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Carta a Rogelio Ponseele, el cura de la guerrilla

Nunca predicaste nada que no estabas dispuesto a vivir cada día. La verdad es que nunca te he escuchado sermonear, ni en los campamentos guerrilleros ni en las iglesias de Morazán. Lo tuyo no era predicar, sino el ejemplo con el cual nos dabas infusiones de fuerza y esperanza para seguir adelante, en la guerra, en la vida, en la lucha por más justicia. La fuerza tuya sigue siendo contagiante. Estoy convencido de que estás en paz con contigo mismo.

Por Paolo Luers
Periodista

Mientras escribo esto, vos estás luchando por tu vida luego de un grave accidente de carro y luego de un paro cardíaco. Morazán está rezando por ti. Yo que no creo en milagros, hago una excepción porque sos mi hermano. Sé que estás preparado para irte de este mundo que tanto amas, porque estabas preparado cuando en 1980 decidiste ir a Morazán a una zona guerrillera. Te pusieron una bomba a tu casa y solo quedaste vivo porque esta noche no estabas en tu casa. Tenías dos alternativas: salir del país, al cual llegaste 10 años antes para dar esperanza y fuerza a los más pobres, así como lo habías hecho antes en las zonas mineras de Bélgica, o ir a Morazán, donde un puñado de hombres y mujeres habían comenzado una desigual lucha para terminar con la dictadura y la miseria. Todos te insistieron que te fueras del país, pero esto no era una opción para vos. El cura obrero convertido en cura de la Zacamil se convirtió en el cura de la guerrilla.

Ahí nos conocimos unos meses después. Junto a Maravilla, junto a la comandante Luisa, junto a Letty de San Fernando, junto a Sebastián El Torogoz, junto a Santiago el venezolano, junto a Jonás el jefe, junto a Raúl Mijango y El Chele Camilo fuiste de los personajes extraordinarios que me dieron la fuerza que a veces me flaqueaba para aguantar la vida guerrillera.

En 1986 estábamos los dos, con un puñado de compañeros, escondidos debajo de un puente en la calle de salida de Arambala a Joateca, mientras la fuerza aérea bombardeaba el pueblo para preparar el terreno para que las tropas helitransportadas pudieran aterrizar y aniquilar la comandancia del ERP ya la Radio Venceremos. Sabíamos que si lograran desembarcar no sobreviviríamos. Escuchamos las dos ametralladoras guerrilleras tirándoles a los aviones y helicópteros, una desde el campanario en el pueblo, la otra desde el cerrito encima de nosotros, y escuchamos a los aviones y helicópteros disparándoles cohetes para neutralizarlos. “Hasta ahí llegamos, hermano”, te dije,  “de aquí no salimos. ¿Cómo es que estás tan tranquilo? ¿No tenés miedo?”. Me miraste con esta tu gran sonrisa y me contestaste: “Si me toca morir, estoy preparado. Uno no se mete en una guerra si no está preparado a morir. ¿Pero sabes qué? Todavía no nos toca”. Me calmé, dejé de pensar que estábamos al punto de morir, pensé en todo lo que nos faltaba hacer en esta guerra. Y tenías razón, las ametralladoras guerrilleras no dejaron aterrizar a los helicópteros.

Espero que hoy tengás la misma calma que sólo tienen los verdaderos valientes, Rogelio. De todos modos, has tenido una vida tan plena que puedes irte tranquilo. Has dado fuerza a tanta gente, tocado tantos corazones, provocado tantas sonrisas que puedes estar en paz. No nos debes nada. Tus huellas en la Zacamil y en Morazán, donde te quedaste al terminar la guerra, son imborrables. Miles de personas están orando por ti –y ten por seguro que no te olvidarán jamás.

Nunca predicaste nada que no estabas dispuesto a vivir cada día. La verdad es que nunca te he escuchado sermonear, ni en los campamentos guerrilleros ni en las iglesias de Morazán. Lo tuyo no era predicar, sino el ejemplo con el cual nos dabas infusiones de fuerza y esperanza para seguir adelante, en la guerra, en la vida, en la lucha por más justicia. La fuerza tuya sigue siendo contagiante. Estoy convencido de que estás en paz con contigo mismo.

Te queda corto el título cura guerrillero. Lo fuiste, lo viviste, pasaste todas las pruebas de la vida insurgente. Pero tu verdadera grandeza se mostró en la posguerra, cuando asumiste la tarea difícil pero necesaria de reconstruir la sociedad profundamente dividida, todavía llena de resentimientos, odios, rechazos. Hablamos de esto cuando regresé a Morazán con una caja de cervezas belgas (tiene que haber sido en 1996, cuando ya habíamos abierto La Ventana y dimos a conocer las cervezas belgas, alemanas e inglesas). Estábamos sentados en tu casa y tomaste, por primera vez en décadas, tu querida cerveza Duvel. Fue cuando me contaste de lo difícil que fue volver a unir la comunidad. Cuando te nombraron párroco de Perquín había feligreses que se negaban a aceptarte. Una señora, cuyo hijo fue fusilado por el ERP, acusado de ser oreja para la Guardia, se negó a entregarte la llave de la iglesia. Te costó años de paciencia y humildad llevar a buen fin un proceso de reconciliación. Yo conocí a esta señora, que vivía cerca del cementerio de Perquín. Me contó, desde su punto de vista, cómo vos te habías ganado su respeto.

Es por esta labor tuya que en los pueblos y cantones del norte de Morazán todos te quieren, te respetan - y este día rezan por vos. Si fuera creyente, me uniría a sus rezos. Pero estoy con ellos y contigo.

Te mando un abrazo, hermano…

Paolo Lüers

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