años salí del sindicato”.
“El gobierno dice que unificando las escuelas permite mejor atención. ¿Por qué se opone a esta idea?”
“Yo estoy de acuerdo. Siempre lo hemos propuesto. Pero entonces hay que hacer dos cosas: Invertir en las escuelas donde se concentran a los alumnos y ofrecer un sistema de transporte escolar eficiente y gratuito. Sin estas dos cosas, es simplemente un abandono de la educación, sobre todo el área rural. Es injusto”.
“¿Cuál es su situación, adónde las trasladaron?”
“Me trasladaron a una escuela en la cabecera departamental. Antes vivía ahí y me mudé al cantón, porque estaba convencida que como directora tenía que ser parte de la comunidad. Hoy tengo que viajar lejos al trabajo. Pero mi situación no importa tanto, lo que importa es el daño que están haciendo a la niñez”.
“¿Por qué no importa su situación?”
“Porque ya pronto me voy a jubilar. Lo que me preocupa son los alumnos y su futuro”.
“Y dígame, ¿por qué me buscó a mí para hablar?”
“Por sus cartas. No conozco a ningún periodista, no confío en extraños. Pero luego de leer por años sus cartas, usted me parece como alguien que conozco y puedo confiar”.
Para mí es un honor. Pero también lo siento como un gran peso. Quisiera que funcionaran y serán accesibles mecanismos que permitan a todos a hablar en confianza: con su sindicato, con mis colegas en los periódicos y las radios, con la Procuraduría de Derechos Humanos, con los partidos políticos, con organizaciones de Derechos Humanos.
El problema es que cada uno se siente solo y amenazado. Si los diferentes sindicatos del magisterio se pusieran de acuerdo y se pronunciaran con una sola voz, con manifestaciones, y con -¿por qué no?- huelgas, otra cosa sería. Tiene riesgos, claro. Pero callarse tiene más riesgos.
Saludos a todos los profesores,
Paolo Lüers