Desaparece otro negocio símbolo del Centro Histórico de San Salvador. “Así terminan 60 años de Foto Batres”, reza este lunes un titular de El Diario de Hoy. La reportera Menly González, en la mejor tradición del periodismo urbano, de calle, despide a este ícono con su reportaje y con sus fotos. No sólo desaparece -mejor dicho, se elimina por ordenes de la alcaldía- otro negocio, que igual que las ventas de libros usados han sido emblemáticos para la cultura propia del Centro – también desaparecerá, una vez desalojado, el edificio histórico que albergaba el estudio de fotografía. Es una casa centenaria con láminas troqueladas, ubicada a la par del Cine Libertad. No importa a las autoridades municipales ni al Ministerio de Cultura, que por ley tiene proteger a los edificios históricos.
La pérdida de su negocio no es lo único que hace sufrir a don Juan Batres; igual lamenta que esta maltratada pero bella casa vieja, en la cual trabajó por décadas, desparecerá. Demolición. Otra vez lo que pasó hace poco con la cuadra detrás del Palacio Nacional. Por un proyecto de la alcaldía y del gobierno, que nunca se consultó con nadie y que tampoco dispone de los permisos que exigen las leyes de protección al patrimonio cultural, se procede a expropiar los edificios, desalojar a los inquilinos y demoler todo. Esta vez alrededor del Cine Libertad.
Don Juan no sólo es fotógrafo, es un artista, uno de los últimos maestros que nos quedan de un arte que se está muriendo: los retratos fotográficos de óleo. Además don Juan tiene en su poder parte de la memoria visual de la ciudad.
¿Qué futuro tiene una ciudad, en la cual el negocio de un hombre como Don Juan ya no tiene cabida?
“Todo lo que tenía acumulado durante se carrera (de 60 años) se guardó en bolsas de basura negra”, escribe nuestra reportera. Don Juan Batres no es el único a quien pusieron como fecha límite el 30 de septiembre para desalojar los alrededores del Cine Libertad. “Todos los vendedores”, cuenta la reportera urbana, “coincidieron que ‘no hay opción de reinstalación’. Estamos en nuestro país y no tenemos ni dónde trabajar”.
Es la triste realidad del nuevo centro de la ciudad –de un centro que se llama histórico, pero termina despojado de su propia historia auténtica. Los vendedores de libros, los artistas como Juan Batres, los vendedores de ropa popular ya no caben en este centro remodelado. Su cultura ya no cabe en el concepto del centro iluminado por luces LED, poblado por boutiques, hoteles, cafés y restaurantes exquisitos, tiendas de lujo...
En esencia, en el centro que Nayib Bukele y su empleado Mario Durán quieren construir, ya no caben los pobres –ni como comerciantes, ni como clientes. Estos señores tienen un menosprecio, yo diría un odio, a los pobres. Esto se demuestra en la manera como usan el régimen de excepción para castigar a los pobres en los barrios. Se demuestra en la manera brutal como el CAM desaloja a los vendedores. Se demuestra en la expropiación de propiedades que no son de familias pudientes, y en el desalojo de los inquilinos.
Gobiernan sobre un país lleno de pobres, pero ya no quieren ver la miseria que sus políticas no eliminan sino perpetúan. Ya no quieren ver las huellas de la miseria alrededor de las plazas que han mandado a restaurar e iluminar. Por esta razón Bukele, ordenó eliminar una cuadra entera detrás del Palacio Nacional, donde quería celebrar su segunda y definitiva entronización.
Se asustan los turistas cuando por equivocación llegan al cordón de pobreza alrededor de este centro brillante, más al oriente de las plazas Morazán, Gerardo Barrios y Libertad. Porque ahí, el centro urbano no ha mejorado, ha empeorado. La pobreza y la miseria, removidas de algunas cuadras, ahí se concentra. Pero ahí también se muestra la resiliencia de la cultura popular. No tan fácil se deja borrar del todo. Sobrevive tercamente, aunque cada vez más precaria.
La cultura popular, bulliciosa, de todos los colores, a veces sucia, pero igual creativa, sobrevive, porque así son las necesidades. Así es la pobreza. Así es la necesidad de trabajar, de producir o vender algo para comer. Y es parte esencial de la cultura nacional, habrá que fomentarla, crearle condiciones dignas, no simplemente desalojarla. Un centro sin venta de libros y sin artistas como el fotógrafo Juan Batres se vuelve descolorido y artificial.
Los que desde sus oficinas con aire condicionado planifican la remodelación del centro no hacen ningún esfuerzo de entender y luego incorporar la economía y el tejido social existente en sus planes. Los suyos no son planes para una ciudad más vivible para todos, sino otra vez, como siempre, son conceptos exclusivos.
¡Qué lástima! Porque recuperar el Centro era necesario. Pero recuperarlo para todos. Así, no.
Saludos,
Paolo Lüers