Rosa es una víctima más de los despidos, que el gobierno Bukele usa para intimidar y disciplinar a los empleados públicos. La despidieron, porque abrió la boca para defender a unos colegas suspendidos. Gran pecado. La amenazaron para que se quede callada. Tiene miedo por su vida y la de sus hijos. Sin embargo, buscó la forma de denunciar lo que está pasando. Un primo le dijo: “Tenés que hablar con la prensa.” Pero Rosa no tiene la confianza para contactar a alguien que no conoce. “¿Y si hablamos a Paolo, el de las cartas?”, le dice su primo. “Yo tengo un chero que sabe cómo contactarlo...”
Rosa toma una decisión. Tiene años de leer mis cartas, me contaría después. Es casi como si me conociera. Quiere hablar conmigo. El primo habla al chero, que a la vez es chero mío; éste me habla a mi. Concertamos una cita: Rosa llegará a la casa de mi amigo, y desde un teléfono seguro me llamarán. Yo pongo una condición: Entiendo que ella tiene que hablar anónimamente. Pero yo tengo que estar seguro que ella es quien dice ser y que su historia es real. Mi amigo comprueba la identidad de Rosa y ve algunos escritos que documentan su caso.
Se hace la conferencia telefónica. Aquí la historia de Rosa.
Trabajé 15 años como empleada pública. No le voy a decir adónde. En diciembre comenzaron los despidos, primero con los del sindicato. Hubo una asamblea que improvisamos y yo hablé. Propuse hacer una marcha al Ministerio de Trabajo. El día siguiente me despidieron. ‘Más te vale quedarte callada, esto te está pasando por abrir la boca. Y si hacés más relajo, ahí siempre está el estado de excepción, no te olvidés.’ Entendí el mensaje. Tuve miedo. Me quedé quieta, no hablé con nadie fuera de la familia y las amistades. Igual llegaron a mi casa, uno que conozco del trabajo y otro que dijo que era policía. Me amenazaron: ‘Si hablás, te vamos joder! No te olvidés que tenés tres hijos adolescentes...’
Mi hijo mayor trabaja en una maquila y de noche estudia para ingeniero (en realidad trabaja en otro lugar y estudia otra carrera, me dice mi chero, el intermediario). A los tres días, unos policías lo esperaron en la salida de la fábrica y se lo llevaron. ‘No he hecho nada’, les dijo el bicho. ‘Ya lo sabemos, pero tu mamá sí’, contestó uno de los policías. ’El problema es con tu vieja. Dile que es la última advertencia. Que deje de hablar mierdas.’ Le dieron una golpiza y lo soltaron.
Entonces, ¿qué hago? A cualquiera de mis tres bichos se lo pueden llevar cuando quieran - y no habrá manera de sacarlos. ¿Y si le toca a la menor? Apenas 15 años ha cumplido. Yo he obedecido, estoy callada, no he abierto la boca sobre mi despido ni sobre las amenazas - y de todos modos nos sieguen fregando. ¿No sería mejor denunciarlo, aunque sea de forma anónima. ¿Qué piensa usted, don Paolo?
¿Quién soy yo para darle consejo a esta mujer? Ella tendrá que vivir con las consecuencias. ¿Tiene sentido que vaya a una de las organizaciones de derechos humanos? ¿Pueden ellos protegerla? Talvez sí, ¿pero puedo garantizarle a ella que protegerán su identidad? No.
Le propongo que voy a publicar su relato y garantizar su anonimato. Ella dice que lo va a pensar.
A los tres días me habla mi chero y me pone a Rosa en el teléfono.
Ya estuvo. Ayer se acercaron a mi hija. Los mismos policías. Está aterrada, la bicha. Le dijeron todo lo que le pueden hacer a ella, hasta los detalles más asquerosos. Entonces, publique todo lo que le he contado, don Paolo. Y la próxima vez que se acerquen a mis hijos, yo voy a poner la cara y hablar. Su amigo aquí me dice que él me puede llevar con unos abogados y podemos hacer la denuncia directamente a la fiscalía, con conferencia de prensa y todo...
Y mire, yo ya sé cuál es el miedo que me tienen. Yo tengo información y podría testificar de la corrupción que hay donde trabajé tantos años. Y ellos lo saben. Si tocan a mis hijos, de una vez suelto todo. Escriba esta, don Paolo. Así como se lo estoy diciendo.
Como periodista me encantaría que toda esta historia, incluyendo la corrupción, salga a la luz. Demasiados se están callando. Como humano -y por el bien de esta familia- espero que no llegue a esto. Demasiada persecución. En un país donde funciona la justicia, no diría esto. Le diría: ¡Adelante, Rosa!
Mis saludos a Rosa, que no se llama así, y a sus hijos.
Paolo Lüers