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En vez de carta, un cuento: ¿Una cáscara de plátano o un golpe de Estado?

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Por Paolo Luers
Periodista
Escúchala en la voz de su autor

Había una vez en un país imaginario un hombre, igualmente imaginario, que había llegado a la vicepresidencia de la República. Era un tipo mediocre y débil, que por si solo nunca hubiera llegado tan cerca del poder. Pero era sumamente ambicioso. Hubiera ido de vice con cualquier hombre fuerte, sea de izquierda o de derecha, demócrata o autoritario, con tal que fuera capaz de llevarlo consigo a la cima del poder. Era dispuesto de hacer un pacto con el diablo, si éste le hubiera ofrecido derrocar al presidente y elevar a él a la gloria.

Mientras esto no se daba, apoyaba al presidente en todo, incluyendo sus maniobras muy cuestionables y sus violaciones a la Constitución. Pero en el fondo, sintió un profundo resentimiento, porque nadie en el gobierno lo tomó en serio.

En esto, le contactaron unos militares de alto rango, que estaban insatisfechos con el rumbo que el presidente daba al país. En especial estaban furiosos por los cambios inconsultos en la cúpula militar. Le dijeron al vicepresidente que estaban listos para dar un golpe de Estado, agarrando la bandera de defender la Constitución.

El vicepresidente, cuando vio que los militares estaban listos a actuar, vio la oportunidad de su vida. Así que cuando le preguntaron si estaría dispuesto a asumir la presidencia, no dudó en ofrecer sus servicios. Por la patria y mi carrera, todo….

Los señores militares ya se habían asegurado el apoyo de un prominente empresario, que a la vez era uno de los dirigentes del principal partido de oposición, ahora desplazado del poder y bajo fuerte ataque. Este hombre, que bajo la presión y las amenazas del presidente y las primeras persecuciones jurídicas contra él se había visto obligado a renunciar a la dirección de su partido, les ofreció a los conspiradores gestionar el apoyo del sector privado.

Acuérdense que estamos hablando de un país imaginario y de personajes inventados y que sería pura casualidad si se parecieran a personas reales en un país real.

Todo esto es obra de la imaginación de un malpensado…

Entonces, otro empresario, un hombre muy reconocido entre sus pares y declarado opositor a las políticas antidemocráticas del presidente, recibió una llamada de su colega, el exdirigente partidario. Una llamada que le hizo parar los pelos.

“Estoy con el vicepresidente y él quiere ir a visitarte para hablar de algo urgente”.

“No. No es posible. Ni lo conozco. No tengo nada que hablar con él. Olvidate”,

“No te preocupés de la seguridad, nadie va ver al señor entrar a tu casa. Iría escondido en mi camioneta.”

“Te dije que no. No quiero esta reunión. No lo conozco y punto”.

“No te preocupés. Los militares ya están de acuerdo”.

En este punto el empresario cortó la llamada. El que le habló nunca había sido de su plena confianza y al vicepresidente lo detestaba. No quería tener nada que ver con lo que estos dos estaban haciendo con los militares. Por más que estaba opuesto a presidente, a quien vio como un peligro para la democracia, consideraba un golpe de Estado como la peor solución.

Se reunió con un amigo cercano, le contó de la extraña llamada y le dijo: “Jamás me voy a reunir con este hombre detestable que tenemos de vicepresidente. Ni loco me iba a meter en una locura como esta. Tengo décadas de luchar por la democracia. Me quedé con una duda: ¿Fue real esta propuesta que me querían hacer? ¿O fue una cáscara que me querían poner?”

Su amigo, sin pensarlo mucho, le contestó: “Puede haber sido una locura, pero muy real. Entre los militares hay descontento. Y nuestro vicepresidente es tan oportunista, que no dejaría escapar ninguna oportunidad de llegar adónde por méritos propios nunca llegaría.”

“Entonces, no es una cáscara que me querían poner?”

Los dos amigos nunca salieron de esta duda. Nunca se hizo ninguna reunión. Otros empresarios, que recibieron llamadas parecidas, igual les colgaron los teléfonos a los conspiradores.

Unos meses después, el empresario y ex dirigente opositor murió. Según las autoridades, fue un suicidio. No hubo testigos…

Nunca hubo un golpe de Estado. Los militares se plegaron al nuevo orden de las cosas. El vicepresidente sigue defendiendo, luego de este episodio con aun más servilismo, las políticas de su jefe.

Todo quedó como si nada hubiera pasado. Los empresarios, que recibieron estas llamadas extrañas, nunca salieron de la duda si todo fue real o solo una trampa de bobos. Se quedan con la duda - y callados. En el país imaginario reina la tranquilidad.

Espero que hayan disfrutado de esta fantasía de un malpensado.

Saludos,

Paolo Lüers

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